Las estudiantes y yo nos llevamos una sorpresa muy grata al mismo tiempo: yo al notar que desconocían el origen y al preguntarles por el cuándo se formó la familia como núcleo de la estructura social respondían: así ha sido siempre. Supongo que en su subconsciente estaba inscrito el mito de Adán y Eva, el pecado original y el sufrimiento de la vida fuera del paraíso por alimentarse del fruto prohibido de la pasión. Sucede.
Sucede que vivimos sin hacernos muchas preguntas (amo este lugar ¿les había dicho? entre más me adentro en recorridos en estructuras del "Estado" más amo este lugar: sí, este espacio virtual, es un sitio pacífico). "porque así ha sido siempre" respondieron. Hay muchas cosas que creemos que así han sido siempre, es decir: son así por naturaleza.
Pero en realidad no, las cosas no han sido así durante toda la vida. No siempre vimos a los otros como nuestra propiedad, no siempre vivimos en este mundo adueñándonos de manera particular de extensiones territoriales, no siempre vivimos obedeciendo estructuras jerárquicas para proteger nuestra vida, no nacimos con el cinturón de castidad para asegurar la prolongación del feudo, no siempre fuimos vistas como una propiedad que era parte del feudo y los hombres no siempre fueron propiedad del Rey (sobre todo los plebeyos). No, no siempre creímos que había personas más valiosas que otras porque su sangre era azul: azul como el Dios único, mientras que la nuestra era roja, pecadora y perversa.
¿En qué momento comenzamos a pensar que poseer, acumular y asegurarnos que nadie hurtara lo que nos pertenece es nuestra naturaleza? Es decir ¿en qué momento convertimos la propiedad privada en nuestro motor de la existencia?
Esa fue la sorpresa grata. Para mí: ver el momento en que la puerta de la historia se abre para iluminar y pulverizar las creencias absurdas que nos atormentan; para las estudiantes: el momento de comprender que para el abuso, el control, el desacuerdo, la incomodidad, la vejación, el sometimiento: hay un origen, y ese origen no es divino, sino sistémico.
Hubo una vez un momento llamado época oscura, en el que todas pasamos a ser la propiedad de alguien más "grande" o más privilegiado. El orden jerárquico del mundo nunca ha sido natural. Los hombres no son "así". Antes de esa época existieron -y muy probablemente siguen existiendo- sociedades estructuradas de otras formas, creyentes de mitos menos opresores y con síntomas sociales menos desastrosos tal vez. Porque como diría el gran Fernand Deligny: ¿dónde está el nido antes que el pájaro lo construya?
Existen y de forma natural han existido sociedades que se han desarrollado de otra manera, es su atención la que observa el cielo, no sus aspiraciones. Civilizaciones que no hacen la pregunta "¿de quién es esto?" simplemente saben (con un saber distinto y antiguo) que nada es nuestro: todo lo experimentamos, pero nada nos pertenece.
La terapeuta Nilda Chiaraviglio resuelve mucho a través de esta pregunta: ¿Cómo es posible que sigamos intentando relacionarnos como en la época medieval en pleno siglo XXI? Bueno es posible gracias a los mitos que nos gusta contarnos, y el Dios en el que nos gusta creer. Yo también creo en Dios. Me gusta creer en Dios. He experimentado la fuerza que va más allá del cuerpo y alcanza latitudes donde el arriba y el abajo no existen, y la mente es capaz de saber cómo siente una estrella.
Existe un saber anterior: sabemos antes de saber que sabemos; la neuropsicología se ha encargado de demostrarlo, le llamamos intuición y esa intuición se contrapone a todo lo que tiene que ver con poseer: la verdad es que ser dueño de... o propietario de... es sólo una idea que, por cierto, nos está costando muy cara.
Conocí a un Guru canadiense que suele decir: ser conscientes de la propiedad de los otros nos impide arrebatarles la comida de las manos si tenemos hambre, o tomar cualquier objeto que consideremos apto por simple entretenimiento. como simios: esto incluye a las mujeres "de otros". Creo que no es necesario que diga que este tipo ensucia el término Gurú (el que ilumina a los otros), y no es más que un narcisista y farsante neoliberal. Sabemos que no es este "sentido de la propiedad" (¿Cuál sentido? si ser dueños de algo en el planeta es una transacción ilusoria.) sino la maduración de el lóbulo frontal y la corteza prefrontal lo que nos permite reflexionar sobre las decisiones que somos capaces de tomar: si decidimos robar, matar, o atropellar por comer lo que el otro tiene en sus manos, o decidimos acercarnos y preguntar en cuál árbol cogió su alimento: sentido común... Es esta maduración la que nos permite poner atención profunda a situaciones, eventos o estados de ser que van más allá del sonido, la luz y el movimiento. Somos capaces, cuando esa parte del cerebro madura, de poner atención a cosas quietas, a sombras, a intenciones escurridizas, a la inmensidad del silencio y lo grandioso que en realidad es la mente y la inteligencia de todo lo que está vivo. ¿Por qué reducimos esa grandiosidad a la vileza o el vicio de poseer y defender nuestras posesiones?
Sí, lo personal es político. Nuestra mente depende de esos pequeños detalles. Y si tomamos en cuenta que la única libertad que tenemos es la libertad de elegir lo que pensamos ¿cómo vamos a elegir qué pensar sin ser conscientes de que nada nos pertenece, estamos aquí experienciando lo que nos rodea y por más que poseamos, eso que poseemos no es nuestro. Lo nuestro son los brazos, las piernas, los ojos, el cuerpo y todo lo que contiene y aún así cualquier poder más grande puede ponernos un cinturón de castidad en principio de metal, durante toda la vida: ocasionándonos enfermedades, amputaciones, infecciones y muerte, o en la actualidad un cinturón de castidad imaginario, ocasionando cocteles de enfermedades mentales, odio, crueldad, shock y trauma.
Lo único que poseemos en realidad es nuestra mente, unida a la mente de todo lo que existe. Siempre y cuando logremos establecer la soberanía en ese territorio, comprendamos cómo funcionan las estructuras sociales y cuál es el origen de la vida que que vivimos o del sueño que queremos vivir. Hay que saber muy bien dónde nos andamos hincando: ante la alegoría de la culpa, crucifixión y tortura eternas o ante la grandiosidad de todo lo que habla, piensa y actúa por sí mismo, cuya belleza no se puede cuantificar o medir: la mente, hermosísima.