Tengo problemas con el presente. No es que el presente me ocasione problemas, es que tengo problemas para ubicarme en el presente. Cuando no me ubico en el presente mi vida comienza a estancarse (o por lo menos eso me parece, en realidad nada se estanca, todo está en movimiento siempre).  Me veo al espejo y empiezo a diferir con lo que se refleja. Quisiera ser otra mujer, más linda. En el presente soy muy linda, pero cuando no estoy en el presente no sé a ciencia cierta a dónde me voy, a qué momento. Todo se mueve, sí. Nada esta quieto. Eso me consuela frente al espejo. Puedo sentir cómo mis células se mueven, cómo la sangre se calienta en mis pómulos. Y recuerdo el brillo que había tenido en los ojos: ¡ahí está otra vez! ¡he vuelto! Todo se mueve sí, pero ese brillo no se construye solo. Hay que invitarlo, empeñarse en él. Visitarlo hasta donde vaya. El tiempo. Qué linda soy en el presente, sí. Vistiendo azul marino. Con el cabello y los ojos bien negros. Y ese brillo que comenzó no supe cuándo. ¿Cuándo? ¿A dónde me había ido estos quince años? Ah, ya, tal vez tenga que ver con que en un mes llegará marzo, con su mano de germinar. Marzo con su manto de nacer. Marzo con su golpe de beso. Tal vez tenga que ver con que se me olvidó marzo con su ventarrón, con su látigo de sombra, con sus brazos de muerte. Marzo, que no me pudo llevar. Pero fue en realidad noviembre. Ecuador es un salvavidas. Algo sabe tejer muy bien. Regresé y conté lo obvio sobre la manera de los ecuatorianos para señalar las distancias, pero lo que sucede en Ecuador tampoco se deja de mover. Uno no puede andar por ahí creyendo que las circunstancias nos abandonan. Les debo una crónica. Pero les debo más. Estaba no sé dónde, y en dos segundos ¿ven?: he vuelto.