¿Les había dicho que vengo aquí a descansar? Dios mío, hoy llego arrastrándome para escapar de las olas de mi arrogancia. Yo nunca trabajo: yo creo. Aunque debo admitir que crear cansa, en ocasiones, tres veces más que el trabajo mismo. Había estado todos estos meses resistiéndome a echar a andar mis proyectos. Razonando sobre experiencias pasadas. Había decidido alejarme de la idea de construir realidades no sólo para mí; había decidido dejar de compartir las realidades que creo para mí misma. Son, ustedes saben, realidades extremas. Más tardé en decidir no compartir, que en echar a andar los motores de las cosas en las que creo. Hay que tener cuidado cuando uno es algo así como un generador, porque los proyectos crecen, avanzan, se desprenden de nosotros mismos. Cuando un proyecto es bueno, avasalla cualquier identidad, extermina a su dueño. Ahora me doy cuenta que soy feliz dejándome acabar por los proyectos que construyo, que los muevo hasta que me aniquilan, hasta que dejo ...
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En estos tiempos a los escritores se nos exige demasiado. En verdad, demasiado. ¿No es usted escritor, estimado lector? Entonces quizá desconozca que a los escritores antes que nada, se nos exige interpretar el papel de escritores ante un público que no quiere decepcionarse con nuestra personalidad. Exigen que, en una lectura, aparezca ante ellos la fuerza de su libro favorito en persona, la profundidad del personaje que los ha conmovido, o el shock del verso que no pueden dejar. No sólo eso. Como, por lo general, los escritores amamos los libros, se supone que también amamos encuadernar, editar, cortar portadas, coser. Quieren (¿quiénes, quiénes son ellos?) que un escritor aparezca ante el público como si estuviera frente a un animal al que hay que domar, dentro de un circo en el que todos actúan y quién sabe quién ve. Salvo extrañísimas excepciones, lectores de mi corazón, lamento decirles que, a los escritores que yo conozco, lo escritor no se les ve, más que en el corazón. Mientr...