De las tolvaneras de marzo, y del polvo que soltamos, sombras en las calmas, no más, Perpetuo ir y venir de regueros. Marzo los rompía, los hacía quejarse. Había afición a estas voces de orejas perfectas. El número de orejas, secreto. Nunca se les conocía cuarto habilitado. En cada uno de los aficionados, completo el grupo. Pero había también en Placeres los más vigilantes de todos nosotros. Dormían y comían poco; dormían con las almas paradas. Las almas, como a la luz de una luminaria, blancas como aparecidos, mirando, oyendo. Vigilar es templar una guitarra para otro. Las cuerdas lloran peor que palomas. Lugar de tanta luz como Placeres volverá a la oscuridad. Sombra de huesos las vigilantes, sus invenciones. Las probaban en la fuerza del cielo.
Jesús Gardea, El Diablo en el Ojo