¡ven!


No sé qué me trae aquí hoy. Quizá la vocación. Cuántas veces me han preguntado "y eso ¿por qué lo haces?" pues porque es mi trabajo, respondo. Y cuántas veces a otros les parece absurdo que uno desligue su trabajo de un sueldo, o una ganancia forzonamente económica pero ¿de qué otra forma se puede ser escritor en estos tiempos del exterminio? La resistencia parte de ahí, supongo. Está implícita en el hecho de continuar siendo escritora a pesar de las circusntancias, sin ninguna empresa o mercado que dicte lo que debo escribir o hacia dónde debo dirigir mi pensamiento. Nadie me dice: escribe esto así, dí esto otro. Tal vez por eso me alejé de los medios de comunicación impresos porque, a fin de cuentas, siempre que hay un editor supervisando tu trabajo hay una línea editorial que te utiliza como pieza de un juego. Hace unos años me solicitaron, por ejemplo, colaborar con la revista Letras Libres en un homenaje a Nicanor Parra. No es que no me interese Nicanor Parra, lo que no me interesa es construir un homenaje en mi cabeza, de algún escritor que, hasta el momento, yo no había pensado homenajear. Me encanta su trabajo, pero mi mente ha fluído más bien un poco sola en cuanto a preferencias homenajeables. En otra ocasión, me pidieron una colaboración para la revista  vasca Zurgai, en un número dedicado a Ernesto Cardenal y otro número que se títulaba Versos por la paz... y contra el miedo,  participé en los dos números. Si alguien me pidiera colaborar en un número dedicado a Gunnar Ekelof, por ejemplo, para mí sería genial. Pasé diez años traduciendo uno de sus poemas, Ayiasma, usando el diccionario y comparándolo con otras traducciones que aparecieraon del mismo poema al inglés, me encanta la poesía de Aese Berg, por decir algo, sueca también y de Johannes Goranson, sueco-americano, traductor de Berg, Las vocaciones son un tanto caprichosas; cuando las vocaciones abandonan su adherencia a proyectos inexplicables para dar gusto a otros, se convierten en simples habilidades utilizadas en nombre de vocaciones funestas: como establecer rebaños de intelectuales opinando sobre lo mismo, o escribiendo de la misma forma, creando "corrientes" que pertenecen a un sólo lider: el miedo (miedo a no estar haciendo lo correcto, miedo a no formar parte, miedo a pasar desapercibido). Lo funesto, y bien lo analizó mi querido Foucault, tiene que ver más con neutralizar y limpiar, que con aceptar el organismo vivo que somos, y como tal, un organismo en constante descomposición. Quizá lo que intentamos desesperadamente es borrar esa descomposición cuando la vemos en los demás y no soportamos que alguien no coincida en participar en un homenaje a quien, de acuerdo a nuestra compostura, "hay" que homenajear antes que la muerte nos lo arrebate: miedo a la muerte, esa borradura que nos empuja con prisa a los precipicios de lo correcto y nos dice: ¡vamos, buen hombre, camina hacia esa orilla, allá donde no estoy, acercate más... más! y ahí vamos, homenajeado porque homenajear es "bueno" incluso cuando no nos había pasado antes por la cabeza. Damos valor a esas cosas. Tal vez por eso quería venir hoy aquí: a darme cuenta que no creo en los homenajes, ni en lo bueno y o lo malo. Sino en los caprichos de la vocación. y la vocación tal vez sea un llamado que necesitemos escuchar más allá de lo que nos dicen ciertas estructuras sociales en las que vivimos inmersos.
Tal vez quería venir aquí, porque no me siento bien, no me mal entiendan, no es un problema de conciencia: no me siento bien físicamente. Una gripa fulmimante, un medicamento para la fiebre y dos asesinatos en mi barrio en menos de 15 días me han puesto a pensar de manera un poco exaltada en estas cosas. Pero miren ya, ahora tomo un café con leche y, tal vez, mejoro.