En fin, ya saben, preparé el café y algo me empujo hasta aquí antes de entrar a mi traje de botarga. Estaba pensando que mañana me tomaré el tiempo para comenzar a leer un nuevo libro de Yoko Ogawa. Es un libro que publicó hace años, pero es nuevo para mí. Estos últimos años he leído de forma constante a Yoko Ogawa: La fórmula preferida del profesor, Perfume de hielo, La policía de la memoria, Venganza, El hombre de los pájaros, Destellos de ámbar, El museo del silencio, y muchos otros libros más, me falta Niño con elefante y gato y Los tiernos lamentos. Como ya se dieron cuenta amo la narrativa de Yoko Ogawa (para que la agreguen a sus clases de creación literaria, universidades -es nivel doctorado-). Es sabido que Ogawa tiene una influencia profunda de Ana Frank, o más bien de El diario de Ana Frank, que a saber quién lo habrá escrito realmente. Por eso me he dedicado también a leer el Diario de Ana Frank detenidamente, en diferentes traducciones. Definitivamente es conmovedor, sobre todo en la manera en que describe la intimidad que se consigue en un escondite. Esas pequeñas cosas que son la intimidad cuando estamos en riesgo de perder la vida. Más conmovedor aún que se trate de una niña que no entiende por qué pasó de la opulencia a las papas podridas, la discriminación y el encierro. Lo que me llamó profundamente la atención del Diario de Ana Frank es la similitud de paisaje en la calle que se respira afuera, poco antes de ser descubierta, con la tensión que se respira en las calles de Honduras, de Guatemala o de México -con la diferencia de que nadie ha pasado de la opulencia a las papas podridas-. Hay una parte donde Ana Frank se asoma por la ventana ve la calle vacía y comenta que por ahí solía pasar una niña, casi adolescente, que repentinamente “desapareció”. Después comenta que ha escuchado -por los mensajeros que paga su padre- que muchas niñas han desaparecido desde que el régimen Nazi tomó la ciudad y nadie sabe de su paradero. No se trata de niñas judías. Volveré a la edición de Porrúa para encontrar el el párrafo exacto y citarlo tal cual, porque en este momento pues botarga, verdad. Pero sí, lo de la desaparición, explotación y asesinato de niñas en periodos de guerra parece una estrategia común para sembrar el pánico y mantenerte a las poblaciones aterrorizadas. El terrorismo que tanto se combate en todas partes menos en su propio pesebre, verdad? Tácticas de guerra, vaya-vaya, que tampoco son tan nuevas. Si tan sólo nos asomáramos a lo que hicieron con la mujeres (sus mujeres, las blancas) durante el medioevo. Por cierto dato random, sabían que Beth Laham (o Belem): Beth = casa, Laham = carne, es conocida no sólo como Casa de Carne, sino como La Casa del Carnicero? No lo digo yo, eh. Por cierto: muy felices fiestas, carniceros.