La verdad es un velo tan sutil, tan frágil que a veces pienso que los seres humanos somos incapaces de verla. Con todos los velos que cubren lo que realmente somos y aunque he estudiado tantos años las prácticas para por lo menos por unos segundos tocar esa verdad, sigo teniendo dudas. Esa verdad que logro tocar gracias a los años de práctica, esos vuelcos que la verdad de lo que somos provoca en mi corazón se diluyen en un segundo ante las imposiciones del pensamiento o “las formaciones mentales” diría Tich Nhat Hahn. Entonces hay que instalarse en esa verdad y ser la práctica constante para nunca dejar ese lugar. Lo llamamos “casa”. Intentar ver la verdad es intentar rastrear el origen de todo. Ninguna ciencia puede explicarlo. Pero por el hecho de que no podamos explicarlo no significa que no exista. Aunque ¿quién concibió la palabra “origen” para justificar la necesidad de saber de dónde o de quién somos? Hay tanto odio en el proceso de comprender. Tanto rechazo. Tanta necesidad de tener la razón. Una cosa es la verdad y otra cosa es esa membrana frágil que sostiene lo que hemos elegido creer. Hay una novela de Yoko Ogawa que me encanta por lo que refleja: El Señor de los Pájaros. No les voy a contar aquí la novela pero casi al final existe un linchamiento social, ese linchamiento me recordó también a un cuento de Onetti. El lector tiene clara la verdad, el pueblo tiene muy clara su creencia. La literatura es así: te acerca a una verdad. Me refiero a la literatura-literatura, en fin. Entonces comienza esta manera de vivir dudando. Pareciera que siempre que hay una verdad lo que más surge es la duda. Entonces necesitamos sistemas que validen esa verdad y digan masivamente: sí, esto es literatura y aquello sólo es la construcción necesitada de una persona enferma. Y empiezan los remolinos por tener la razón, los remolinos del pensamiento. Menos mal que no vengo aquí a hacer literatura, ja! Y menos mal que nunca he tenido deseos de ser una escritora local que si no, varios pueblos ya me habrían linchado, ja! Hace mucho tiempo que, en lo que escribo (en mis libros, no aquí) no existe una intención de centrarme en mí. Pero también (quien haya estado en una secta lo sabe) hay momentos en la vida que para tomar aliento después de vivir sumergida en una perspectiva global donde también hay seres sociales que explotan sensaciones de éxtasis que la verdad provoca (y que no son más que el resultado de nuestra propia perplejidad. Quisiera en este momento tener la descripción de lo que es la perplejidad que hace el gran Fernand Deligny para estar todos en el mismo canal, oh wait! Tengo una zona de mi librero dedicada a los libros en los que trabajo y creo que ahí sigue el libro de Fernand Deligny “In reality chance is a completely unexplored word that is merely use to limit our perplexity”. Deligny tiene una manera extraordinaria de expresar la verdad de lo que ve y lo que trabaja, este libro se llama The Arachnean and Other Texts) en fin, un largo paréntesis para acercarme a quién sabe qué intento decir. Recordé a Deligny porque también me vino a la memoria un experimento psicológico muy común que demuestra que las sociedades van a creer lo que la mayoría afirme como verdad aunque en el fondo sepan por experiencia propia que se está cometiendo una injusticia. La presión social es efectiva para controlar sociedades enteras, pregúntenle a los Nazis. Pero a pequeña escala también pueden preguntarle a las estructuras machistas que protegen a violadores y dilapidan socialmente a sus víctimas (por eso lo que algunas feministas llaman “el pacto” no es una simple acusación intrascendente, sino un señalamiento importante que hay que escuchar porque son estas estructuras las que construyen la verdad a la hora de impartir justicia). Bueno, ya no sé ni de qué estaba hablando. Disfruto de mis vacaciones porque entro a la escuela hasta el 21 de enero pero me había despertado abrumada por verdades que promueven pequeños pueblos. Son dañinas si les damos espacio en nuestro pensamiento, así que decidí venir aquí y recordar por qué decidí trabajar en una investigación sobre el origen del sadismo que, como imaginarán, sí se puede rastrear. Comencé ese trabajo después de que Trump dijera que los violadores venían de México (a como están las cosas muchas mexicanas podríamos decir que sí y mencionarlos con nombre y apellido, ja!) y existe toda una estructura de poder en estos momentos, y desde entonces, dedicada a desprestigiar al continente latinoamericano de ascendencia indígena. Esa verdad se siembra para podernos matar sin que se haga mucho revuelo, o podernos encarcelar, torturarnos y exterminarnos. Son realidades tristes. Que prometen que cada una de nosotras a quienes nos gusta ver la verdad (no para tener la razón sino para vivir la libertad y el vuelco místico que la libertad provoca) despertemos tristes de vez en cuando, sintiendo la presión social que nos acorrala. Basta una pequeña reflexión y algo de amor (propio y ajeno) para volver a la verdad de nuestra vida. 




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