Estaba a un paso de salir al banco. Ustedes saben: el banco no es precisamente mi lugar favorito. Por eso, con la chamarra y la bufanda puestas, después de pasar por tuiter para limpiar un poquito mis obsesiones (las tontas), escuchar musiquita de mis amigos, y leer palabras dulces como esas primaveras que ya no existen, en lugar de encaminarme al banco y a la farmacia y al supermercado, me vine para acá. ¿Ven cómo es la vida? Nos orilla a darnos largas explicaciones incluso a nosotros mismos. Una larga explicación para pedirme permiso: ¿puedo salir a jugar? E imagino la voz de mi mamá diciendo: ya va a llegar tu papá de la oficina y no le gusta que no estés aquí cuando llega, acuérdate.
En fin. Que yo no soy huérfana, ni nada. Mi papá estuvo ahí llegando de la oficina religiosamente a las 5 o 6 de la tarde, y nosotros esperándolo a comer. Y el quejándose de la comida. Y, a veces, dándome regalos y, también a veces (creo casi siempre) odiando su vida (en secreto), lo que desembocaba en griteríos masculinos desesperados. Pobre de mi padre, sin paz.
Ahora que yo tengo su edad, tampoco tengo paz, pero por lo menos sé cómo disolver mi falta de paz antes de comenzar a los gritos, además yo, al contrario de mi padre, me aseguro que, en caso de gritar o de llorar, no haya nadie para escucharme.

No reacciono ante casi nadie, por ejemplo, con los oficiales de seguridad en las fronteras soy mancita, como perro apaleado. Ellos gritan, se burlan y yo sólo los miro como si no entendiera de que se trata este juego de la humillación, siendo en realidad esa analfabeta a la que miran con desprecio que, después de cruzar su frontera firma libros y platica de los condicionamientos creados para que no hagamos más que obedecer. Obedecer. Eso. Eso hago hoy. Me doy las explicaciones y me obedezco. Así somos. Entrenados para obedecer. Y entrenados para castigar a quienes no nos obedecen. Lo hacemos todos los días. Si alguien no se comporta como nos gustaría, cambiamos nuestra actitud hacia esa persona... de forma tan sencilla y tan simple entramos en el mecanismo de obedecer para ser aceptados y de ejercer presión en los demás si es que no nos obedecen.
En fin. A lo que venía era a buscar un refugio de los Bancos que me esperan allá afuera. Pero es imposible. Tengo mi propio sistema bancario interior que se activa y me reclama y se levanta como un enorme edificio de concreto que obstruye mi vista al mar y al sol. La vida.



Nota: curioso, mientras estaba escribiendo juré que era esa niña sucia y despeinada de siempre pero, me levanté al baño y me vi de reojo en el espejo y me encontré con una mujer de cuarenta y cinco, bien peinadita, con su bufanda bien hecha... como si estuviera a punto de ir a alguna parte.
No quiero ir a ninguna parte. Desde ayer me siento presa de la circunstancias. Pero sé que me haré bien ir a alguna parte decir: "hola qué tal" y escuchar esas preguntas interesantes como "¿débito o crédito?".