Resistir es una tarea difícil. Como ese tiburón me he sentido cada vez que, por necesidad, tenía que pisar un WalMart en LA y recibía la desaprobación de amigos que sólo comen frutas deliciosas de mercados orgánicos y que ningún agricultor indocumentado puede probar (víctimas del neo-esclavismo, cosa normal en este país: víctimas los dos, mis amigos y los indocumentados). Mis amigos, por ejemplo, pueden soportar a un clasista, moverse en círculos sociales clasistas, alentar el clasismo, promoverlo, incluso ser clasistas. Pero siempre van a presionar a quien compre en WalMart.
Escribo un libro, por eso estoy esta mañana aquí, en lugar de continuar con el ensayo que me fascina, un resorte impulsivo (¡sí, también a veces, actúo por impulso, sin pensar, como un resorte! -como cuando te besé por primera vez-) me condujo a esta caja de texto. Porque estoy escribiendo sobre la presión social, esa mancha oscura que se desborda por las miradas, incluso, de nuestros seres más queridos. Comencé diciendo que resistir no es una tarea fácil. A eso me refiero: resistir la presión social. Uno, sencillamente ¡no es normal! Me sucede en las cenas familiares. Me encanta estar con mi familia. ¡Los adoro! son para mi las personas más cercanas a mi extensión genética y emocional, mi hermano Luis se ha convertido en un bombón, mis sobrinos son un encanto ¡ya soy tía abuela! y mi nietecita es un pimpollo, apenas tiene dos meses y es idéntica a mi sobrino (hace tan poco tiempo que cargué a mi sobrino, así, recién nacido). Bueno, les decía que fui a la cena familiar, tenía ganas de verlos. Mi hermana, invitó a una hombre "culto" que promueve eventos artísticos en el Consulado mexicano (supongo que pensó que sería alguien con quien yo me podría entender); yo ya lo conocía porque lo había visto en los eventos de la Fundación Mascareñas cuando llegábamos con la librería de Demac. De esos hombres que confunden la cultura con el estatus (como en época victoriana), y que la sabe simular muy bien. No conozco mucho de música, le dije, porque he vivido obsesionada con Richter interpretando a Bethoven ¿a escuchado usted a Richter? pregunté. "Claro" asumió frunciendo el ceño; en ese momento supe que no conoce a Richter, quien ha escuchado a Richter abre los ojos maravillado (y quizá echa la cabeza hacia a atrás) al solo pronunciamiento de su nombre, como si su nombre nos transportara a la misma memoria celular que ha quedado en nosotros, de su música. "Bueno, no lo conozco personalmente. Pero lo he escuchado, sí" "Murió en 1980, creo" le avisé. No me molesta su desconocimiento, yo desconozco casi todo, me molesta su farsa; su farsa social. Aún así el tipo me cayó bien, porque es amigo de Carlos Benitez, un guitarrista al que le tengo mucho cariño.
Después, mi hermana comenzó a hablar de mí, como si las visitas necesitaran una explicación sobre "eso" que se manifiesta "ahí" sentado en la cena de casa. ¿Pero cómo hablar desde un lenguaje que no me reconoce más que como la hermana menor, siempre graciosita? Ash, la resistencia no es algo sencillo, amigos ¡se los digo yo! "Loli, me encanta porque, a pesar de ser pobre, ella continúa haciendo lo que le gusta hacer; algo que los demás sólo haríamos como mero entretenimiento" ¡Qué! ¡Qué tiene que ver ahora la pobreza! me pregunto en silencio. No soy taaaan pobre. La mayoría de las veces no me considero pobre en lo absoluto. Los niños del barrio visitan mi casa y se van con libros en la mano ¡eso no es ser pobre! ¿Porque soy yo el tema de conversación en esta mesa? ¿Acaso esto se trata de una cita a ciegas? Arrrrrggggg Grrrrrooaaaarrrr Grrrrr. Yo, los oigo, nada más. Mi madre todavía no opina, afortunadamente. Después mi hermana cambia la plática y comienza a hablar de Veracruz y de que las veracruzanas estamos de moda. Y que las latinas hemos sido Miss Universo ¡Miss Universo! no puedo más, mi hermano Luis me dice al oído: si se abriera una ventana con lo que estoy pensando todos terminarían ofendidos. Nos reímos, nadie entiende por qué, Y yo hago una de mis pocas intervenciones. Resistir no es sencillo, en verdad. Yo, lamentablemente, en momentos así, cuando me siento acorralada por los comentarios inocentes de las personas que viven en la matrix, ¡pero me quieren! (de otra manera no invitaría a alguien como yo a su mesa -y yo, incluso, puedo invitar a mis amigos-); decía que yo, cuando me siento acorralada suelo incomodar con algún comentario. Lo único que dije fue: si se abriera una ventana en este momento, para mostrar lo que estoy pensando, diría: "creo que los concursos de belleza no tienen importancia, peor aún son, profundamente sexistas." Se hizo el silencio. Luis atinó a decir "Pero qué estás tomando. Ya no le sirvan, por favor." El hombre culto intentó retomar la conversación conmigo. ¿Y sobre qué escribes? yo iba a responder: sobre la mesa, regularmente; pero me contuve, mi amargo comentario sobre los concursos de belleza había sido suficiente. Respondí que de mis obsesiones, y comenzó a darme una lista de nombres, como se hace en la política mexicana: mostrando tarjetas. Nombres de escritores que conozco, muy malos. Todos, sus amigos, según me dijo,. Malos en calidad, digo, no malas personas debo aclarar ¿qué escritor en realidad puede ser una mala persona? si acaso son cobardes. "Sí los conozco a todos, pero no son mis amigos porque, como soy feminista... uuuy, qué cosa, tengo que responder este mensaje en el baño, es que tengo un amante ecuatoriano que no me suelta ni por whatsapp, tiene veinticuatro años y los labios más lindos que he besado nunca, jeje, con permiso."
Aaaah, la presión social. Una mesa, la familiar, en la que uno resulta un absoluto incomprendido. Incluso por las personas que construyeron un columpio junto contigo en el patio trasero de casa, a las que viste llorar y te han visto llorar por la atención del padre o de la madre; incluso los que vieron cómo te adentraste en los libros desde muy tierna edad y tu viste cómo se desvelaban estudiando para conservar sus beca universitarias. A los que has visto borrachos, enfermos, felices; a quienes has cuidado, levantado, aconsejado y viceversa. Resistir a veces es una sensación amarga. Pero, en secreto, mis hermanos se carcajean conmigo de mis aventuras, mis percepciones y de lo que, en otras cenas familiares podrían considerarse "indecencias". Votaremos porque NUNCA MÄS se invite a otra persona del consulado a casa.
Escribo un libro, por eso estoy esta mañana aquí, en lugar de continuar con el ensayo que me fascina, un resorte impulsivo (¡sí, también a veces, actúo por impulso, sin pensar, como un resorte! -como cuando te besé por primera vez-) me condujo a esta caja de texto. Porque estoy escribiendo sobre la presión social, esa mancha oscura que se desborda por las miradas, incluso, de nuestros seres más queridos. Comencé diciendo que resistir no es una tarea fácil. A eso me refiero: resistir la presión social. Uno, sencillamente ¡no es normal! Me sucede en las cenas familiares. Me encanta estar con mi familia. ¡Los adoro! son para mi las personas más cercanas a mi extensión genética y emocional, mi hermano Luis se ha convertido en un bombón, mis sobrinos son un encanto ¡ya soy tía abuela! y mi nietecita es un pimpollo, apenas tiene dos meses y es idéntica a mi sobrino (hace tan poco tiempo que cargué a mi sobrino, así, recién nacido). Bueno, les decía que fui a la cena familiar, tenía ganas de verlos. Mi hermana, invitó a una hombre "culto" que promueve eventos artísticos en el Consulado mexicano (supongo que pensó que sería alguien con quien yo me podría entender); yo ya lo conocía porque lo había visto en los eventos de la Fundación Mascareñas cuando llegábamos con la librería de Demac. De esos hombres que confunden la cultura con el estatus (como en época victoriana), y que la sabe simular muy bien. No conozco mucho de música, le dije, porque he vivido obsesionada con Richter interpretando a Bethoven ¿a escuchado usted a Richter? pregunté. "Claro" asumió frunciendo el ceño; en ese momento supe que no conoce a Richter, quien ha escuchado a Richter abre los ojos maravillado (y quizá echa la cabeza hacia a atrás) al solo pronunciamiento de su nombre, como si su nombre nos transportara a la misma memoria celular que ha quedado en nosotros, de su música. "Bueno, no lo conozco personalmente. Pero lo he escuchado, sí" "Murió en 1980, creo" le avisé. No me molesta su desconocimiento, yo desconozco casi todo, me molesta su farsa; su farsa social. Aún así el tipo me cayó bien, porque es amigo de Carlos Benitez, un guitarrista al que le tengo mucho cariño.
Después, mi hermana comenzó a hablar de mí, como si las visitas necesitaran una explicación sobre "eso" que se manifiesta "ahí" sentado en la cena de casa. ¿Pero cómo hablar desde un lenguaje que no me reconoce más que como la hermana menor, siempre graciosita? Ash, la resistencia no es algo sencillo, amigos ¡se los digo yo! "Loli, me encanta porque, a pesar de ser pobre, ella continúa haciendo lo que le gusta hacer; algo que los demás sólo haríamos como mero entretenimiento" ¡Qué! ¡Qué tiene que ver ahora la pobreza! me pregunto en silencio. No soy taaaan pobre. La mayoría de las veces no me considero pobre en lo absoluto. Los niños del barrio visitan mi casa y se van con libros en la mano ¡eso no es ser pobre! ¿Porque soy yo el tema de conversación en esta mesa? ¿Acaso esto se trata de una cita a ciegas? Arrrrrggggg Grrrrrooaaaarrrr Grrrrr. Yo, los oigo, nada más. Mi madre todavía no opina, afortunadamente. Después mi hermana cambia la plática y comienza a hablar de Veracruz y de que las veracruzanas estamos de moda. Y que las latinas hemos sido Miss Universo ¡Miss Universo! no puedo más, mi hermano Luis me dice al oído: si se abriera una ventana con lo que estoy pensando todos terminarían ofendidos. Nos reímos, nadie entiende por qué, Y yo hago una de mis pocas intervenciones. Resistir no es sencillo, en verdad. Yo, lamentablemente, en momentos así, cuando me siento acorralada por los comentarios inocentes de las personas que viven en la matrix, ¡pero me quieren! (de otra manera no invitaría a alguien como yo a su mesa -y yo, incluso, puedo invitar a mis amigos-); decía que yo, cuando me siento acorralada suelo incomodar con algún comentario. Lo único que dije fue: si se abriera una ventana en este momento, para mostrar lo que estoy pensando, diría: "creo que los concursos de belleza no tienen importancia, peor aún son, profundamente sexistas." Se hizo el silencio. Luis atinó a decir "Pero qué estás tomando. Ya no le sirvan, por favor." El hombre culto intentó retomar la conversación conmigo. ¿Y sobre qué escribes? yo iba a responder: sobre la mesa, regularmente; pero me contuve, mi amargo comentario sobre los concursos de belleza había sido suficiente. Respondí que de mis obsesiones, y comenzó a darme una lista de nombres, como se hace en la política mexicana: mostrando tarjetas. Nombres de escritores que conozco, muy malos. Todos, sus amigos, según me dijo,. Malos en calidad, digo, no malas personas debo aclarar ¿qué escritor en realidad puede ser una mala persona? si acaso son cobardes. "Sí los conozco a todos, pero no son mis amigos porque, como soy feminista... uuuy, qué cosa, tengo que responder este mensaje en el baño, es que tengo un amante ecuatoriano que no me suelta ni por whatsapp, tiene veinticuatro años y los labios más lindos que he besado nunca, jeje, con permiso."
Aaaah, la presión social. Una mesa, la familiar, en la que uno resulta un absoluto incomprendido. Incluso por las personas que construyeron un columpio junto contigo en el patio trasero de casa, a las que viste llorar y te han visto llorar por la atención del padre o de la madre; incluso los que vieron cómo te adentraste en los libros desde muy tierna edad y tu viste cómo se desvelaban estudiando para conservar sus beca universitarias. A los que has visto borrachos, enfermos, felices; a quienes has cuidado, levantado, aconsejado y viceversa. Resistir a veces es una sensación amarga. Pero, en secreto, mis hermanos se carcajean conmigo de mis aventuras, mis percepciones y de lo que, en otras cenas familiares podrían considerarse "indecencias". Votaremos porque NUNCA MÄS se invite a otra persona del consulado a casa.