Llover siempre llueve.
A veces con violencia. A veces suave.
Recién llegados a casa o sin techo nos sacudimos 
como terriers mojados.
O con cuidado, para que nadie note
que hemos llorado.
Pero llover siempre llueve.
¿Hasta dónde he llegado en ti el nivel del llanto?
¿Hasta el ombligo? ¿El pecho? ¿El cuello?
No necesitas desnudarte para enseñárnoslo.
Nos lo leemos mutuamente en los ojos
como en un transportador.
Si hay que decir algo siempre se puede decir:
Amor mío,
para mañana ya tendrás secos tus guantes de lana.

Werner Aspenström (trad. Paco J. Uriz)