Soy muy afortunada. No sé si me miento a mí misma, pero considero que sí: soy muy afortunada. Estoy a un paso de cumplir 48 años. Tengo tiempo para escribir, para cuidar de mí, para descansar. Pero además creo que la fortuna no se relaciona únicamente con las circunstancias personales. Cada día estoy más convencida que la manera en que decidimos pensar construye la manera en que vivimos y construye también el lugar desde donde vivimos. La fortuna es una creación colectiva. Tengo la fortuna de conocer la vida de este lado del mundo: una vida en común. 

Morgue móvil, junto a cementerio Concordia.

Estos días la situación sanitaria que se padece en esta ciudad me ha atravesado el cuerpo. Estuve cerca de las morgues móviles donde se apilan los muertos cerca del Cementerio Concordia. Pero también vi los centros comerciales abarrotados. Los supermercados saturados. Las plazas públicas llenas con celebraciones navideñas. Tuve que recoger a mi amor en el hospital. La realidad fue impresionante. Por un lado los cadáveres apilándose en un rincón de la ciudad, por otro las personas negándose a creer que estamos en un estado de emergencia, eufóricos y hartos rompiendo una cuarentena que lleva ya nueve meses. Y por otro lado las autoridades de la ciudad decidiendo que el movimiento comercial es más valioso que las medidas precautorias para conservar la vida humana. Es un panorama impresionante. Todo mundo arriesgándose. Bueno, casi todo mundo. Todo mi mundo (esa vida en común). El mundo de quienes tienen que trabajar para sobrevivir, porque el gobierno no ofrece alternativas que les permitan sostener sus negocios en esta contingencia. El mundo de los trabajadores de la construcción porque los desarrollos urbanos multimillonarios auspiciados en parte con fondos gubernamentales deben continuar. El mundo de las familias numerosas que al estar todas juntas en una sóla casa por más de 4 horas cobran consciencia y necesitan escapar del hacinamiento en el que han sobrevivido durante años. El mundo de quienes en enero están a punto de ser desalojados de sus casas, entonces mejor buscar qué hacer (arriesgando la vida). Y el mundo de quienes cayeron en el hospital contagiados de Covid y mientras pasa el tiempo están ahí: generando una deuda que tendrán que pagar si sobreviven, o heredarán si no.

Presos depositando cadáveres en las morgues móviles como parte de sus trabajos forzados

Hay otro mundo también. El mundo de quienes toman las decisiones financieras en la ciudad. El mundo de quienes han apostado que vale más sacrificar a la población para conservar las inversiones multimillonarias que dirigir fondos específicos para sostener a salvo a los pequeños comerciantes. El mundo al que (parece) le conviene que la población disminuya de golpe. Ese otro mundo no necesita salir de su casa. Tiene seguro de gastos médicos mayores y hospitalización privada. Ese mundo tiene un campo de golf en el patio y bunker en el sótano (según lo requieran las circunstancias). Ese mundo dirige conferencias desde una mansión tradicional y conservadora, agradeciendo a Cristo ser uno de los elegidos para pasarla bien en épocas de apocalipsis. Ese mundo cree que el otro mundo (el mundo colectivo) es merecedor de este infierno y yo, me considero afortunada de estar con los ojos abiertos en la pesadilla. No es que la pesadilla no me toque. No es que el infierno no me esté llegando a la coronilla. 

El traslado de los cuerpos de personas fallecidas por Covid a cargo de reos

Me considero afortunada porque mi corazón no resistiría estar del otro lado: mandando personas a la muerte desde mi tina de porcelana. Echando personas a la calle desde mi bosque/jardín privado. Aplastando a los sobrevivientes de esta plaga con el manotazo de las deudas. Soy muy afortunada de vivir en un edificio que creó una mesa de caridad en el cuarto de lavandería donde todos dejamos algo y, si necesitamos todos tomamos algo para sobrevivir o para comer. Soy muy afortunada porque quiero muy pocas cosas, pequeñitas. Y porque, como diría Mahmood Darwish: poseo nada, así que nada puede poseerme. 

*Las fotos las tomé de internet, algunas son de la agencia Reuters.