Tenía los ojos cansados. La cabeza cansada. Tenía la espalda cansada. Este trip, el de recopilar entradas del blog para un libro, me está matando.
No habría podido recopilar ni un centímetro de este libro sin el dolor de estómago y los ataques de pánico. Sin esa sensación de que, intempestivamente, alguien podría derribar la puerta de lo que soy y poner sus zapatos sobre mi intimidad. Está lloviendo desde anoche en este desierto, la lluvia me arrulla. Debe ser el recuerdo de cuando nací en la montaña, cerca de un volcán, y llovía siempre. Debe ser que mi memoria vincula esa tranquilidad de recién nacida con este presente. Me desperté muy temprano. Pensando en la intimidad: cómo defender esa puerta. Qué obstáculos ponerle. Cómo comenzar a construir el muro que produzca seguridad. A mí, la seguridad no me la entrega un muro, la seguridad me la trae la lluvia. Debe ser también que, en días de lluvia, las balaceras se detenían en el desierto. Debe ser también que, mi cabeza descansaba bajo la lluvia con la mandíbula dislocada, cuando volví a nacer, hace tanto y no tanto tiempo.
Anoche, esta conversación, en la que te imaginé desde el año pasado se hizo verdaderamente tangible. Crear, que le llaman. Tener el poder de imaginar y que lo imaginado se manifieste de forma tangible hacia a afuera. Así, tangible, surgió esa pregunta que ya no era lo que yo imaginé. Con toda tu carga ¿Hace cuánto que no morís de amor? Un golpe simple, un tajo que derrumbó la puerta. Un golpe que dio en mi intimidad. No fue buena idea, esta mañana, añadir mermelada a la leche con miel. Mi experimento me arruinó el desayuno. Experimentar, como amar, no es sólo cosas lindas. Me refiero y no me refiero a ti. Hay que estar muy herido para referirse, diría nuestro amigo Eduardo o "Me refiero a ti como a dos fieras" ¿Recuerdas? Tú, que no eres como yo ¿recuerdas que en aquella fiesta dije: "Me refiero a ti como a dos fieras" y luego cubrí mi boca con las manos (arrepentida y no) como si se tratara de un insulto? A fin de cuentas todos bailábamos en una intimidad absoluta. Todos somos cobardes en algún punto de la vida. Todos nos conectamos con todos. A fin de cuentas me copias a la vuelta de cualquier esquina, porque vives así; yo no. Ésa es una diferencia que tengo contigo, y me fascina.
Porque ¿qué sería esto sin ti? Este cuento de la manipulación de los recuerdos. Como cuando te detuvieron en Palestina, o como cuando cedí uno de mis libros bajo coerción, o cuando en Little Tokio, un marzo, me di cuenta que tu muerte iba a dolerme siempre y pregunté ¡¿Por qué?! ¿Por qué tiene que ser así, si acabábamos de comer un helado y de cenar riquísimo? Y tú, desde una compasión infinita, respondiste: no sé, Lola. No sé.
Esto también es una declaración de amor. Esto también es, otra vez, cobarde. Te adoro/ muero de amor. Y no, no pretendo poner eso de acuerdo.