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Mostrando entradas de enero, 2025
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 Las nuevas tecnologías me han hecho cambiar. Las nuevas tecnologías son capaces de abolir los hábitos que hemos construido durante toda la vida para sobrevivir. Esas claves en la propia conducta que sólo nosotros sabemos que nos salvan. Les he hablado varias veces de los beneficios del soliloquio, tan estigmatizado. El soliloquio como un ejercicio de reflexión en voz alta. Cuando una adquiere el hábito de hablar consigo misma todas las mañanas, por lo menos, está adquiriendo el hábito de reflexionar. Voy a buscar la definición exacta de la palabra “pensamiento” porque generalmente la confundimos con reflexionar. Creemos que pensar requiere un esfuerzo, cuando en realidad nuestro pensamiento es quien está activo en las acciones más mecánicas, motoras y reflejas de nuestro cuerpo, antes de que podamos detectarlo. Es decir, si no existe una actividad en determinada parte de nuestra corteza cerebral la pierna no patearía “involuntariamente” cuando el doctor checa los reflejos percutie...
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 Comenzando el año y me encuentro en el dilema de seleccionar un día a la semana para trabajar en mi libro: ¡Un día a la semana! ¿Imaginan cuándo voy a terminar? En fin, seleccionar un día a la semana para trabajar en el libro que llevo años escribiendo es un lujo comparado con otras decisiones que tengo que tomar últimamente. Qué rico poder tener un espacio aquí para hacer como que me quejo. Hoy mi día fue fatal, caray. Fatal-fatal. Apuesto que quienes se comunicaron virtualmente conmigo no se dieron cuenta. Llevo varios días en los que no me siento tan bien físicamente y obviamente eso afecta mi ánimo. Qué curioso es el cuerpo, como que exige espacio a solas para revolcarse en su dolor, como un bebé: hará lo necesario para conseguir lo que necesita porque en su mundo sólo él es importante. Yo sé que hay otras cosas importantes entonces, mientras intento estar presente en esas cosas, mi cuerpo me exige, me fastidia. Hasta que logramos (mi cuerpo y yo) salir de donde haya que salir...
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 Hace algunos años platiqué en la universidad de Arizona con estudiantes de maestría en creación literaria. Los estudiantes tenían preguntas sobre Estilo , un libro que publiqué en 2011 en la editorial Manosanta, de Guadalajara y en 2015 en la maravillosa y extinta Kenning Editions. Les interesaba saber cómo lo había escrito, cómo se me había “ocurrido”. Los sistemas en que las universidades abordan la creación literaria son un enigma para mí. No creo en esas cosas. Conozco sí, las dinámicas de poder que se mueven en esas estructuras institucionales. He sido invitada a la mayoría de universidades que conozco en Estados Unidos. Concentraciones de poder, intercambios de poder. No me gustan esos intercambios. Construyen pura ilusión, aunque la ventaja ha sido que mi trabajo se lea un poquito más. Han funcionado bien como distribuidoras de mis libros, creo.  En la universidad de Arizona fue distinto, no me representaba una persona que tuviera influencia sobre otra que nos invitaba...
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 Pasé una hora buscando mis lentes de “leer”. Ya los daba por perdidos porque juraba que sabía perfectamente que estaban en ese estuche de piel cincelada con flores que me gusta tanto. Mis lentes son amarillos y también me gustan mucho. Recordé esa forma neblinosa en la que se filtran las sensaciones en ciertos objetos dentro de las novelas de Yoko Ogawa. En una de ellas a un hombre le gusta escuchar el canto de un grillo que lleva dentro de una cajita. La descripción que el hombre hace de los cuidados que le procura meticulosamente a esa cajita para que el animalito cante mejor, son impresionantes. En inglés se diría petting , creo. Es una palabra para la que no tenemos una traducción al español, es como una caricia pero a la vez un cuidado extremo (que los mecanismos funcionen correctamente), implica cariño y en ocasiones deseo, en fin. La novela la leí en español a fin de cuentas. Pensé en ese estuche de mis lentes como en esa cajita.  Los lentes aparecieron en otro estuche...
Creo que ya lo he dicho antes: no creo que el tiempo sea una acumulación de algo que se puede contar. Pero así nos organizamos, ¿verdad? Así también calculamos los costos de la vida. Cuánto vale nuestro “trabajo”, qué tanto debemos estudiar. ¿No les parece absurdo? Creer que para aprender algo necesitamos seis meses, por ejemplo, que se unen a otros seis meses, que al final harán un total de cuatro años. La cosa es aguantar, supongo, ya en el camino aprenderemos algo. Lo mismo me pasa con la distancia: nunca la puedo imaginar. No sé si mi manera de ser sea un impedimento o una ventaja. Creo que hay personas que viven contando cada doce meses y observando cómo el número que les identifica generacionalmente cambia y de algún mondo es un indicador de que van ¿más adelante? ¿O van quedando atrás? De quién o en dónde. Es algo que nunca he sabido explicarme. No intento decir con esto que el tiempo no existe, de que envejecemos envejecemos, punto. Por más ejercicio que hagamos, por más suplem...