Las nuevas tecnologías me han hecho cambiar. Las nuevas tecnologías son capaces de abolir los hábitos que hemos construido durante toda la vida para sobrevivir. Esas claves en la propia conducta que sólo nosotros sabemos que nos salvan. Les he hablado varias veces de los beneficios del soliloquio, tan estigmatizado. El soliloquio como un ejercicio de reflexión en voz alta. Cuando una adquiere el hábito de hablar consigo misma todas las mañanas, por lo menos, está adquiriendo el hábito de reflexionar. Voy a buscar la definición exacta de la palabra “pensamiento” porque generalmente la confundimos con reflexionar. Creemos que pensar requiere un esfuerzo, cuando en realidad nuestro pensamiento es quien está activo en las acciones más mecánicas, motoras y reflejas de nuestro cuerpo, antes de que podamos detectarlo. Es decir, si no existe una actividad en determinada parte de nuestra corteza cerebral la pierna no patearía “involuntariamente” cuando el doctor checa los reflejos percutiendo levemente con un martillito. Es porque algo se activa en la corteza cerebral que podemos esquivar algún objeto. A esa actividad cerebral conectada a todo lo que existe y comandando el cuerpo ¿por qué no la llamamos pensamiento? ¿Por qué le llamaos simplemente “actividad cerebral”? Como si esa actividad surgiera porque sí, sin más. Cuando nos referimos a pensar, imaginamos un orden jerárquico que involucra niveles educativos o -por lo menos- cierta cantidad de información sino de saber. Confundimos también pensar con saber algo a través del esfuerzo. ¿Será esta manera de percibir la realidad un reflejo sistémico? Quien piensa es quien demuestra que sabe algo, parece ¿no? Así vamos excluyendo, descartando a quienes parece que no piensan tanto. Pero como bien observaba el gran Fernand Deligny mientras trabajaba como director de un reformatorio infantil en Francia, interactuando con niños considerados desahuciados sociales, a quienes algunos psicólogos definían como “muertos por dentro”: basta ver el brillo en sus ojos cuando se trata de robar, basta analizar su pulsación cuando se trata de acceder a lo que les ha sido negado para darnos cuenta que están llenos de vida. A lo que voy es que muy probablemente las muchas personas sin acceso a la educación formal le darían una cátedra de supervivencia a cualquiera que haya crecido en los colegios o en el campus: actividad cerebral coordinada a sus reflejos, su olfato, su necesidad y su intuición versus ganas de demostrar superioridad a través del diálogo. La diferencia reina en que muchos de los que han crecido en los patios de colegios tienen la capacidad para pagar a comandos armados y exterminar a quienes luchan por sobrevivir. Qué le vamos a hacer: luchas perdidas. También es bastante probable que, quienes tienen mayor actividad cerebral, al momento de crear sean más eficientes, y si les gusta el arte, su arte sea de impacto fulminante. Tantos artistas potenciales con la capacidad de cambiar el mundo sin necesidad de un premio Nobel, asesinados en las calles de Honduras o de Guatemala, o de Siria o Palestina. En fin, vuelvo a lo que estaba: hablaba de esa diferencia entre pensar y reflexionar ¿o de la capacidad de la nuevas tecnologías para hacernos retroceder? En fin. Ese hábito del soliloquio que nació en mi infancia y que preservo y defiendo como mi propia vida (porque es mi propia vida, es mi supervivencia), había empezado a difuminarse. Creía yo que era por falta de tiempo, pero en realidad se debía a que estaba supliendo ese tiempo sumergida en las redes sociales. Mi trabajo depende del manejo de redes sociales, por lo tanto no puedo cerrarlas (lo haría). Entonces no sé ni cómo me di cuenta que, de manera casi imperceptible, las nuevas tecnologías estaban desplazando el hábito hablar conmigo misma en voz alta: de reflexionar. Me estaba convirtiendo en una persona normal. Qué espanto. Llevaba muda de mí varios días. Muy probablemente mi corteza prefrontal estaba ya comenzando a mutar. No creo que las nuevas dimensiones en las que nos sumergimos en la actualidad gracias a las nuevas tecnologías sean el demonio a combatir, pero creo que si no nos acercamos a ellas de manera mucho más consciente comenzarán a moldearnos el pensamiento y tarde o temprano comenzarán también a pensar por nosotras. Esta mañana mientras platicaba conmigo me di cuenta que extrañaba eso que soy, que muy en el fondo estaba cansada de estar alejada de esa parte de mí y que por darle de comer a ciertas cuentas de mi negocio (por estar vendiéndome pues) solté por un momento la raíz más preciada que me ancla a este mundo: mi propio pensamiento. Ojito con eso, vida.