Me mudé de casa. Y tenía que decirles. ¿A quiénes? No sé, a ustedes, que me acompañan siempre. ¿No les parece increíble la vida? Sobre todo en estos momentos que parecen el fin de algo. Para bien o para mal, como que los comienzos eternos están terminando. Cambié de casa, y se siente tan bien cambiar de casa por decisión propia, pensar: cambié de casa porque quise.
Hace mucho tiempo que mi vida era: tengo que caminar, me tengo que mover. Me debo ir. Sin embargo decidir y hacerlo es diferente. Mis pequeños logros. También decidí el color de las paredes y decidí la pintura que quería usar. Son tiempos difíciles en los que casi es pecado sentirse afortunada, pero me siento afortunada. Cambié de casa y dejé las redes sociales. También decidí soltar de mis manos otras cosas u otras circunstancias: creer que soy mis libros publicados o mi escritura, sentir que debo escribir porque escribir me construye. Es bueno también dejar de perseguir la constante construcción de una misma. Ser el mismo silencio es bueno también. No sé en qué momento creí que era verdad que en esta vida había que vivir construyendo (construyéndome). A veces uno en la vida ya ha construido demasiado y toca sentarse a ver cómo se asienta la polvareda, como pasa la luz frente a las formas misteriosas de partículas flotantes. Metí mi colección de arte en una bodega. Me cansé de sostener lo bello entorno a mí como una cuerda tensa. Todavía me duelen las dos manos de tanto tiempo que sostuve esa construcción. Ahora voy sin cargar. No me mal entiendan: amo el arte, no concibo la vida sin esa expresión que permite conversaciones profundas sin palabras, lapsos adorables de perplejidad. Acomodé mi tocadiscos y vi las portadas de las grabaciones de Richter y de Bartok… de Callas y de Gilels: amo la música pero he decido también dejar la conexión de las bocinas para otro momento. Dejé las redes sociales. Este es el momento. Quizá el mejor momento hubiera sido nunca haberlas habitado. Y sí, muchos de ustedes llamarían a esto vivir en el fracaso, o haber perdido. Yo nunca busque el éxito y competir siempre me ha parecido la forma más estúpida de perder el tiempo. Renuncio a ser alguien importante. Eso me hace feliz. Renunció a tener importancia. No renuncio a ser. Soy, como siempre, pero las razones para tener algo que decir en los mismos entornos, con los mismos grupos, dentro de los mismas sociedades, y los mismos condicionamientos, no me atraen más, en lo absoluto. Me mudé de casa en miles de sentidos. Me vine a vivir acá conmigo (y contigo), para tenerme cerquita y acurrucarme en mí lo más que pueda. Chau.