Hace tiempo que no venía por aquí. Uf. No puede uno alejarse un rato de la virtualidad porque sucede todo.  No sé que pasa que no me apetece entrar acá. En lugar de eso preparo mi café en la mañana y comienzo a hablar sola en el sofá que instalé a un lado de las ventanas. Tengo la sensación de que el año se acabó, aunque faltan meses. Es lo malo con llevar cuentas en el tiempo. Uno cree que algo comienza y algo termina. ¡Qué absurdo! y vive los altibajos de cerrar o abrir emociones de acuerdo a lo que uno cree y, para colmo, no existe. Me duele la cintura, estoy cansada, con una reacción alérgica a no sé qué y además en la habitación de un hotel. He vuelto a tener el síndrome de querer regresar corriendo a casa ¿les había contado? Ese síndrome sólo me sucedía cuando vivía en Ciudad Juárez. Me resistía tanto a dejar la ciudad, la comodidad de mi casa y de mis actividades cotidianas. Pensé que jamás volvería a padecer de ese síndrome pero ayer, pensaba en viajar y me aferraba a mi cama. Dejé, otra vez, de sentir el placentero impulso que me empujaba a dejar con entusiasmo Loa Angeles, con cualquier pretexto. Tal vez es por el aire familiar que ha ido tomando el barrio. No sé. También he estado en un no sé constante. Hoy tuve un momento fuera de mi casa, en un hotel. Así que aquí estoy. Alejada del sillón de mis soliloquios. Pensando si, viajar seguirá siendo buena idea. Y qué pasará conmigo y con el tiempo. ¿Qué pensarán las personas que van a mis presentaciones? ¿Qué pensarán los jóvenes que pagan miles de dólares en esas farsas que les prometen graduarlos en "creación literaria" y me llevan a mí para justificar el robo, como si yo supiera algo? Como si yo hubiera pasado por ahí, como si yo, antes de escribir algo le hubiera pedido permiso a la academia. El sistema académico que lucra vendiendo títulos de artista, sobre todo en este país, me parace tan nefasto como los artistas que lo sostienen. ¿Con qué cara se unen al engaño que desfalca a familias enteras en su país y después protestan por los muertos en México y la franja de Gaza? De eso me gustaría hablar hoy, en la escuela a la que voy, pero soy muy cobarde. Hablamos de mis libros como si se tratara de momentos inspiradores y mágicos. Como si yo escribiera gracias a que he tenido maestros tan hipsters y cutes como los que ellos tienen, que les enseñan a ver la vida de forma positiva. Hablamos de mis libros como si no existiera un barranco de muerte en cada uno de ellos y no, no hablamos del presente. Los chicos están curiosos por saber sobre manejo de lenguaje y no, sobre cómo es la vida fuera del campus universitario. Estoy cansada. El sistemna académico que educa para las "artes" es nauseabundo; educa a comportarse para acceder a los grados, a sostener pelotas en la nariz, a aplaudir con vehemencia de acuerdo al gusto de los profesores; profesores primordialmente blancos, BTW. Y a alguien se le ocurre que es bueno que los chicos, ya que no viven, tengan una pasadita de guerra por los salones; una embarradita de resistencia. Ah, ya sé por qué me resisto a viajar, entonces. Ninguno de los profesores bebe de más, todos son el absoluto ejemplo del profesor criminalizado, disimulan el gusto por sus alumnas o alumnos, y si acaso te rozan la mano están indicando que quieren contigo algo formal: formar una familia. Y eso es ya arriesgado en la aventura de quienes no te conocen, te idealizan y sueñan con ser anarquistas y radicales: te rozan la mano como si eso significara estarse arrastrando pecho tierra en el amazonas de sus fantasías, liberando el mundo (del que te rescatarán, claro) Ya a esas alturas, después de tanto convivir con almas moldeadas por el miedo (escritores cobardes, amaestrados) comienzo a reír ¡una familia! ¡son anarquistas y se estructuran en familias como judíos para cuidarse unos a otros de que sus deseos no sean criminalizados por el sistema al que sirven, llenos de terror! Ah, qué terrible es viajar a este mundo, así. Terrible.