Son las 4 de la mañana del 12 de diciembre. Salvo que mi vida no se detiene, no hay nada extraordinario por aquí. Salvo que he logrado cortar con la mayoría de mis co-dependencias, tampoco hay nada nuevo por aquí. Salvo que después de dos años, por primera vez siento que estoy cien por ciento presente en esta tierra, no hay nada nuevo por aquí.
Nada nuevo. Me dan miedo los proyectos que estoy por iniciar ¿les suena? Como siempre. Los propios riesgos me producen insomnio; insomnio del que yo llamo "insomnio del bueno" porque hay en él una felicidad subterránea, la felicidad que surge de esa noción de que, aunque tengo momentos pésimos, en realidad nunca me detengo: no hay nada en mí que deje de moverse o de transformarse. Como les digo ¡nada nuevo! Salvo que, a pesar de no poder pisar mi país me siento más libre que nunca. Estoy de buen humor. No es que sean particularmente buenos momentos, es que estoy, por primera vez en dos años, completamente en mí. Tanto-tanto, que puedo abrir las puertas de lo que soy sin miedo a escaparme porque, esto que soy no es una jaula: es un lugar hermoso donde los otros entran a descansar. Ahora escribo canciones para buscar mi voz. Son canciones que buscan. Otra vez yo buscando algo más de mí. Les digo: nada nuevo.