Antonio López (Chef y Chamán de Project Chicomecóatl) y yo. Foto by Cisco Martínez (todos del mismo barrio).

Julio, más de medio año adelante en el 2016 y muchas de las preguntas que me acechaban han ido respondiéndose organicamente en mi estancia en esta frontera. Muchos muertos, sí. Los muertos, aunque sea sólo uno, siempre son muchos. Pesan. Vecinos muertos, amigos y amigas muertas. La guerra, qué otra cosa puede golpear más en la guerra que ese tajo en el corazón que son los amigos muertos. Julio también fue tu cumpleaños, o la falta de ti cumpliendo años ¿verdad? Fíjense que digo muertos y no muerte. Los muertos son las heridas. Eso que vive con nosotros, eso que, los que quedamos vivos alcanzamos a percibir, algo que nos parte el corazón. Con el tiempo también he aprendido a aceptar más y más la muerte de mis seres queridos, como una línea continua, algo que nunca dejará de suceder. En posts anteriores les había aclarado que no vivo mi vida entorno al miedo que produce la muerte. Pero vivir la vida también significa ser muy consciente del dolor que nos causa la muerte y, yendo más allá, vivir la vida significa también darnos cuenta que nunca hemos nacido y nunca, realmente, vamos a morir. Sólo nos apegamos y nos desapegamos de la experiencia de la vida en sus diferentes formas, de la experiencia de ser en diferentes formas. Pero les contaba el sentido que ha adquirido esto a lo que llamamos vivir, en la frontera. En este año he trabajado en muchos proyectos comunitarios. El primero del año, al inicio de marzo, el más difícil: la escuela de Cielo Portátil y su crecimiento natural, con crísis, tensión, paz. Después el primer evento realizado por y para la comunidad Queer, impulsado por el proyecto Chicomecóatl (ya chale con la comida imperialista, dicen) que fue grandioso y marcó un camino muy definido para observar las necesidades de nuestro barrio. Lecturas de poesía, con Jen Hofer y Yasmín Ramírez, con Sylivia Aguilar Zeleny, con Juan Manuel Portillo, con Emji Spero, con Paulo Gaytán: presentaciones de libros, meditaciones comunitarias, reuniones de vecinos, un mercadito Afternoon, participación con organizaciones como Mujer Obrera y Wise Latina International; manifestaciones, guardias nocturnas, vigilias, fiestas, publicaciones, artículos, colaboraciones locales e internacionales, todo con la esperanza de que el barrio tome forma bonita, forma de amor, forma comunitaria. Los procesos para generar amor en un barrio en el centro de la frontera son de batalla constante, de vivir en una casa que no tiene las puertas ni las recámaras cerradas, de bailar con niños, de ver a los niños irse contentos con un libro en la mano, con un regalo, con la panza llena, con la experiencia de estar frente a su primer tocadiscos o atender su primer puestecito en el mercado, La experiencia del mercado como intercambio y no, como la competencia absurda que nos han incrustado en la memoria falsa ciertas estructuras de poder. En fin, hablo de esto porque ya es julio, ya avanzamos sobre la segunda mitada del año y cada paso me ha confirmado lo que comencé casi sin creer el año pasado: este era lugar para continuar. Este y no otro, no Detroit, no Uruguay: aquí. 
El sábado pasado tuvimos el segundo evento Queer, organizado por el proyecto Chicomecóatl. De donde surgió ya otra organización, que tendrá sus propia casa en el barrio, que luchará a su manera. Nos reunió la matanza de Orlando. Así que rendimos un homenaje prehispánico con comida anticolonialista y música "latina" y después hubo un micrófono abierto donde más de docce personas compartieron experiencias personales y poemas dedicados a la lucha Queer. Todo en la sala-comedor y patio de la Casa de Cielo Portátil. Esta casa desde donde también escribo mis libros, recibo a mis amigos, skypeo a distintas partes del mundo, lloro a mis muertos, alimento a mi mascota, estructuro colaboraciones, leo, medito, rezo y "construyo" mi vida.
El sábado tuve la certeza, como si se tratara de una revelación: esa certeza efímera de saber que estoy donde tengo que estar, que me guío por lo que debo guiarme y que, cuando deje esta casa, seguramente será porque voy también al lugar correcto (lo correcto es tu boca, dice el poema). El sábado, envueltos en un pañuelo bordado a mano, con la leyenda "Amiga de las mujeres de Juárez" Project Chicomecóatl me entregó tabaco, copal y salvia; tres caminos mágicos, una unidad chamánica, el honor de la aceptación, y la responsibalidad de los poderes conferidos por la naturaleza a quienes somos indígenas. Supe, supe en cuanto mi corazón se inundó de alegría enmedio del cansancio que significa la culminación de un evento; supe que todo, a pesar de mis muertos, va a estar bien: muy bien.