Debería estar triste, pero no lo estoy. Hace tiempo que pongo mucha atención en los condicionamientos del comportamiento humano, como sabrán, queridos visitantes. Empezando por mi propio comportamiento. La entrada de la derecha al poder, en la Argentina, me rompió el corazón. La derrota del frente socialista en Venezuela no me sorprende. Con el corazón roto porque a Suramérica se la están cargando las corporaciones tuve que detenerme a observar, a observar mi dolor, exhaustivamente. Observar el sufrimiento no significa instalarse ahí y hacerlo crecer: ese es el drama; sino observar el sufrimiento tal y como es, en todas sus posibles dimensiones, sin esquivarlo. El sufrimiento no aparece en nosotros por error; no somos defectuosos por el hecho de sufrir; no estamos haciendo algo mal si sufrimos; el sufrimiento es parte de la naturaleza; es una de tantas formas en las que nuestra conciencia se manifiesta y, si no sabemos reconocerlo y aceptarlo, como se acepta lo irremediable, lo alimentamos tratando de huir, remediando lo que está pulverizado, encontrando culpables, temiéndole a la idea de lo que no nos atrevemos a experimentar. Pero esta no es una clase de superación personal, jajaja, disculpen, les decía que en ese sentido observo el sufrimiento: lo experimento para que siga su camino. En el proceso de observar lo que me hacía sufrir enormemente, (aparte de considerar que hay un lugar menos en el mundo para mí, porque la derecha es la rienda corporativa del poder global y la sangre fría), me enteré que el mundo no sucede de acuerdo a mis preferencias, simple: yo prefiero otra forma de gobernar, yo prefiero una forma más humana de existir, yo prefiero Latinoamérica sobre cualquier otra zona geográfica en el mundo (perdóname, Japón, pero a la hora de escoger... bueno, brotan las preferencias) y recordé esa lectura de la biblia que hacen en las misas católicas, que no sé cómo se llama... ah sí "la lectura del evangelio" creo... puse atención a una, por primera vez en mi vida, porque estaba viendo al Papa Francisco en Washington. Escuché algo así "Si tu mano derecha peca, córtatela. Si tu mano izquierda peca, córtatela. Es mejor ir al cielo con las dos manos, que entrar al infierno enteritos" estoy parafraseando, claro está; me pareció un buen chiste, claro está. Pero ahora lo entiendo. Esas manos son mis preferencias. Si continúo aferrándome a mis preferencias voy a terminar en el infierno. Y créanme que conozco el infierno. También he aprendido a estar ahí,sin reaccionar, única virtud que sostengo de las clases que tomé para ser Ninja. Estar en medio del infierno, sin reaccionar. ¿No es lindo? Es como una película de Robert Rodríguez. Caminar entre los bombardeos, la sangre, los dragones, personajes bizarros y sólo caminar, contenidos, sin reaccionar a una sola de las amenazas. Después de haber pasado por ahí, uno adquiere cierto poder, pero no le recomiendo a nadie confiarse mucho. Ni ponerse a celebrar con cualquiera. Prestando oídos al sabio Papa Francisco, he dejado a un lado mis preferencias, y dejé de insistir en esa manera mía de interpretar el mundo. ¿Qué importa?
Lo que mi percepción, sin interpretación, alcanza a ver es que en Sur América se encuentra el paraíso. Y vivimos tiempos en que El Paraíso es más importante que el dinero. Porque hay otras zonas del planeta donde el dinero circula (Singapur, por ejemplo) pero el dinero ya no vale nada. Lo que tiene valor realmente son los recursos paradisíacos en la tierra. La guerra por el paraíso Latinoamericano. Norteamérica sigue siendo el sueño; Latinoamérica continúa siendo el paraíso. El sueño es una falsificación del paraíso es, lo que nunca se alcanza. El sueño, en cuanto se cumple: desaparece ¿no es así? La ilusión, la fantasía es lo único que el dinero puede construir.
En cambio, Latinoamérica es el paraíso de los despiertos; los despiertos de corazón, los que todavía están en contacto con la naturaleza, los que no han sido separados de la percepción universal. Eso no tiene nada de ver con lo que yo prefiero. Latinoamérica vive despierta porque respira a través de sus manantiales, porque bajo su geografía brota sangre caliente, lava, aceite; porque en sus cordilleras brota oro, en su selvas existen todos los ecosistemas; la gente de Latinoamérica es sabia y saludable. Eso nada tiene que ver con mis preferencias, es una realidad. Aún sometido al hambre y la violencia, el paraíso ha protegido la fuerza de su gente. ¿Quién daría a cambio de la vieja y arruinada Venecia su Libertad? ¿los hoteleros y los restauranteros? oquéi, eso ya es cuestión de preferencias.