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“Persona civilizada” a estas alturas de nuestra civilización debería ser vergonzoso considerarse una persona civilizada. Pero ese es un término que algunas personas civilizadas utilizan para menospreciar a quienes consideran menos civilizados. Cómo es que llegan a considerarlos menos civilizados: por su comportamiento. Cuál es ese comportamiento: no obedecen ciertos códigos que se transmiten entre familias como: no alzar la voz. Un ejemplo muy ambiguo. Como el término entero. El término se inclina de acuerdo a lo que el clasista decida menospreciar o señalar. A fin de cuentas una es menos o más civilizada de acuerdo a qué tanto complazca o moleste al clasista en la señale. No venía aquí a hablar de eso, jejeje (amo los emojis, insertaría uno aquí en este momento) sino de mí misma, que es el mar en el que vivo últimamente. Porque me he retirado. Y uno comienza a vivir en sí misma cuando se retira. Pude ver, por ejemplo, la final completa de beisbol sin permitir que las cuestiones políti...
 Regresé a casa para darme cuenta de que mis vecinas esperaban en el vestíbulo del edificio. ‘No vean Frankenstain’ les dije en cuanto entré. Se había ido la luz por más de una hora y justo volvió cuando yo regresaba. Los elevadores no funcionan. En la puerta estaban Gaby, una vecina nueva y Rufina: en bata, rubia, alta, rusa. ‘Bajé a abrirles las escaleras’ me dijo, la puerta se cerró detrás de ella y el sensor no funciona, así supe que lo que estábamos haciendo no era simplemente conversar, sino esperar a Aaron para que abriera otra vez. Qué hermosa es la vida simple. 
Vine a dejarles este enlace:  Sobremigrar   antes de correr. Bueno, es un decir. Es un estar, mal parafraseando a Milán. Porque aunque me retiré del mundillo literario no dejo de escribir. Dejo de ser, eso sí esa “figura” y dejar de ser, ustedes saben, me alivia. Es lo importante. He estado ideando las formas de estar en lugar de ser. Así que en ese idear continúo. Sin estructuras. Sin parafernalia para la construcción. Sin construcción. Creo. Creo en que estoy. Es decir, la presencia y no la figura. En fin, ahora si corro. Lol. 
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 Hay muchas maneras de contar esto que cuento. Todas lo hemos vivido y cualquiera puede contarlo. ¿Se dan cuenta? Yo vengo aquí hace veinte años, intento decirlo, siempre. Cuando comencé tenía diferentes páginas con diferentes personajes que contaban esto que cuento de maneras distintas, desde diferentes culturas y entornos. Me excedía en sus complejidades. No todo tiene explicación. Me perdía en intentar entender todo acerca de ellas, en esas páginas distintas y de hundirme en las particularidades que las sostenían. Coincidían en algo, se encontraban en un camino, como quien vive en el mismo barrio y se encuentra sin ser consciente en ciertas esquinas durante algún trayecto, una especie de sordidez o de miseria, que se yo. Inexplicable. Y ahí estaba yo, dandole vueltas a esos transcursos, de esas mujeres sin solución, enfrascadas en vidas miserables o sórdidas o ridículas. Algún día iré a asomarme a esas páginas, que continúan flotando en esto sin nadie que las alimente. Pero ahor...
¿Cómo descansar? Me he pasado estas dos semanas trabajando doble turno en el museo. Hoy sólo voy en la tarde. Hay momentos en que la vida nos parece injusta sólo porque duelen los pies o la espalda, o las manos. La injusticia de la vida se mide en otros tramos de la existencia, supongo. Pero qué le vamos a hacer si, muchas veces, no tenemos idea de lo que es experimentar una vida justa. ¿Lo han pensado? ¿Cómo quienes conocemos únicamente la injusticia podemos tener idea de lo que es una vida justa? No significa permanecer en el rol de víctima (como enseñan los sistemas académicos a los privilegiados a minimizar el dolor sobre la productividad: n’te’agas la victima), es mucho más simple y real que eso: tomar una cara, la verdadera, como nos enseñaron cantando en el Cálmecac. Como desear el helado de frambuesa cuando lo único que hemos probado es un colorido, orgánico y exótico sorbete de piña que preparaba en Loma Bonita mi tío abuelo (y que ningún billionario podrá probar porque hay qu...
 Otra vez el tiempo, o los tiempos. Esa pregunta a la que asignamos una palabra pero en realidad no es más que una forma de perplejidad. Se notan mis influencias. No me interesa esconderlas. A quién le interesa creer que su escritura ha nacido de ninguna parte. Me refiero a las influencias porque hay términos como “perplejidad” que me parece que definen muy bien lo que percibo pero que escuché por primera vez de Fernand Deligny (anden, vayan, que las maestrías de Creación Literaria no enseñan esto… y por ponerlos a estudiar a Deleuze les cobran miles -de lamidas o de dinero- es lo mismo (y no, porque si naces heredero pues… en fin, a esto no venía, lol). Venía a platicar conmigo, como siempre, es un alivio dejar de sentir que una es escritora. No es un saber, es un sentir. Saber o no saber ya no es algo que me preocupa. Una vez, una amiga me dijo -por teléfono; no sé si un día olvidaré esa plática por teléfono, me partió el corazón- que yo usaba estas cosas como una estrategia para...
 Otra vez me falta tiempo. Me falta corazón. Me falta vida. Me falta vista. Me falta familia. Me falta compañía. Me falta un lugar. Es un decir, no se preocupen. Solo así me siento esta mañana. Estuve a punto de cancelar mis citas. Mi horario. Mi forma de sobrevida. Mis momentos. Fue sólo un pensamiento. En realidad me sobra corazón. Mi corazón es tan amplio que cabe un pueblo entero. Un pueblo Wixárika o Zapoteco, o toda Guatemala completa. Mi corazón es tan amplio que cabe América del Sur y del Norte, y Nicaragua. En realidad mi pensamiento y mi corazón, nuestro pensamiento y nuestro corazón son un espacio infinitos. Es este cuerpo, este cuerpo. Los cuerpos. Este cuerpo. Al que le da por reducirse. Es el estómago, por ejemplo, que se cimbra cuando ve un cielo reventado. Es el costillar que ya no abarca el éxodo que lo atraviesa constantemente con la marcha eterna de cientos, de millones. Es un decir. 
 Voy contra el tiempo, pero el café me pide venir aquí aunque sea un segundo. Mi soliloquio, mi lugar muy querido. No es verdad, no voy contra el tiempo. Qué es eso. Sólo tengo que dejar casa y a este animalito en un par de minutos. Voy a otro mundo, al social. ¿Yo dejo de ser social cuando estoy aquí, aparentemente sola, desvinculada de los otros? ¿Puedo en realidad desvincularme? Mis preguntas son muy tontas últimamente, se debe a que el teléfono piensa demasiado por mí, ósea: en mi lugar. Hablando de vínculos, ese pequeño bicho que llamamos teléfono es realmente un monstruo. En cambio aquí, no hay tiempo. Puedo pasarme horas sin resolver algo como si el tiempo no existiera. Extraño un poco eso: actuar como si el tiempo no existiera. Agendar mis horarios, abrir mi puerta sólo cuando estoy estoy lista. Saludar con un beso y un abrazo antes de conversar o meditar juntas. Las prisas me lo impiden. Ayer tuve que terminar una llamada telefónica porque ya no había tiempo para seguir. ¿...
 Y bueno, por fin tengo un estudio en casa para escribir. Lo conseguí armando los libreros en el pasillo y colocando una mesa de madera al centro de una recámara. Hace tiempo que quería usar para algo el textil azul cielo que encontré en Guatemala. Lo puse sobre la mesa de madera y voilá: habemus estudio. El punto es: para qué quiero un estudio. Justo al momento de escribir la pregunta la respuesta ya está surgiendo: para sentirme en casa. En cuanto acomodé los libros en el pasillo comencé a sentir cierta nostalgia. Me recordaron a la casa de tantas amigas o tantas conocidas que hacen malabares para estabilizar una biblioteca más o menos organizada, mientras equilibran su vida con el empleo, el arte, la escritura, los niños. Cuando terminé pensé que algo hice bien. (No muerdo el anzuelo, fue sólo un pensamiento reflejo, una sensación de rebote, para poder definir mi satisfacción: porque el bien y el mal, pues ya sabemos). Coloqué una pequeña alfombra rosa frente al librero, y desde...
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 Otro día más de luto. Como si los periodistas fueran quienes toman las decisiones en las zonas de guerra. No soy una persona optimista, ustedes saben, pero procuro estar absolutamente presente cada día en este pequeño entorno que soy. ¿Somos estos pequeño entornos? ¿O estar absolutamente presentes significa saber y sentir la impotencia de quienes son acorralados y masacrados en territorios donde se supone que nosotros no estamos? Desde hace años suelo pedirle a mis amigas o a mis amigos que me presten su mente antes de dar alguna charla pública, para poder compartir el maravilloso conocimiento que entre todos acumulamos. Creo que lo mismo pasa con el sufrimiento: quién dijo que no estamos conectados. De Guatemala a Dinamarca, de Honduras a Gaza, de México a Japón sé que somos un sólo organismo. Un organismo que insiste en apuñalarse y amputarse a si mismo constantemente. No es una visión religiosa de la realidad, no se confundan, es una visión biológica. Hay más o menos corazón en...
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 Ayer, en el corcho de anuncios del edificio donde vivo, encontré colgada una pegatina que conmemora la existencia de Palestina. Quité la tachuela que la sostenía y la traje a casa. La pegué aquí, en esta máquina. Cubriendo el logo de esta máquina. No puede evitar sentir que no sirve de nada. Aunque encontrarla así, se vuelve en estos tiempos ya, como un código. Alguien tuvo que entrar al lobby del edificio y ponerla ahí. Es un trabajo de esténcil con spray sobre papel de etiqueta, algo abstracto. Lindo. Lo veo como si me comunicara con alguien muy querido a la distancia, y esa comunicación existiera sólo para mí. Tal vez eso es la esperanza. Hoy desperté recordando la frase que dice mi mamá: no se te cierra el mundo. (Mi mamá, atleta profesional, campeona nacional de atletismo, que ahora no puede levantarse por sí sola de la cama). Pues bueno, mi madre acierta en esa parte de mi personalidad (como acertó en sus decisiones y en su manera de vivir la vida, quieta, obedeciendo al amo...
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 Por fin tengo tiempo de venir aquí. Sé que les dije Chau en algún momento, pero Chau también significa “hola”. Estoy aquí en la mesa de la cocina, junto al ese sonido tan característico que hacen los refrigeradores medio destartalados. Según el termostato de esta casa estamos a 85 grados. Aquí. Adentro. No tengo idea de la temperatura general del mundo. Ni de su toxicidad. Acaso el agua que llega a través de la regadera. He tenido tiempo para limpiar la casa pero estoy aquí, junto a la sonaja del refrigerador, asándome porque mientras me preparaba un té de jengibre con cúrcuma y le añadía la pizca de pimienta pensé “qué bien me trato, con cuánto amor me trato”. Esto porque durante un viaje corto el domingo comencé a sentirme enferma. Dolor de garganta. Cansancio. Pero lo que más me enfermaba era saber que apenas en mayo había salido de una enfermedad en la que, como dice el poeta: vi la muerte mirándome a los ojos, y no fue un sueño, ja. Algo que parecía tan simple, como una gripa...
 Me mudé de casa. Y tenía que decirles. ¿A quiénes? No sé, a ustedes, que me acompañan siempre. ¿No les parece increíble la vida? Sobre todo en estos momentos que parecen el fin de algo. Para bien o para mal, como que los comienzos eternos están terminando. Cambié de casa, y se siente tan bien cambiar de casa por decisión propia, pensar: cambié de casa porque quise.  Hace mucho tiempo que mi vida era: tengo que caminar, me tengo que mover. Me debo ir. Sin embargo decidir y hacerlo es diferente. Mis pequeños logros. También decidí el color de las paredes y decidí la pintura que quería usar. Son tiempos difíciles en los que casi es pecado sentirse afortunada, pero me siento afortunada. Cambié de casa y dejé las redes sociales. También decidí soltar de mis manos otras cosas u otras circunstancias: creer que soy mis libros publicados o mi escritura, sentir que debo escribir porque escribir me construye. Es bueno también dejar de perseguir la constante construcción de una misma. Se...
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No sólo de idiomas vive el hombre, oigan. Pero a mí me ha servido el discurso. Ese discurso interno. Quisiera, pero no puedo, recordar la primera vez que asocié una palabra con el pensamiento. ¿Desde cuándo comencé a construir esta forma de pensamiento? Esto que soy. Una de las cosas que más valoro son las conversaciones que me permiten ver la vida con ojos nuevos. Tal vez por eso me gusta tanto leer, tal vez por eso cuando mueren los autores que he leído durante tanto tiempo siento que una conversación se corta, que ya no tengo hacia dónde dirigirme. Me sucedió cuando murió Arno Gruen, por ejemplo. Pero también en el corazón de mi mente viven personas con quienes he aprendido a ver la vida distinta sólo por conversar. Por eso sé que la vida no es sólo lo que nos gusta creer que es la vida: nuestros versitos, nuestras traducioncitas, nuestras lecturas, nuestros libros, nuestros escenarios. Hay tantas formas de estudiar la experiencia de la vida que me parecería ilógico no intentarlo, j...
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Qué lindo entrar acá a las 5 de la mañana, con la seguridad de que en mi comedor hay dos cajas llenas con la edición de Estilo. Qué lindo recordar que hace 25 años alguien me regaló una velita para iluminar mi año y ahora tú estás aquí, conmigo, para iluminar cada día de mi vida. No importa cuánto dure este sentimiento. Qué hermoso es levantarse. Literalmente: levantarse y tener tiempo para escribir mientras tomo café, después de haber soltado todo. Sé que estos momentos son pasajeros. Pero qué no lo es. Es porque estos momentos van y vienen tal vez que nos parecen tan hermosos. A veces pensamos que no volverán nunca. Qué hermoso es marzo. Sí. Aunque alguna vez marzo me atravesó el corazón para matarme, no perdió su belleza. Y aquí estoy: celebrando. Foto, cortesía de Civitella Ranieri
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 Desde que Don Tr**mp llegó al poder en este país, no había tenido tiempo para venir aquí. Coincidió con mi regreso a clases, mi regreso a Mujer Migrante  (había que pensar en los impuestos, el programa del año, los tiempos, los espacios donde vamos a trabajar, etc.). Por supuesto dejé X y dejaría todas las redes sociales de no ser porque (por el momento) no tenemos otra herramienta para comunicarnos colectivamente. Ya vendrá. No tarda, diría yo. Volveremos a las comunicaciones por radio y en clave. Total, si ya hemos aprendido a vivir poniéndole trampas a los algoritmos cazadores que funcionan para el rastreo y la censura. Pero bueno. Aquí no todo sigue igual, afortunadamente. Me refiero afortunadamente para quienes, inconscientemente, han aplaudido el regreso del nac*sm*. En 2019, durante una platica pública que tuvimos con Josh Kun y La Santa Cecilia en un auditorio de Phoenix (poco después de la matanza que vino a hacer Don Patrick Cr*sio*s a esta ciudad, y poco después de...
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 Las nuevas tecnologías me han hecho cambiar. Las nuevas tecnologías son capaces de abolir los hábitos que hemos construido durante toda la vida para sobrevivir. Esas claves en la propia conducta que sólo nosotros sabemos que nos salvan. Les he hablado varias veces de los beneficios del soliloquio, tan estigmatizado. El soliloquio como un ejercicio de reflexión en voz alta. Cuando una adquiere el hábito de hablar consigo misma todas las mañanas, por lo menos, está adquiriendo el hábito de reflexionar. Voy a buscar la definición exacta de la palabra “pensamiento” porque generalmente la confundimos con reflexionar. Creemos que pensar requiere un esfuerzo, cuando en realidad nuestro pensamiento es quien está activo en las acciones más mecánicas, motoras y reflejas de nuestro cuerpo, antes de que podamos detectarlo. Es decir, si no existe una actividad en determinada parte de nuestra corteza cerebral la pierna no patearía “involuntariamente” cuando el doctor checa los reflejos percutie...
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 Comenzando el año y me encuentro en el dilema de seleccionar un día a la semana para trabajar en mi libro: ¡Un día a la semana! ¿Imaginan cuándo voy a terminar? En fin, seleccionar un día a la semana para trabajar en el libro que llevo años escribiendo es un lujo comparado con otras decisiones que tengo que tomar últimamente. Qué rico poder tener un espacio aquí para hacer como que me quejo. Hoy mi día fue fatal, caray. Fatal-fatal. Apuesto que quienes se comunicaron virtualmente conmigo no se dieron cuenta. Llevo varios días en los que no me siento tan bien físicamente y obviamente eso afecta mi ánimo. Qué curioso es el cuerpo, como que exige espacio a solas para revolcarse en su dolor, como un bebé: hará lo necesario para conseguir lo que necesita porque en su mundo sólo él es importante. Yo sé que hay otras cosas importantes entonces, mientras intento estar presente en esas cosas, mi cuerpo me exige, me fastidia. Hasta que logramos (mi cuerpo y yo) salir de donde haya que salir...
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 Hace algunos años platiqué en la universidad de Arizona con estudiantes de maestría en creación literaria. Los estudiantes tenían preguntas sobre Estilo , un libro que publiqué en 2011 en la editorial Manosanta, de Guadalajara y en 2015 en la maravillosa y extinta Kenning Editions. Les interesaba saber cómo lo había escrito, cómo se me había “ocurrido”. Los sistemas en que las universidades abordan la creación literaria son un enigma para mí. No creo en esas cosas. Conozco sí, las dinámicas de poder que se mueven en esas estructuras institucionales. He sido invitada a la mayoría de universidades que conozco en Estados Unidos. Concentraciones de poder, intercambios de poder. No me gustan esos intercambios. Construyen pura ilusión, aunque la ventaja ha sido que mi trabajo se lea un poquito más. Han funcionado bien como distribuidoras de mis libros, creo.  En la universidad de Arizona fue distinto, no me representaba una persona que tuviera influencia sobre otra que nos invitaba...
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 Pasé una hora buscando mis lentes de “leer”. Ya los daba por perdidos porque juraba que sabía perfectamente que estaban en ese estuche de piel cincelada con flores que me gusta tanto. Mis lentes son amarillos y también me gustan mucho. Recordé esa forma neblinosa en la que se filtran las sensaciones en ciertos objetos dentro de las novelas de Yoko Ogawa. En una de ellas a un hombre le gusta escuchar el canto de un grillo que lleva dentro de una cajita. La descripción que el hombre hace de los cuidados que le procura meticulosamente a esa cajita para que el animalito cante mejor, son impresionantes. En inglés se diría petting , creo. Es una palabra para la que no tenemos una traducción al español, es como una caricia pero a la vez un cuidado extremo (que los mecanismos funcionen correctamente), implica cariño y en ocasiones deseo, en fin. La novela la leí en español a fin de cuentas. Pensé en ese estuche de mis lentes como en esa cajita.  Los lentes aparecieron en otro estuche...