Siempre hay un momento del año en que comienza a pasarme esto: dejo de dormir por un día, por dos días, por tres días; sustituyo mis horas de sueño por horas de trabajo, me involucro en doce proyectos, genero ideas. Cuatro días sin dormir. Comienzo a pensar en la posibilidad de tomar "algo" pero concluyo que si tomo "algo" entonces dormiré un día y al día siguiente necesitaré tomar "algo" otra vez. Prefiero no tomar "algo" para dormir y me arrastro al quinto día, ya pensando que todo es culpa tuya, que si hiciera el amor contigo yo dormiría como un bebé y que mis decisiones de vivir en la frontera son totalmente equivocadas pero, todo se soluciona escribiendo. Vengo aquí a descansar, hablo con amigos, recibo personas en la casa, doy consejos; el sexto día sin dormir me empujo a la cama, pienso en llamarte por teléfono, en que alguien puede tirar la puerta y entrar a asesinarme; en que Diva está dando muchas vueltas por el pasillo. Diva está echada en su cama como siempre. Prefiero levantarme y preparar un café, comer algo dulce, volver a escribir. Esperar que den las cinco de la mañana. Ver amanecer y sentir que el mundo es tan amplio y nosotros estamos en cada cosa. Pienso en mi maestro Tich Nhat Hahn, en la mesa para dar reiki que ahora descansa en la biblioteca, en mi mamá que nunca llora. Prometo que tomaré algo "natural" para dormir, pero la valeriana no me da buenos sueños, así que busco una película: Las últimas imágenes del naufragio, su personaje que elimina palabras y borra la palabra papá de su vocabulario, su relación con la tendencia a enmudecer que mencionaba Paul Celan. Pienso que me gustaría escribir un libro contigo. Que un libro nuestro sería un buen golpe. ¿Pero quién piensa en golpes? No me refiero a esa clase de golpes, un golpe positivo ¿Hay golpes positivos? Entonces sé que, tal vez, mi estado es maníaco. Pero estoy segura que todo se soluciona con ponerme unos tenis y dar un par de vueltas corriendo por el vecindario. Mis tenis son hermosos, tornasoles, ligeros, los coloco sobre la piedra de la chimenea junto al sofá, me siento a mirarlos y escucho el silencio de la calle. Quizá sean las dos de la mañana. El silencio crece dentro de mi cabeza. ¿Qué estoy haciendo? Abro la puerta, veo el desierto provocado por las horas, el brillo de no sé qué luces y estrellas sobre el pavimento, el pavimento que se dirige como agua hacia alguna parte. Me detengo en la banqueta con los zapatos en la mano, el frío reactiva mi circulación, doy pequeños brinquitos, puedo ver que ese "alguna parte" es una hilera de faroles de vigilancia, el "otro lado", la ciudad que se desmorona detrás del tejido alámbrico del muro. Quiero volver.