Aquí estoy otra vez. He venido acá durante la semana y he borrado todo lo que escribo. Leo y me parecen líneas escritas a base de falsas preocupaciones, falsas expectativas para intentar explicar quién soy. He pasado estos últimos meses conversando o, respondiendo interrogatorios. Cuando alguien me interesa no pregunto mucho. Hago mis investigaciones por mi cuenta. A veces las respuestas no dicen nada, no significan nada. Uno construye un mundo a través del que quiere ser visto, procura no mentir y ta está. No hay mucho que uno pueda hacer, ni como entrevistador ni como entrevistado, sobre todo si no estamos hablando de un trabajo periodístico, si no hay nada que uno esté esperando descubrir: una relación simple, con otra persona tan simple o tan compleja como uno. El asunto es que, desde noviembre no he podido dejar de escribir. Termino un libro y comienza otro. Ustedes saben que nunca me siento segura de un libro terminado hasta que lo dejo dormir en un cajón por dos o tres años y luego vuelvo a abrirlo y me dice algo. Estos últimos años no he tenido tiempo de hacer eso. Antes de terminar el libro ya tengo la propuesta de publicación. Me pasó con Estilo. Tenía meses de haberlo terminado cuando lo publiqué y siempre me sentí insegura. Si a eso le sumo la presión que ejercen los traductores porque de mis circunstancias se sostiene su sentido laboral unido a la política y la buena voluntad (argh, qué asco), termino entregando un libro a ciegas, forzando a mi lado valemadrista a decir: total, eso quieren, eso tendrán. Pero no me siento bien. Hace ya cuatro años que publiqué Estilo; hace ya 17 años que publiqué mi primer libro. Pero mi primer libro se publicó 5 años después de que yo lo hubiera terminado. No sé, libros más, libros menos.  Me importa un poco porque, a fin de cuentas (y a fin de las vanidades de todos los que tenemos que ver en una publicación) yo soy la que termino poniendo mi cara y mi nombre y mi presencia y mi hambre y mi tiempo y mis obsesiones y pagando la responsabilidad por decir lo que digo. Ni la editorial, ni el traductor, ni el formador, ni el diseñador, ni el artista de la portada. 
Lo bueno es que yo, no he podido dejar de escribir o el libro no ha podido dejar de escribirse. Por eso todo lo que me rodea es un estímulo caliente, termina rebotando en la estructura del libro. Cada conversación, cada pregunta, cada invitación, cada noche tomando vino con mis amigas va a dar a esa parte del pensamiento donde el libro se forma. Y me siento más perdida que nunca ¿quién soy? me pregunta a cada rato ¿yo soy quien hizo esto o aquello? ¿cuántas vidas he vivido en esta sola vida? y cosas así. Lo mejor del caso es que este libro se manifiesta lento; puedo salir del túnel, platicar, continuar con mi trabajo y regresar al túnel cuando me da la gana. Tal vez es porque no tengo una fecha de cierre, ni la quiero tener, así que absténganse de solicitar la publicación o la traducción de algo que todavía no existe (aunque podríamos negociar, siempre estoy a un paso de quedarme sin comer en este desierto, je, ya saben: viajes, joyas, perfumes, servicios de casa, y vales de despensa ah... y una bicicleta). Bueno, mis amigas llegan. Voy a desayunar ¡a estas horas!