Soy muy afortunada. No sé si me miento a mí misma, pero considero que sí: soy muy afortunada. Estoy a un paso de cumplir 48 años. Tengo tiempo para escribir, para cuidar de mí, para descansar. Pero además creo que la fortuna no se relaciona únicamente con las circunstancias personales. Cada día estoy más convencida que la manera en que decidimos pensar construye la manera en que vivimos y construye también el lugar desde donde vivimos. La fortuna es una creación colectiva. Tengo la fortuna de conocer la vida de este lado del mundo: una vida en común.
Morgue móvil, junto a cementerio Concordia. |
Presos depositando cadáveres en las morgues móviles como parte de sus trabajos forzados |
Hay otro mundo también. El mundo de quienes toman las decisiones financieras en la ciudad. El mundo de quienes han apostado que vale más sacrificar a la población para conservar las inversiones multimillonarias que dirigir fondos específicos para sostener a salvo a los pequeños comerciantes. El mundo al que (parece) le conviene que la población disminuya de golpe. Ese otro mundo no necesita salir de su casa. Tiene seguro de gastos médicos mayores y hospitalización privada. Ese mundo tiene un campo de golf en el patio y bunker en el sótano (según lo requieran las circunstancias). Ese mundo dirige conferencias desde una mansión tradicional y conservadora, agradeciendo a Cristo ser uno de los elegidos para pasarla bien en épocas de apocalipsis. Ese mundo cree que el otro mundo (el mundo colectivo) es merecedor de este infierno y yo, me considero afortunada de estar con los ojos abiertos en la pesadilla. No es que la pesadilla no me toque. No es que el infierno no me esté llegando a la coronilla.
El traslado de los cuerpos de personas fallecidas por Covid a cargo de reos |
Me considero afortunada porque mi corazón no resistiría estar del otro lado: mandando personas a la muerte desde mi tina de porcelana. Echando personas a la calle desde mi bosque/jardín privado. Aplastando a los sobrevivientes de esta plaga con el manotazo de las deudas. Soy muy afortunada de vivir en un edificio que creó una mesa de caridad en el cuarto de lavandería donde todos dejamos algo y, si necesitamos todos tomamos algo para sobrevivir o para comer. Soy muy afortunada porque quiero muy pocas cosas, pequeñitas. Y porque, como diría Mahmood Darwish: poseo nada, así que nada puede poseerme.