A veces no entiendo qué hago aquí, aquí en el mundo pues. Pareciera que aparte de luchar por la supervivencia no hay nada más que hacer. Pero entonces recuerdo todas las veces que hemos hablado del dinero, de los condicionamientos humanos, de lo que sucede con centro américa y me detengo. Me gusta tanto mi mesa de jardín, es decir, tu mesa de jardín, cuando la recuerdo vuelvo a tener la sensación de seguridad que me provocó un pensamiento alguna vez que platicábamos, la seguridad que da (por un momento) saber. Saber que no todo funciona en esa rueda de intercambios, una es capaz de generar otras realidades tan reales como la desesperación que causa no tener un centavo. Uno puede crear la realidad de otras formas de supervivencia. Porque es absurdo que los centavos controlen al mundo ¿verdad? Y nos hagan hacer lo que hacemos con nuestras vidas. Te quiero porque ayer un caballo blanco irrumpió en el bosque de tu casa, a saludar. Esas cosas que nos alejan de los centavos. A veces creo que la percepción de los centavos dirige nuestras vidas. No sé cómo explicarlo. No dirige la vida salvar la vida, dirige la vida la idea de salvar la vida; una vida que no está perdida siquiera. Una vida que tiene el privilegio de la vida y se pone a correr tras los centavos, tras los proyectos, tras las ideas de lo que imaginamos es el bien, reproduciendo el mal.