Niños de un campo de refugiados, bloquean nuestro camino en Nablus


No sé qué me pasa. Sí, ya sé que no estoy diciendo nada nuevo. Nunca sé qué me pasa. ¿Alguien lo sabe? Como siempre esto es sólo un decir. Creo que sé que me pasa. Me pasa que tal vez no siento que la escritura pueda definir, siquiera describir remotamente algo de lo que sucede en el mundo. Ante tanta barbaridad, y no es por sentimentalismo, creo que la escritura es una herramienta un poco inútil para nuestra época: decir no basta. Decir no es suficiente. Ese punto oscuro, si lo vemos de frente, se ha estado insertado en mi corazón estos últimos meses. Eso y la idea de que no conozco realmente a las personas que amo. Porque las tengo lejos (hay tanto a quién amar). Y, para variar, cada día remo más y más lejos. Pero lo de las personas que amo no importa aquí, decía que ese punto oscuro, si lo vemos de frente, se ha insertado en mi corazón. Pero tengo otras formas de mirar el mismo punto. Cuando digo escritura me refiero a mi propia escritura, y caigo en esta idea podrida de la producción. Y cuando me refiero a la idea podrida de la producción, no me refiero al hecho de escribir toneladas o no parar de escribir (que es lo que hago, porque si no me enfermo). Me refiero a escribir con la idea de que la escritura sirve de algo o debe servir para algo. A mí me sirve para algo: para pensar, para reflexionar. La escritura, en mi caso, es pensamiento. Hace tiempo ya que tampoco me gusta hablar de mí como un yo. Porque ya no me siento así. La escritura, entonces, es una herramienta indispensable para describir el mundo de la biología (por ejemplo), de los sistemas artificiales como este que han creado dimensiones como si se tratara de algo natural. Y habitamos esas dimensionen, nos hemos sumergido en ese mundo. Algunos de ustedes, por ejemplo, nacieron aquí, con esta dimensión abierta. Para eso funciona la escritura. No podemos seguir pensando en la escritura como un simple regocijo. Es decir, me lo digo a mí: no puedo seguir pensando en la escritura como un simple regocijo. La escritura es uno de mis mundos, el mundo que mejor me sienta, he perdido amigos en ese mundo, por ejemplo: porque han muerto, porque los han asesinado, porque me fui sin despedirme, porque su mundo andaba mucho más rápido que el mío y qué se yo por qué más pero, a lo que voy es que la escritura era una dimensión, era la dimensión alternativa que crecía de forma natural como una red distribuida ¿ahora me explico? La estructura que se construía a sí misma, antes, se manifestaba desde los hombres a través de la escritura: se hacía tangible. Ahora, esa estructura es una red que está aquí, y se manifiesta en la plataforma en la que les escribo. La escritura, igual que nuestro(s) mundo(s) ya es otra cosa. Aquí los amigos vienen y se van, desaparecen, aparecen en la sala de mi casa desde Singapur o Eslovenia, los llevo dentro del aparato a la cocina etc. Otra dimensión. 
No me quejo de ella. Lo que intento explicar es que la escritura cambió y ahora, si no sostiene una profunda manifestación del mundo natural, del pensamiento natural, de la naturaleza que somos, es sólo un juguete, una pieza decorativa a la que también le construimos un mundo. Como si nos reuniéramos a adorar un trozo de chatarra e hiciéramos largos viajes para verlo, y nos hospedáramos al rededor del trozo de chatarra en lugares lujosos, sin ver que se trata sólo de nuestro miedo de dejar de adorar, aunque sea un trozo de chatarra. Como si, cuando el trozo de chatarra se acabe, todo en lo que hemos creído se fuera a acabar con él, entonces nos obligamos a seguir: a sostener el Yo, a avanzar intentando adorar la chatarra de forma cada vez más creativa (unos desquiciados), alimentando festivales y doctorados, generando certificaciones y credenciales: jerarquías: creando y cerrándole el mundo, un mundo enfermo construido para adoradores de la chatarra que han colocado en un mundo blindado. No queda vida ahí. En aquella escritura.

La vida ahí se acabó. No sé bien a bien cuándo. Tal vez ese sea el punto que se siente extraño en mi corazón. La vida está en otra parte. Y la vida, en otra parte, es vida y, por lo tanto, es maravillosa.