Murió Jaime Moreno Valenzuela, una persona muy querida para mí, con quien compartí años y de quien aprendí muchísimo. Todavía no sé bien a bien qué: a quererme, entre otras cosas, a tomar mi lugar sin esperar que otras personas me lo den  (les guste o les disguste mi presencia). Ser libre y disfrutar libremente es cosa que me ha costado trabajo aprender. Pero me esfuerzo. Aprendí a cocinar bailando. A desayunar escuchando Zap Mama. A bajar el volumen de le película e inventar los diálogos. Pero también aprendí a decir no, a decir basta. A no conformarme. A cerrar una puerta detrás de mí y marcharme, sin remordimientos. A recordar sin dolor y a disfrutar de los recuerdos. 

Algo en mi corazón se abrió en la convivencia con Jaime y algo también se cerró en mi corazón cuando dejamos de vernos. Me fui transformando. Aprender junto a Jaime era vivir con el pie en acelerador. Yo tenía veintidós años, él treinta y siete. Aprendí a ser totalmente esa yo que yo era a esa edad, una yo un tanto moldeable todavía: blandita. Muy lejos de lo que soy ahora, creo. Yo creía, en aquel entonces, en el amor romántico y en la fuerza de la admiración. Lo admiré muchísimo, pasaba horas contemplando sus archivos, las primeras fotos que tomó y creía que Jaime era alguien fuera de este mundo, mil veces superior a mí, intelectual y creativamente. Esos errores de interpretación los fui corrigiendo con el tiempo. Entendí que la jerarquía no forma parte del mundo en el que me interesa vivir, tampoco la competencia, ni la confrontación, ni la exclusión. Pero sin duda Jaime era una persona de otro mundo. 




El amor se construye desde la elección propia y no desde un flechazo irremediable de cupido. Siempre elegí a Jaime como amigo, confiaba en él plenamente. Solía llamarle por teléfono y quedarme horas platicando con él de todo: de su vida, de la llegada al "sexto piso", de su hermano Rubén, de los presupuestos y las truculencias en su distribución tratándose de la cultura y las artes. Hace algunos años habían entrado a su casa y robado todo su equipo de trabajo, estaba triste pero animado disfrutando de sus paseos en bicicleta y de sus partidos de basquet ball, me contaba. Cambié de teléfono y este año sencillamente me tardé en llamar, lo pensé varias veces pero también varias veces lo pospuse. Todavía no alcanzo a entender la dimensión de mi tristeza. 

Son las 2 de la mañana y aquí estoy, contemplando el enorme poder de lo irremediable. Generando el agradecimiento que me permitirá estar de pie mañana para poner el café a las a las seis, y tener la fortuna de encontrarme con la persona que he decidido amar, la persona a la que elijo todos los días. En unas horas prepararé ese café para nosotros y esa persona sabrá cuánto agradezco que ella también me haya elegido hoy, estando completamente vivos y en paz. 

Buen viaje, querido Jaime.