Últimamente la realidad del mundo me sobrepasa. Siento que el capitalismo está dando más muestras que nunca de sus niveles de filtración y condicionamiento dentro de nosotros. No me gusta decir "capitalismo" porque creo que es un concepto, o una definición, que no es suficiente para describir la pesadilla que estamos viviendo en países como Estados Unidos, donde incluso lo sublime (o lo que debería ser el camino a la sublimación) ha sido moldeado para satisfacer mercados. Esta percepción en la que se supone que hay público para "esto" y público para "aquello", es decir, la idea de que todo es un mercado y todo también es un producto; todo tiene un precio. Recuerdo la primera vez que escuché acerca de esta percepción terrorífica de lo que somos; fue Eduardo Milán en su libro "Resistir. Insistencias sobre el presente poético" (un libro del ochenta y tantos) donde decía algo así como "elevamos el dinero al nivel de la divinidad". Bueno, como no es bien visto reflexionar acerca de la divinidad dentro de nuestro mundo amaestrado ("es que es muy new age" "es que parece superación personal") tendremos que hablar en otros términos. En un mundo donde el intelectual se volvió un censurador de los impulsos vitales humanos (como el simple cuestionamiento acerca de lo que no puede percibirse a través de la vista, y de lo que no puede sostenerse a través de las maravillosas arquitecturas retóricas), que mordió el anzuelo del raciocinio, hemos estrangulado lo sublime. Es decir, reprimimos lo sublime en favor de lo racional. Comprendo a Kant cuando habla de un ser completo.... el campo de la lógica y de la experiencia nunca se tocan pero tienen que existir juntos para que pueda existir un hombre íntegro, capaz de ejercer la autonomía de la voluntad ¿verdad?
El mundo comienza a resultar una pesadilla, o por lo menos el mundo norteamericano, cuando la parte de ese todo que funciona activada por la sublimación (es decir, por esa parte sensible --¿será correcto decir sensible? ¿sensorial? ¿inexplicable? ¿será correcto pretender que sea correcto?-- que puede identificarse con una partícula de polvo pero, a la vez tan extensa que no puede medirse, que es infinita) se empeña en reproducir un sistema político que la niega. La parte sublime se siente mal por las injusticias de este mundo y genera un proyecto, crea un producto, lo promueve y el producto genera no sólo capital, sino satisfacción personal, La parte sublime se sintió útil, Porque parte de ese condicionamiento es crucificar a los inútiles, a los que se detienen a pensar, a los que se toman el tiempo necesario, a los que no producen un proyecto tras otro mientras se acaba el mundo ¡El condicionamiento tiene prisa! Y el condicionamiento actúa siempre empeñado en demostrar. El condicionamiento siempre pide pruebas, no hay nada mejor para producir pruebas falsas que el ejercicio de la retórica: el musculo bien torneado de los cínicos. Si lo sublime aparece sintiéndose confundido, insatisfecho, contradicho; entonces la retórica dice "No; somos anarquistas, radicales, justos y feministas". Y lo sostenemos punto por punto en un abecé sin parangón. No importa que viajemos a Cancún con los gastos pagados por un gobierno genocida y a cambio ese gobierno nos pida, dulcemente, promover y traducir a sus artistas: es decir, hacer viajar la justificación del genocidio de idioma a idioma sobre la alfombra mágica de la falsa justicia; el Estado manda decir: hay una política de exterminio pero tratamos bien a lo sublime. Ya en el colmo de la locura por tomar un lugar en este mundo, comenzamos a reproducir el odio, el orgullo, el miedo: contra los racistas, contra los injustos, contra los malagradecidos, contra los que no piensan o actúan igual que nosotros; intentamos imponer lo nuestro ¡nosotros somos los que tenemos la razón! Incapaces de percibir el mundo como un todo, separándonos de lo que consideramos incorrecto, huyendo de nuestra responsabilidad justificándola con el disfraz de misericordiosos. Y no supimos cómo, nos convertimos en el mismo infierno que criticábamos, que nos dolía, que nos atacaba. El infierno nos devoró, porque no fuimos capaces de caminar dentro de él sin reaccionar. Porque no tuvimos ni paciencia ni estrategia ni calma: porque quisimos usar el infierno como se usa un producto. Y nuestro miedo quiso con prisa demostrar. Demostrar que nosotros no y ellos sí, demostrar que nosotros tenemos razón, demostrar que somos los buenos, los compasivos, los inteligentes, los radicales, los anarquistas, los feministas. Qué pesadilla. Qué decepción. No estamos preparados para nada. No somos una fuerza, somos una mafia. Servimos a cualquier sistema político como sus payasos o sus marionetas.
Pero, afortunadamente, el rumbo de las maravillas del mundo en estos tiempos, no lo dictan los "movimientos" artísticos de Norteamérica. Lo dictan las nuevas tecnologías, los investigadores, los científicos, los filósofos, los estudiosos del comportamiento humano, que se toman su tiempo en hacerse las preguntas adecuadas y generan elementos que están transformando la percepción de la humanidad, la nuevas políticas educativas que ya surgen -por supuesto- en la parte más golpeada y "asesinada" de este continente que avanza silencioso con su movimiento perpetuo: Latinoamérica.