No entiendo por qué esta semana no saco de mi cabeza a mis amores. Tengo mucho trabajo: el lanzamiento de la Librería Feminista, La Biblioteca Libre para Niños, La Cooperativa 79902; tendría mucho que hacer: ese libro de crónicas que quiero publicar en Brasil, ese otro libro, Estructura y mucho que viajar al otro lado del mundo; trabajo en un performance que sostendré durante un año. Participo un minuto en una obra de teatro (soy Sor Juana, jua). Pero mientras me abruman los compromisos dentro de esta manera creativa de socializar e imagino las formas en las que he de sobre-vivir en este desierto, tan cerca de México; mientras mi percepción sube y baja de un país a otro y mi corazón va de lado a lado en este continente, algo me detiene poco antes de dormir ¿Qué estás haciendo? ¿Cómo estás? ¿Qué te hizo feliz hoy? Quiero escribir un libro contigo ¿Cuándo sales de vacaciones? ¿En qué otro país nos encontraremos? ¿Cuándo dictas una conferencia en este país? ¿Cuándo presento un libro en otro país? Quisiera no salir nunca de Latinoamérica, pero donde me quieran bien yo voy. Alemania, por ejemplo. Qué más quisiera yo que pasar ese año en Uruguay. Pero ahí va la vida. Colocándome en el centro de las sociedades de consumo. ¿Por qué? ¿Qué quiere la vida de mí?
Una vez, una compañera de trabajo me dijo "te va a hacer bien conocer el primer mundo". Enmudecí para frenar mi impulso de ofender: ¿primer mundo? pensé, pero si esto es un basurero, el primer mundo debe estar en algún otro universo. No puedo pensar en esos términos, primero, segundo, tercer mundo. Aunque reconozco la guerra y reconozco a Dios (o a No-Dios -como quieran llamarle-) donde se aparece, por más sublime que sea su presencia: en el gesto de desprecio de los clasistas hacia lo vivo; quisieran -los clasistas- un mundo esterilizado donde sólo ellos pudieran hacer caca. Odian tanto a los demás porque también hacen caca. Así es la guerra, decía que puedo verla bien, y está en todas partes, a todos los niveles, en todos los países. No me refiero sólo a la muerte, al abuso o al exterminio. Me refiero a las actitudes, a la percepción de la vida. Otro amigo también me dijo alguna vez "es que el dinero es necesario", él, que es millonario, soltaba esa frase con desesperación. Él que nunca tuvo hambre. Que heredó su dinero. Que ha decidido así como así ser poeta, porque está loco y es brillante, refleja su desesperación en una sola frase, cuya experiencia (la de necesitar) ni siquiera lo toca. Así es como hemos llegado al punto en que esta guerra la sostienen personas simples, sencillas, completamente ignorantes de lo que es el hambre pero muy conscientes del terror de no poder hacer caca en sus baños de porcelana, con hermosas vistas hacia el campo y tibias entradas de sol. Pobres, que caminan sintiéndose seguros porque llevan sus guardaespaldas o sus choferes (son realmente los pobres). Sí, hay poetas así, aunque no lo crean, y se les acelera el corazón cuando suben al metro sintiendo que han vivido la más arriesgada de las aventuras (y su poesía es válida y linda, porque refleja esa terrible realidad de este mundo). La más arriesgada de las aventuras es vivir. No creo que su problema sea el dinero. El problema es su mente. En su mente una casa no es una casa; una casa es dinero. Un viaje a Italia no es un viaje a Italia: es dinero. Un bronceado no es un bronceado: es dinero. Por eso con tanta angustia sostienen que el dinero es su más profunda necesidad, cuando ni siquiera necesitan dinero.
La guerra es así, se instala, crece, y se reproduce en la mente. Nadie quiere ser pobre, ni recordar al pobre, ni respetar al pobre. "No lo respetan, si lo respetaran entonces no lo pueden matar" me dijo mi amigo Sesshu cuando hablábamos de las comunidades indígenas arrasadas para despojarlas de sus recursos naturales.
Te extraño. Y no eres precisamente tú ¿si me explico? Es esa parte de ti, esa mente tuya que no es únicamente tú. No eres sólo tú. Es extrañar la comunidad del alma, la comunidad de la mente. Entonces eres tú, y otros tus que extraño. Y mi melancolía se proyecta hacia varios puntos cardinales, mi corazón quisiera estar allá, y allá, al otro lado de este mundo y en el fondo del mundo y en el centro de un país que no puedo pisar, que no quiero pisar. Antes del exilio jamás pensé que conocería la maravilla dentro del corazón de los magos. La magia de estos corazones. A fin de cuentas, extrañando y todo, qué afortunada soy.
Una vez, una compañera de trabajo me dijo "te va a hacer bien conocer el primer mundo". Enmudecí para frenar mi impulso de ofender: ¿primer mundo? pensé, pero si esto es un basurero, el primer mundo debe estar en algún otro universo. No puedo pensar en esos términos, primero, segundo, tercer mundo. Aunque reconozco la guerra y reconozco a Dios (o a No-Dios -como quieran llamarle-) donde se aparece, por más sublime que sea su presencia: en el gesto de desprecio de los clasistas hacia lo vivo; quisieran -los clasistas- un mundo esterilizado donde sólo ellos pudieran hacer caca. Odian tanto a los demás porque también hacen caca. Así es la guerra, decía que puedo verla bien, y está en todas partes, a todos los niveles, en todos los países. No me refiero sólo a la muerte, al abuso o al exterminio. Me refiero a las actitudes, a la percepción de la vida. Otro amigo también me dijo alguna vez "es que el dinero es necesario", él, que es millonario, soltaba esa frase con desesperación. Él que nunca tuvo hambre. Que heredó su dinero. Que ha decidido así como así ser poeta, porque está loco y es brillante, refleja su desesperación en una sola frase, cuya experiencia (la de necesitar) ni siquiera lo toca. Así es como hemos llegado al punto en que esta guerra la sostienen personas simples, sencillas, completamente ignorantes de lo que es el hambre pero muy conscientes del terror de no poder hacer caca en sus baños de porcelana, con hermosas vistas hacia el campo y tibias entradas de sol. Pobres, que caminan sintiéndose seguros porque llevan sus guardaespaldas o sus choferes (son realmente los pobres). Sí, hay poetas así, aunque no lo crean, y se les acelera el corazón cuando suben al metro sintiendo que han vivido la más arriesgada de las aventuras (y su poesía es válida y linda, porque refleja esa terrible realidad de este mundo). La más arriesgada de las aventuras es vivir. No creo que su problema sea el dinero. El problema es su mente. En su mente una casa no es una casa; una casa es dinero. Un viaje a Italia no es un viaje a Italia: es dinero. Un bronceado no es un bronceado: es dinero. Por eso con tanta angustia sostienen que el dinero es su más profunda necesidad, cuando ni siquiera necesitan dinero.
La guerra es así, se instala, crece, y se reproduce en la mente. Nadie quiere ser pobre, ni recordar al pobre, ni respetar al pobre. "No lo respetan, si lo respetaran entonces no lo pueden matar" me dijo mi amigo Sesshu cuando hablábamos de las comunidades indígenas arrasadas para despojarlas de sus recursos naturales.
Te extraño. Y no eres precisamente tú ¿si me explico? Es esa parte de ti, esa mente tuya que no es únicamente tú. No eres sólo tú. Es extrañar la comunidad del alma, la comunidad de la mente. Entonces eres tú, y otros tus que extraño. Y mi melancolía se proyecta hacia varios puntos cardinales, mi corazón quisiera estar allá, y allá, al otro lado de este mundo y en el fondo del mundo y en el centro de un país que no puedo pisar, que no quiero pisar. Antes del exilio jamás pensé que conocería la maravilla dentro del corazón de los magos. La magia de estos corazones. A fin de cuentas, extrañando y todo, qué afortunada soy.