Otro día más de luto. Como si los periodistas fueran quienes toman las decisiones en las zonas de guerra. No soy una persona optimista, ustedes saben, pero procuro estar absolutamente presente cada día en este pequeño entorno que soy. ¿Somos estos pequeño entornos? ¿O estar absolutamente presentes significa saber y sentir la impotencia de quienes son acorralados y masacrados en territorios donde se supone que nosotros no estamos? Desde hace años suelo pedirle a mis amigas o a mis amigos que me presten su mente antes de dar alguna charla pública, para poder compartir el maravilloso conocimiento que entre todos acumulamos. Creo que lo mismo pasa con el sufrimiento: quién dijo que no estamos conectados. De Guatemala a Dinamarca, de Honduras a Gaza, de México a Japón sé que somos un sólo organismo. Un organismo que insiste en apuñalarse y amputarse a si mismo constantemente. No es una visión religiosa de la realidad, no se confundan, es una visión biológica. Hay más o menos corazón en los eslabones de esta biología. Incapaces de sentir con tal de sobrevivir. Incapaces de expresar con tal de sobrevivir. Incapaces de pensar por cuenta propia con tal de sobrevivir. Anoche soñé que practicaba ese estado en el que se camina siendo consciente del presente absoluto, y notaba una luz natural entrando en un patio con columnas de barro donde había un espejo al que le daba el sol. El patio tenía un clima envidiable y yo, lograba tener esa sensación satisfactoria y pacífica (que ahora me parece estúpida) de haber logrado algo. Lograba caminar bajo esa luz, sintiendo la perfección de estar caminando en el absoluto presente. Un presente absolutamente cómodo, tengo que decir, que no es el presente, sino la experiencia que únicamente puedo tener en sueños. El presente absoluto incluye ESTO, junto a una primera verdad que tampoco es religiosa: en el absoluto presente hay sufrimiento. En millones de formas infinitas, en todos los territorios y los espacios: hay sufrimiento. No soy optimista. Recuerdo. Hace décadas cientos de niños naciendo en la pobreza más rotunda morían de hidrocefalía del lado mexicano en esta frontera. Yo estuve en sus “casas” yo los vi. Yo estuve frente a ese martirio de vivir a más de cuarenta grados en medio del desierto sin tener una atención médica adecuada siendo hijo de la contaminación producida por la Asarco: niños destinados a morir entre la deshidratación y la hidrocefalia. No estoy hablando del pasado. Cientos de niños fueron devorados por la Asarco lentamente, mientras el consorcio billonario continúa sus litigios para no dar un peso a la gente (no a la gente que envenenó, esos ya fueron -pobres como todos los pobres-sin pena ni gloria). Es el presente. Sin patios de barro fresco. Ardiendo, como quiera verse. ¿Cómo se limpia del territorio la tortura por envenenamiento? ¿Quién puede pararse frente a la tortura de un niño y cruzarse de brazos? No eran tiempos de acribillados. Eran solo estos tiempos. Eran solo esto, que sigue siendo y no va a terminar. No soy optimista, aunque me cuido. Quizá por eso sueño. Con un presente fresco y un patio en calma. Ese sueño vivo que encuentro en tus ojos. Ese lugar en calma que encuentro en nosotros después del trabajo. No soy optimista. Por eso también cuestiono estos impulsos y qué tanto son propios o dictados. Qué tan grande es el deseo de ser buena persona para venir a escribir esto. Este organismo, el que tortura y mata ¿acaso no lo hemos construido también nosotros? Dónde y qué es la justicia. Qué otra cosa, salvo amar, podría uno hacer.