Les dije que no sería fácil ajustarse a a esta nueva percepción. Sin obsesiones. Dejé mis obsesiones intelectuales y comencé a dirigir mi obsesión hacia los objetos. Hacia un objeto en específico: la taza donde tomo café por las mañanas. Si me iba a obsesionar sería con UN sólo objeto: esa taza. No me mal-entiendan, podría perder esa taza mañana. Me va a doler, y me obsesionaré con otra que quizá me dure 35 años. De cualquier modo espero que esta taza me dure 35 años. Tiene un diseño de arcoiris, pero no cualquier arcoiris... el arcoiris está colocado de tal manera en la taza, que uno lo toca cada vez que acomoda los labios, lo que da la impresión de que uno bebe del arcoiris; el arcoiris es una fuente para beber ¿no es lindo el concepto? Sí, oyeron bien, dije concepto. También me obsesionan las frases como objeto: los conceptos. Si me obsesionan los conceptos ahora ¿soy conceptual? Pues bueno, estoy mintiéndoles para molestar, no me obsesionan los conceptos; fluyen en mí como ese arcoiris del que bebo y no les doy más importancia que la que tienen: una fuente, una fuente infinita. Tal vez la infinitud me obsesiona. (Tú me pareces infinito. Tú eres infinito. Cuando te veo, o te pienso, hay algo que nunca comienza y nunca termina, me encantas.) Pero hablaba de las frases; comencé a instalar frases en puntos estratégicos de mi casa "observation is not indoctrination" una frase simple, dicha por Tich Nhat Hanh en una de sus clases; me parece, más que una frase, el acceso a otra dimensión del pensamiento. Ser consciente de que soy consciente. Si uno repite mil veces cada mañana "Observation is not indoctrination" no está siendo consciente, está uno siendo indoctrinado. Pero si uno toda las mañanas se detiene a observar las reacciones del propio cuerpo al estar en contacto con ciertas frases, si uno tiene la experiencia de ser consciente de la forma en que la pronunciación afecta nuestro cuerpo: lo despierta, lo mueve (cualquier vibración de sonido, es capaz de activar la vibración en el cuerpo), entonces ya no estamos siendo indoctrinados, estamos teniendo la concentración suficiente para observar. Nuestra respiración, nuestro cuerpo y nuestra mente se han unido para entregarnos alguna clase de experiencia en reacción a una simple frase. También diseñé un letrero que cuelgo en la perilla de la entrada a mi casa (la casa de Cielo Portátil -lugar comunitario-) con la leyenda. FOUCAULT, DO NOT DISTURB. En la otra cara del letrero hay un corazón que dice: Knock!. Al abrir la puerta, en el vestíbulo -cansada de la nube de polvo en que la casa se convierte- coloqué otro letrero que dice "Shoes off". Lenguaje simple, señalamiento total.
El lenguaje no es todo. El lenguaje no puede ver, como dice Nathaniel Dorsky: "el lenguaje puede describir el mundo, narrar el mundo; pero no ve el mundo"; para eso está el cine, el video, los ojos. Pero el lenguaje puede cantar, puede vibrar: respira, piensa, y se mueve, como nuestro cuerpo. El lenguaje puede ser un vehículo para estar presentes.
A mí me gusta quedarme en mis libros. Estoy presente, sí. Mi cuerpo, mi respiración y mi mente están presentes en el lenguaje y su plasticidad, en el ritmo y su vibración y en las ideas que expreso o la percepción que transmito, pero cuando termino de escribir un libro yo ya estoy en otro lugar -en otro presente-. Cuando mis libros se publican, se publican estados de ser en los que estuve, sin duda, presente. Lo que yo soy ya es otra cosa, ya está transformándose dentro de un presente más. Comencé a hablar de mí y hablar de mí no importa. Porque, a fin de cuentas, ¿qué es lo importante?
A mí me gusta quedarme en mis libros. Estoy presente, sí. Mi cuerpo, mi respiración y mi mente están presentes en el lenguaje y su plasticidad, en el ritmo y su vibración y en las ideas que expreso o la percepción que transmito, pero cuando termino de escribir un libro yo ya estoy en otro lugar -en otro presente-. Cuando mis libros se publican, se publican estados de ser en los que estuve, sin duda, presente. Lo que yo soy ya es otra cosa, ya está transformándose dentro de un presente más. Comencé a hablar de mí y hablar de mí no importa. Porque, a fin de cuentas, ¿qué es lo importante?