Nací en los setenta, sí. Hace algunos años intenté. a petición de una editorial, hacer una selección de lo que he escrito en formato de blog desde el 2001. Era una selección interminable que no me dejó satisfecha así que, afortunadamente no sucedió. ¿Saben qué pasa últimamente en este blog? que cambié de computadora. Por primera vez en mi vida de perro tengo una Mac y resulta que el formato de blog impide aumentar la pantalla, como solía hacerlo en mis computadoras viejitas. Así que me siento algo alejada de este blog y de mí. Con las otras, al movimiento del cursor disminuía y aumentaba la pantalla. Con esta, mi primera Mac propia (en los periódicos que trabaje siempre había Mac) planita, color rosa metálico, me quedo en la distancia. Viendo el texto a lo lejos. Espero que el algoritmo esté tomando nota y al rato envíe un tutorial de Youtube a mi página de Facebook o algo. Muevo el cursor, busco en las ventanas y lo juro, no sucede y no sucede. A veces pienso en cosas como esta: siempre quise tener una Mac propia y es hasta ahora que cumplo 50 años que la tengo. No sé que hubiera sido de mi escritura si la hubiera tenido antes. He sido tan pobre toda mi vida y, como si no fuera suficiente con ser pobre, he tenido tanta vergüenza de ser pobre. Recuerdo que en la universidad mi amigo Arturo y yo compartíamos una Laptop Dell a la que le había entrado un virus y movía a voluntad el cursor mientras escribíamos un párrafo. Yo me había acostumbrado a checar y regresar a pescar el cursor antes de seguir escribiendo, Arturo no. Así que se ponía a teclear sin reparo y cuando se daba cuenta que lo estaba haciendo en el lugar equivocado soltaba un "¡ah, qué la chingada!". Trabajábamos en un cuarto prestado construido de block en la parte trasera de la casa de mi mamá. Era un infierno. No sólo por la convivencia obligatoria con mi mamá, sino por el calor de la ciudad. Mi vida, básicamente, ha sido un infierno, la verdad. Aunque he sido feliz muchas veces. Esa es la maravilla de la pobreza. No conoceré otro tipo de felicidad. Sólo la felicidad exacerbada de alguien que siempre ha sido pobre. Aunque dejara de ser pobre, la manera de experimentar la felicidad ya no cambiaría, la pobreza es una marca. Porque no se treta de tener o no tener. Sino de las posiciones donde la sociedad nos va colocando. Algunos de nosotros no tenemos otra opción que esclavizarnos o aceptar la pobreza. Por lo menos tengo la posibilidad de escoger. Y la posibilidad de reflexionar desde una Mac. El calor es el mismo pero escribo desnuda y, quien vigila mis acciones ya no es mi madre, sino un comité de artistas que son mis vecinos. Eso me da un respiro. También me estoy acostumbrando al template distante. El blog para mí sigue siendo un alivio. Aunque en estos tiempos más que nunca siento que ya no hay quien vea o escuche lo que escribo. Los ojos de esas compañías que parecían eternas sencillamente se esfumaron. Pero yo sé que tú estás ahí, leyendo. Tú, que también has sido pobre toda la vida y ahora a tus cincuenta años optaste por el esclavismo a cambio de la ilusión de no vivir en la pobreza. Y duermes con estrés, comes con estrés, hablas con estrés, escribes con estrés. Ojalá el mundo compre tu estrés y vendas muchos libros porque, ser un esclavo que además en sus horas extras también es esclavo de sí mismo, es un infierno quizá más lamentable. En fin.

Este haber nacido en los setenta me lo recordó Jazmín Cacheux en esta charla que quedó grabada en Youtube. Sí, hay felicidad en lo que hacemos. Gracias, Jazmín hermosa.