Otra vez el tiempo, o los tiempos. Esa pregunta a la que asignamos una palabra pero en realidad no es más que una forma de perplejidad. Se notan mis influencias. No me interesa esconderlas. A quién le interesa creer que su escritura ha nacido de ninguna parte. Me refiero a las influencias porque hay términos como “perplejidad” que me parece que definen muy bien lo que percibo pero que escuché por primera vez de Fernand Deligny (anden, vayan, que las maestrías de Creación Literaria no enseñan esto… y por ponerlos a estudiar a Deleuze les cobran miles -de lamidas o de dinero- es lo mismo (y no, porque si naces heredero pues… en fin, a esto no venía, lol). Venía a platicar conmigo, como siempre, es un alivio dejar de sentir que una es escritora. No es un saber, es un sentir. Saber o no saber ya no es algo que me preocupa. Una vez, una amiga me dijo -por teléfono; no sé si un día olvidaré esa plática por teléfono, me partió el corazón- que yo usaba estas cosas como una estrategia para cotizarme en el mundillo literario: ja! A ella le interesaba (le interesa) el mundillo literario y no se daba cuenta que no todos vivimos en esa realidad. Habemos personas que vivimos en otros mundos. Esos mundos que son percibidos tal vez como precarios por quienes han nacido en otras realidades, pero en esta aparente precariedad somos nosotros quienes nos otorgamos el derecho de tomar decisiones (y el regocijo de equivocarnos). El hambre de fama y fortuna no toman las decisiones por nosotras. ¿Nosotras? ¿Quiénes? Ustedes sólo me ven a mí, a veces, porque soy eso extraño que por alguna razón fue invitada a pasar, pero nosotras somos millones. Millones que tenemos talento y que no nos interesa un lugar en su mundo, que construimos libros, arte y morimos de enfermedades diseñadas por la pobreza. No está bien morir así, no, pero por lo menos aquí (todavía) nadie ha perdido la cabeza como para arrastrarse a buscarla lamiendo los zapatos del privilegio. No sé. Tampoco cantamos victoria. Ustedes saben que un día nos ponen una pistola en la cabeza (o ponen nuestra cabeza en la tortura) y es difícil no rendirse al instinto de supervivencia. Me desperté pensando en eso hoy. Qué  alivio, pensaba, pero qué tristeza. Darte cuenta que para ciertos mundos una ha nacido únicamente para obedecer y decir gracias. No voy a pelear contra eso. No voy a pelear contra nada. Cuando uno tiene los códices bien puestos, y la selva viva corriendo por la sangre, construye el mundo propio, sin mamadas y escenarios. Incluso lo escribe en un idioma que su corazón no le dicta (como este) y viene aquí a echarlo a cualquier mundo. Porque no, queridas, no somos iguales.