Ayer pasé un día terrible. Las raíces del sufrimiento parecen misteriosas en ocasiones. Sufrí, prácticamente todo el día. Entre más diestra me vuelvo en detectar el sufrimiento e identificar los motores que lo activan, más complejo se vuelve, supongo, en su afán por permanecer. "El tiempo lo que busca es durar" oí en alguna parte. Así he ido pasando durante esta breve existencia, de el drama más ordinario por asuntos insignificantes (como el primer "eso no se dice" que algún adulto clavó en mi corazón siendo una niña, o ser excluida de algún grupo de amigos en la primaria; tener el corazón roto porque me enamoré de algún gato callejero en la adolescencia; ir perdiendo a mis "mejores amigos"; recibir la espada de la traición de alguno de mis colegas; soportar la prepotencia de algún profesor ignorante de la universidad; no ser amada por el gato callejero más apuesto del barrio, etc) a sufrimientos cada vez más complejos, como la obsesión emocional sustituida por el afecto a las antigüedades, la colección compulsiva de máquinas de escribir mecánicas de los años veinte, vajillas art decó, esculturitas de Francisco Zúñiga, cuadros de Rafaél Cázares, platos conmemorativos, muebles de 1800, sillones italianos, textiles provenientes de África o de Japón, muñecas horripilantes, Long Plays de Vynil, plantas exóticas y alegres; perderlo todo y entonces, acomodar las obsesiones en el pensamiento, para llevar una vida más libre y más ligera: preguntas sobre la percepción de la realidad, descubrimientos sobre el condicionamiento humano, fórmulas de repetición de sonido para alcanzar estados alterados de conciencia, lecturas de filosofía, ciencia, estructuras mentales, estructuras educativas, psicología, conversaciones eternas con mis pocos amigos, colaboraciones (eternas también) "¿qué es la guerra?" "¿qué es el dolor?" "¿qué es la ilusión?", la unidad del cuerpo con el resto del mundo y, hasta ahí, todo resuelto. Pero ayer, ayer fue un día terrible; todo me parecía una ilusión, llegué a pensar que todo sucede únicamente en mi cabeza, que no existo; "no existo," llegué a pensar. Me di cuenta qué tan dependiente soy de la validación de los otros para sentirme viva; busco que alguien diga "vas bien" ¿Ir bien a dónde? diría Eduardo Milán ¿Ir bien a Londres?. Ayer llegué a pensar que, a fin de cuentas, como todos, obedecer inconscientemente a esos impulsos se ha vuelto también mi realidad. 
Sin embargo, hoy, observando exhaustivamente el transcurso de mis obsesiones, por ahí de la una de la mañana, me di cuenta que sí, imagino y sí: lo que imagino se manifiesta de forma tangible hacia "afuera", en la "realidad" y además nada es cierto, sólo existe el instante, como este, en el que preservo la percepción de mí misma en una página, usando como medio el lenguaje, la marca sí. Porque también estoy obsesionada con las marcas; esas formas que son el lenguaje de la realidad, esa clase de "materia" de "golpe" o "quemadura" que se manifiesta después de transportarse por procesos imperceptibles, y que muchas veces encierra lo "inmaterial" o lo "infinito". Aquí. Aquí está.