Soy una mujer de 48 años que ha tenido un montón de experiencias y profesiones. Las que han sido mis profesiones se quedan conmigo y van nutriendo mi forma de interpretar el mundo. De adolescente canté en los camiones y en alguna taquería para sobrevivir. Prefería eso a tener que trabajar ocho horas de pie en una zapatería donde los cñoros no sólo se medían el calzado, sino que acosaban sexualmente a todas las menores de edad que queríamos ganar nuestro propio dinero, recuerdo bien a uno que me dijo: ¿qué te pasa? ¿no te gustan los hombres? Yo tenía 15 años y quería sentirme independiente, ja! Mis padres se sentían bien con que yo trabajara en la zapatería, lo de cantar en los camiones los avergonzaría hasta el infinito. A mí no, cuestión de enfoques. Me sentía más libre y menos expuesta, subíamos tres o cuatros personas a cantar al autobús, así que. Había una taquería en la que el mesero apagaba la televisión cuando nos veía entrar para que cantáramos sin interrupciones. Cantábamos, recogíamos el dinero, luego cenábamos una orden de flautas. Las flautas más ricas que he comido en mi vida: El Cometa, se llaman. Crecieron, se expandieron y tienen muchas sucursales ahora. Mi lujo en la adolescencia era comer esa montaña de queso con crema, tomate, cebolla y aguacate. Ellos crecieron, yo soy vegana. Mis placeres han cambiado. Mucho. Pero hay uno que desde hace muchos años me tranquiliza por encima de todo. Es el placer de prepararme un café en el silencio de mi casa y venir aquí, a esta pantalla. Sucede cuando le doy el primer trago al café, antes lo preparaba con crema y miel. Hoy lo tomó con un poco de leche vegetal. Pero esa sensación de que voy a encontrarme con algo muy querido y que no sé qué es me despierta todos los sentidos. Voy a encontrarme conmigo, voy a saber quién soy. Nunca sé a ciencia cierta quién soy. Pero siento que al escribir encuentro algo. También últimamente he sentido que cada vez hay más que encontrar. Con la muerte de tantos amigos este año y el año pasado me acuesto y me despierto  recordando. 

Cecilia Briones Zúñiga "La Catrina"

Han muerto tantos amigos, que pensé que me ya me había acostumbrado a decir: bueno, hasta la próxima. Pero hace un par de días murió la pintora Cecilia Briones "La Catrina". Yo le decía Catherine. Y su muerte me derrumbó. 



No sé si Catherine era uno o dos años menor que yo. Pero su muerte, de forma repentina, me ubicó como un rayo en el momento en que nos queríamos y nos frecuentábamos. Siempre me sentí bien con ella. Siempre compartimos algo. Algo de ese "no sé quién soy" que nos impulsaba a crear. A mí a escribir, a ella a pintar. Yo he amado siempre la pintura y ella, me consta, amaba la literatura. Nos acompañábamos y nos reíamos hasta llorar. La última vez que la vi fue en 2011. Armó una exposición en una Peña cerca del Parque Borunda y me invitó a "leer algo". Nunca dije que no a alguna de sus invitaciones. Ella tampoco dijo que no nunca a una invitación mía. Así que en la oficina de DEMAC (la organización que yo coordinaba) había una exposición de varios de sus cuadros. Ese 2011, o tal vez era invierno de 2010, el aire en la ciudad era denso. Mataban aproximadamente 35 personas diariamente y casi nadie salía de sus casas en la noche. 


Tomé un taxi y llegué a la Peña. En el lugar había un público de 2 personas. Se trataba de una serie de cuadros rojos. Catherine estaba impactada por toda la sangre que corría en la ciudad. Sobre todo por el asesinato de un grupo de niños en la Colonia Salvarcar, la casita de interés social donde los acribillaron había quedado inundada de sangre y esa imagen la había impactado muchísimo. A muchos de nosotros se nos olvida, pero las artistas somos ultra sensibles. Podíamos respirar el sufrimiento y el terror de la ciudad. Ninguna de nosotras se sentía bien. Pero aún así nos encontrábamos, nos reíamos y Catherine pintaba, a pesar de todo. O precisamente a raíz de ese pesar. A pesar de la pobreza, la falta de espacios seguros, la discriminación y el odio. Ese invierno está un poco borroso en mi memoria. La Catrina no. La Catrina, en mi memoria está clarísima, por la mañana. Saliendo de mi casa después de un café, como muchas mañanas. Cómo nos ha partido y repartido esta guerra misógina. Este terror.