jamás duró una flor dos primaveras

Mi computadora está fallando. Me molesta pensar que necesito otra computadora porque, en realidad no necesito otra computadora. No necesito nada de esto. No necesito un teléfono celular. No necesito una red social. No necesito este blog, aunque este blog se ha convertido en una necesidad realmente no necesito la plataforma que lo sostiene. La única diferencia es que, de no ser por esta plataforma, ustedes no me leerían casi inmediatamente y mi mente no impulsaría su curso creyendo que alguien lee lo que pienso, antes de plasmarlo en esta pantalla. Los condicionamientos son así. 
El caso es que esta computadora no se porta mal por ella misma, sus mecanismos están bien. lo que ha empezado a fallar son sus codificaciones; fue codificada para comenzar a fallar después de que transcurra cierto tiempo ¿a eso se refieren quienes afirman que ahora la tecnología pretende conjurar el tiempo o pretende apresar el tiempo, manipular el tiempo? Pues no sé. No sé si a eso se refieran, lo que sé es que he usado mucho menos la computadora desde que comenzó a fallar; falla sobre todo cuando me conecto a las redes sociales. El problema de esta computadora es la conexión a internet: ese vínculo, éste vínculo.
Tantos años estudiando los condicionamientos y la reproducción de conductas para ser atrapada emocionalmente por un simple vínculo a la red dimensional que, intenta hacernos creer, funciona como nuestra conexión con el mundo. Pues bien. No haré nada. Me quedaré quietecita. ¿Saben que una manera efectiva para desactivar los condicionamientos y la reproducción de conductas es observar sin reaccionar? Pues sí, así es: uno se concentra en la observación de ese impulso contenido impidiéndole aparecer, no es que no esté ahí, es que se contiene; no se reprime, se observa sin reaccionar. Que no es nada nuevo, es un conocimiento ancestral, una herramienta del control mental; muchos psicoanalistas viven de enseñar eso a sus pacientes.
Los condicionamientos tienen efecto, en gran medida, gracias a nuestra necesidad de controlar la realidad.  Sufrimos porque las cosas no funcionan o surgen como nosotros queremos, o habíamos imaginado, o predicho. Entonces mordemos el anzuelo, nos comportamos como "debe de ser" y la realidad comienza a acomodarse como nosotros "queremos" pero ¿en realidad es lo que nosotros queremos? ¿o estamos obedeciendo a una estructura de poder? Por ejemplo: decidimos ser fieles porque en esa fidelidad se sostiene la estructura de una relación, digamos, familiar (mamá, papá, hijos) pero ¿en realidad queremos estructurar nuestra vida de esa manera? ¿en realidad es lo más cercano a la libertad? Es un ejemplo nada más, tampoco pretendo crear controversias, habrá quien haya nacido para una sola mujer o para funcionar como la propiedad del otro (a mí me gusta sentirme como un objeto de vez en vez).
Me pasa con la muerte y el sentimiento de culpa, por ejemplo. Mi vida ha estado rodeada de muertes: viví 25 años en una ciudad en guerra, trabajando como periodista, así que, en un principio, ser testigo de la muerte, el secuestro y la tortura no era un asunto fuera de lo normal; luego la muerte se fue acercando cada vez más, infartos repentinos de amores grandes, amigas torturadas y asesinadas, compañeros de trabajo desaparecidos y comencé a sentir el dolor de la muerte en mi propia carne, en mi propio cuerpo. Escribí un libro que no publicaré nunca, que me asustó por la mezcla de amor hacia lo muerto, una especie de necrofilia pero ¿cómo reacciona uno cuando lo que ha amado se ha convertido en un cadáver? En fin. El duelo comenzó a ser parte de mi cuerpo. Hasta que me cansé. Me cansé, sencillamente de llevar el dolor de la muerte en mi carne. Así que comencé a separarme, mentalmente, de esa necesidad de controlar la realidad, de pretender que la realidad suceda como a mí me gustaría: con amores eternos, amigos eternos, compañeros de trabajo eternos: una realidad que nunca se altera. Asumí que la realidad se altera y nos sorprende: con la muerte, con el amor, o con la felicidad. La realidad nunca es sólo nuestra, es imposible controlarla.
Ahora aprecio más cada segundo de mis amigos vivos, de mis amigos presentes. Celebro mi propia vida, celebro todo lo vivo. A veces me siento culpable por segundos. Culpable de estar viva, culpable de no haber aprovechado el tiempo con el amigo que murió, con la colega ahora exiliada en otro continente. en fin. Pero no muerdo el anzuelo. Vivo el luto y el luto se va. Yo sigo aquí, feliz de estar viva.
El miedo a la muerte (es decir el miedo a morir o el miedo a perder lo que amo en manos de la muerte) no es lo que me impulsa a amar "más" "mejor" o de manera más ferviente.  A mí a vivir me impulsa todo lo vivo, la infinita belleza del mundo que es más grande que cualquier dolor, la belleza del mecanismo de nuestras células que todo el tiempo nacen y se van. (La belleza de tu cara, la belleza de tu mente, y la belleza de tu corazón tan compasivo, me hacen amar la vida). Pensar en los amigos que han desaparecido, que no sabemos si están vivos o muertos, si comen bien, cuánto sufren, éso también es estar vivo, es tener corazón, es vivir enamorado de la vida.
Después de haber hospedado a la muerte en el propio cuerpo, sería absurdo morder el anzuelo con el que el terror nos manipula.
Resta vivir sin miedo; decidir sin miedo, actuar sin miedo. Porque somos tan vulnerables y tan diminutos comparados con la fuerza de la naturaleza pero también, somos tan infinitos porque es esa misma naturaleza de la que estamos hechos que... ¡qué importa! ¡¿qué importa que todo, aparentemente, se nos escape de las manos?!

pd.: y sí, esta es otra carta de amor, de las que ya perdí la cuenta.