En gran medida, me defino como obsesiva compulsiva para deshacerme de la responsabilidad que me ata a mis propias decisiones. No escuchar mi sonata predilecta de Bethoven con otro interprete es una responsabilidad que no quiero tomar (nunca sabré cómo escribir Bethoven, lo siento): nadie, como Richter, pasa de una nota a otra con total continuidad, sin interrupciones (y es verdad, pero ¿por qué no acepto que existe belleza en sentir cómo las notas llegan a su fin y se unen perceptiblemente a otras cuando la misma sonata es interpretada de forma distinta?). Definirme como obsesiva compulsiva me permite imaginar: este no es un trabajo, es una obsesión. No estoy construyendo un estilo, no trabajé en crear los artificios de mi lenguaje durante aaaaños, para ahora manejarlos como si untara mantequilla en un pan; solo me obsesioné con el lenguaje como ahora me obsesionan otras cosas.
Un vacío se clavó en mi estómago cuando percibí que, tal vez, me he estado ocultando detrás de mis obsesiones ¿qué es lo que no quiero ver? ¿qué es lo que no quiero aceptar? ¿por qué disfrazo de enfermedad cada una de mis habilidades? ¿por qué desacredito toda mi capacidad de concentración? ¿por qué tengo tanto miedo a la vida? Ugh, necesito un trago.