Desde que Don Tr**mp llegó al poder en este país, no había tenido tiempo para venir aquí. Coincidió con mi regreso a clases, mi regreso a Mujer Migrante (había que pensar en los impuestos, el programa del año, los tiempos, los espacios donde vamos a trabajar, etc.). Por supuesto dejé X y dejaría todas las redes sociales de no ser porque (por el momento) no tenemos otra herramienta para comunicarnos colectivamente. Ya vendrá. No tarda, diría yo. Volveremos a las comunicaciones por radio y en clave. Total, si ya hemos aprendido a vivir poniéndole trampas a los algoritmos cazadores que funcionan para el rastreo y la censura. Pero bueno. Aquí no todo sigue igual, afortunadamente. Me refiero afortunadamente para quienes, inconscientemente, han aplaudido el regreso del nac*sm*. En 2019, durante una platica pública que tuvimos con Josh Kun y La Santa Cecilia en un auditorio de Phoenix (poco después de la matanza que vino a hacer Don Patrick Cr*sio*s a esta ciudad, y poco después de que que Tr**p nos visitara en un acto bizarro donde más que lamentarse por la matanza parecía que había venido a congratular al asesino con su dedito gordo para arriba) comenté que vivíamos tiempos en que los n*zis se estaban imponiendo. Siempre han estado aquí. La traductora simultánea en ese momento quiso ayudarme y tradujo “fascistas” en lugar de n*zis pero Josh Kun la interrumpió para decir “dijo n*zis”. 



Jajaja, las sutilezas de las interpretaciones y las acciones que con el tiempo se vuelven significativas (para nadie más que para mí, claro). No estoy intentando decir “se los dije” más bien, como decía el poeta sueco “uno tiene que saber dónde vive”. A mí, ésta me parece una época afortunada, no por lo inestable que resulta la seguridad del mundo entero, sino porque las decisiones de las personas nos hablan de la tierra que estamos pisando. Para muchos de nosotros era una cuestión de sentido común: todo menos republicano, pero para muchos otros no era suficientemente claro el peligro global que asechaba al quedar en manos de un lunático. Bueno, no sé si esta experiencia sea suficiente para comprender cómo se debe jugar a la política desde la silla ciudadana. 

¿No les parece que alguien nos quiere hacer creer que nuestro poder es muy pequeño, o peor aún, que es nulo? ¡Pero si nuestro poder es lo que cambia el rumbo del mundo! No es cuestión de vikingos en manada (ya se estarán dando cuenta los vikingos), es cuestión de una vida en paz o ser esclavos (más esclavos, peor esclavos). Querido vikingo, no vas recibir la riqueza que mereces por supersapien, vas a la fila de trabajos forzados como todos los pobres (o peor, a la línea de fuego o al campo de batalla) pero anywho que no venía aquí a hablar de esto sino de la gente, me gusta el término en inglés: the people. En español diríamos El Pueblo (la gente, the people). 

La gente tiene miedo. La gente está enojada. La gente está dándose cuenta de qué lado está el verdadero poder. A eso me refería con que este es un momento afortunado. Mientras los n*zis creen que vamos a morder el anzuelo producido por su terr*rismo mediático (he visto la misma foto del mismos agente de I*C*e tocando la puerta de una casa que no abre, repetida un millón de veces refiriéndose a distintas circunstancias; los medios diciendo que los poderes federales están por todas partes persiguiendo gente (y mostrando las mismas tres imágenes una y otra vez), doscientas mil notas sobre los aviones trasladando criminales a guant**mo and so on) esperando que nos creamos perseguidos, acorralados, con la necesidad de cargar una banda en el brazo con nuestra identificación pero ¿saben qué? queridos n*zis digitales, queridos terr*ri*stas de pacotilla: uno tiene que saber dónde vive, uno tiene que saber que en realidad no tienen los recursos legales, ni económicos, ni de personal (si, the people) para estar haciendo lo que dicen que hacen. Lo que tienen son tres pobres perros, cuatro fotografías y un rollo muy largo de lengua. Y, como siempre, los perros no tienen culpa alguna. Pero ¿Y nosotros? ¿Nosotros qué? 

Nosotros tenemos la fuerza que sostiene su realidad de mi*rd*, las manos que tecléan en las computadoras, los cerebros que organizan los papeles en las cortes, en los juicios y en los juzgados y aseguradoras. Nosotros sí, la gente, tenemos en las manos la extracción de los pozos de petróleo, la producción y el empaquetado de alimentos a nivel industrial, la matanza de la carne que les fascina, la carga y descarga de los puertos. Tenemos en las manos incluso la crianza de sus bebés, la buena educación de sus hijos. Nosotros, la gente, manejamos los camiones escolares, limpiamos los colegios, acomodamos y entregamos sus alimentos en (y desde) el supermercado. Estamos también en las oficinas de correo. Estamos de guardias de seguridad en los museos, vigilando la plomería que carga el agua de todo el país y las millonarias obras de arte. Estamos desde las mansiones de los billonarios hasta en las alcantarillas. La gente, sí, que tuvo que certificarse para poder también estar en los hospitales, en las peluquerías. Pero además la gente, es la que hace valer la ley, la que conoce las fuerzas de la naturaleza y tiene a la madre tierra por aliada; la que piensa, la que desarrolla estrategias para resistir, la que está dispuesta a trabajar a marchas forzadas y defender en los tribunales sin recibir un penny (aunque tenga la carita de Lincoln). Nosotros, la gente, tenemos la voluntad del mundo. Ustedes sólo tienen la dimensión artificial desde donde escupen sus mentiras. A otro perro con ese hueso. 

Alguien lo describió perfecto cuando dijo: “si viera entrar a Tr**mp por esta misma puerta, ni siquiera creería que es Tr**mp ¿are you Tr**mp? nah, men… you just are a walking lie“. Una mentira andante. 


Y sí, las armas provocan miedo. Los terr**istas de pacotilla provocan miedo (ese es su trabajo). Esas cuatro familias de chiflados que pretenden desarticular el mundo provocan miedo. Pero saben qué: con todo y miedo. Porque somos la gente. Todos somos nativos del planeta. Y ante los n*zis, vamos a resistir.  Deberíamos ir planeando la solicitud de una ley de amnistía global ¿no creen? Ya, osea… como que es el momento. Digo, desde el amorts, la ternura, el arcoíris, y la buena ondita. Basta con que todos, al mismo tiempo decidamos parar, para que su ilusión naci*sta se derrumbe.