Y bueno, por fin tengo un estudio en casa para escribir. Lo conseguí armando los libreros en el pasillo y colocando una mesa de madera al centro de una recámara. Hace tiempo que quería usar para algo el textil azul cielo que encontré en Guatemala. Lo puse sobre la mesa de madera y voilá: habemus estudio. El punto es: para qué quiero un estudio. Justo al momento de escribir la pregunta la respuesta ya está surgiendo: para sentirme en casa. En cuanto acomodé los libros en el pasillo comencé a sentir cierta nostalgia. Me recordaron a la casa de tantas amigas o tantas conocidas que hacen malabares para estabilizar una biblioteca más o menos organizada, mientras equilibran su vida con el empleo, el arte, la escritura, los niños. Cuando terminé pensé que algo hice bien. (No muerdo el anzuelo, fue sólo un pensamiento reflejo, una sensación de rebote, para poder definir mi satisfacción: porque el bien y el mal, pues ya sabemos). Coloqué una pequeña alfombra rosa frente al librero, y desde hace días pongo los pies descalzos sobre ella y me detengo a mirar los libros. Como si repentinamente hubiera regresado a mi cuerpo algún órgano. Por supuesto le dediqué una repisa entera a Yoko Ogawa, y acomodé junto a sus libros todas las traducciones que tengo del Diario de Anna Frank, pienso que a Ogawa le gustaría estar ahí, junto a esos diarios. El pretexto de armar el estudio es que doy un curso en septiembre y necesito leer y tomar notas. La computadora de escritorio ya la tengo arrinconada como si fuera un trasto, por allá en cualquier esquina (es la que uso para la escuela). Pero sentarme a estudiar para el curso requería de una mesa. Solo hasta que me senté aquí me di cuenta cuánto necesitaba mi cuerpo y mi mente esta mesa de trabajo. Saber que en cualquier momento puedo sentarme a trabajar en ese trabajo que no es un empleo, sino una manera absoluta de volver a mí. Y con la computadora arrumbada por otro lado tengo espacio para pintar, para el collage (estoy haciendo un bosque de celofán para pegar en el ventanal y tener la ilusión de que, allá afuera, en lugar de ese estacionamiento gris, intercambio miradas con un bosque y sus habitantes silenciosos). Qué curioso, no pensé que me hiciera falta recuperarme de cierta manera, y aquí estoy. En casa. En mí. Qué buen curso les va a tocar a mis estudiantes. Estoy completa.