El año pasado vi una exhibición de Irene Kopelman, en Witte de with de Rotterdam y mi corazón cambió. O más bien diría que mi corazón regresó a no sé qué parte de mí, y se acomodó. Mi corazón volvió a acomodarse. Llevaba mi corazón más de 10 años amando los rojos, los destellos y las estridencias y, sin esperarlo, mi corazón se encontró en esto. Desde entonces regresé a mi departamento y quise rodearme de otras cosas, de colores que daba por sentado y a los que sólo me acercaba en algún paseo, en algún paisaje. Esta colección de Irene Kopelman, me recordó tanto un atardecer que encontré sin esperarlo en un paseo en los Angeles. Un dorado pero silencioso, una vitalidad callada. Algo que no necesita mostrarse porque es pura presencia. ¿Se imaginan llegar a una cita a ciegas, doblar la esquina y encontrarse con una presencia así, esperándolos, y que los salude como si nada desde esa naturaleza profunda de lo que sólo es, como si la naturaleza entera de la tierra los saludara precisamente a ustedes y a nadie más? Pues de ahí vengo... o a ese lugar regresé. A ese lugar de mí. Antes de irme a Rotterdam (donde viví algunos meses) Diva murió, regalé todo lo que tenía (incluyendo mi ropa), puse algunos cuantos muebles y unos cuantos libros en una bodega y cuando regresé, regresé a un departamento vacío. Mi colección de arte (básicamente cuadros que han sido las portadas de mis libros, junto a mi escultura favorita) me inquietaba, duré mucho tiempo sin colgar nada, sin acomodar nada. Sin un sólo mueble, salvo una mesa y una cama. Imaginando los colores que vi en la exhibición y mi imposibilidad de reproducirlos o traerlos a esa casa vacía. Mi corazón se sentía vacío. Pero vacío de forma positiva. Vacío de la materia construida por la violencia, y ansioso por seguir ese hilo natural mucho más parecido a la paz o al descanso.
Y aquí estoy, de regreso a mí. Me había alejado tanto de esta parte callada de mí, natural de mí. Había orbitado tanto entorno al deslumbre de lo que admiro o lo que amo fuera de mí que me había olvidado de esta tierra sola, tranquila en la que me siento completamente yo, sin nadie. Sin interacción. Ustedes saben que soy introvertida pero aún así me mantengo en interacción constante, y esa interacción ha generado experiencias tan extraordinarias que me había envuelto absolutamente en ellas alejándome de esta naturaleza que adoro: la interacción únicamente conmigo misma, sin nada más allá que admirar, sin nada más allá para disfrutar, sin nada más que ser. Ser manifiesto.
De la exhibición de Irene Kopelman |
Y aquí estoy, de regreso a mí. Me había alejado tanto de esta parte callada de mí, natural de mí. Había orbitado tanto entorno al deslumbre de lo que admiro o lo que amo fuera de mí que me había olvidado de esta tierra sola, tranquila en la que me siento completamente yo, sin nadie. Sin interacción. Ustedes saben que soy introvertida pero aún así me mantengo en interacción constante, y esa interacción ha generado experiencias tan extraordinarias que me había envuelto absolutamente en ellas alejándome de esta naturaleza que adoro: la interacción únicamente conmigo misma, sin nada más allá que admirar, sin nada más allá para disfrutar, sin nada más que ser. Ser manifiesto.