No hagan mucho caso a este post, que lo escribo medio decepcionada con los rumbos del mundo. No es mi obsesión de detenerme en las guerras -que no pasan tan lejos como algunos creemos: vivimos en un país en guerra- o a mi sensibilidad ante una frontera donde ya no importa lo duro, sino lo tupido (literalmente), cuando por encima aparecen dos o tres muertos al día, pero por debajo sabemos que el río del exterminio continúa. No es por eso que me decepciona el rumbo del mundo. Pero no me hagan mucho caso. Estoy cansada, nada más. Y mis fieles lectores saben que a eso vengo aquí, al descanso. Los territorios de la guerra son así, lo que me decepciona un poco es pensar en los territorios que nos quedan y en lo que se han convertido. El otro día cenaba con una amiga millonaria, judía, sobreviviente del holocausto que me contaba cómo hacía para sobrevivir en medio de la guerra. Ella tendrá quizá noventa años. No sé por qué yo le caigo bien. Nos vimos en un club, de esos que promueven la exclusividad y las divisiones aquí, en Texas. De verdad no sé por qué le caigo bien. Pues ya, yo no debería importar en lo absoluto en esta trama, decía que ella me contaba que la Alemania estaba tomada por los nazis y los rusos, y una pieza de pan costaba 100 dólares. Había personas que no podía transitar debido a los bloqueos pero ella, no recuerdo por qué, podía cruzar el país sin problemas. Dice que cruzaba de una provincia a otra para conseguir el pan y el aceite más baratos, y en el camino dividía todo en porciones pequeñas, entonces regresaba y vendía las porciones para sobrevivir. Así, en medio de la escasez, su instinto de mercader salvó su vida. Ella suele decirme "habla el inglés marcando tu acento, te vuelve exuberante". Pero yo no sé de dónde vengo, ni quién soy. Tampoco sé en qué momento ella llego a Estados Unidos desde Alemania y se casó con un árabe que le heredó millones. No me interesa. Mi amiga me regaló un collar y unos aretes, me mostró su casa por dentro (un poco recargada de brillo para mi gusto), me saludó su sirvienta vestida de uniforme, me mostró algunas fotografías, no sé si de sus hijos, no recuerdo. Ya era muy tarde. ¿Para eso sirve la guerra? ¿Para sembrarnos el miedo terrorífico a quedarnos sin pan o sin aceite? ¿Un miedo que nos mueve a generar fortunas, a poner uniformes, a convocar a la servidumbre? Dejé la casa temiendo que alguien me hubiera visto salir de ahí. ¿Qué pensarían de mí? No entendí nada de lo que ella intentó mostrarme, no supe qué era lo que tenía que aprender. Será que no me interesa la exuberancia. O debí comprender que los millonarios de hoy fueron los hambrientos en las guerras pasadas, ¿Es eso lo quería mostrarme? ¿Que conocen el hambre y el dolor de la guerra y es el terror lo que los obliga a perpetuar las políticas de exterminio? Soy una paranoica, y eso me decepciona profundamente, mi amiga solo quería quererme y ahí está, el terror de la guerra filtrándose en mi percepción. Mi amiga tiene unos ojos brillantes, como de niña y sí, su exuberancia es desbordante.