Primero hay que saber sufrir
después amar, después partir
y al fin andar sin pensamiento
Homero Expósito


Ser libre no consiste en no amar, sino al contrario, consiste en amar sin distinción, sin interpretación. Desde que leo a Arno Gruen, comencé a detenerme en esos fragmentos culturales que nos enganchan tanto a vivir según las normas, como a romperlas. Cuando, en términos de relaciones sentimentales algunos de nosotros decidimos no vivir de acuerdo a ciertas normas que se han considerado "núcleos" para el funcionamiento social, generalmente no lo hacemos basados en el resentimiento, o en los muros que hemos levantado desde el dolor ¿verdad? Decidimos permanecer libres independientemente de con quién nos relacionemos. Para mis amigos y yo, la libertad tiene todo que ver con el amor. No el amor que dura lo que dura un enamoramiento; el otro amor, el amor que se sostiene en los vínculos que creamos cuando estamos juntos. Me refiero a ese circuito que se conecta entre nosotros cuando compartimos algo: una experiencia, un gusto, alguna afinidad. Creamos una especie de codificación, de lenguaje comunitario basado en el respeto: la unión común, la comunión. Sin miedo. Permanecer libre es una acción entusiasta más que pesimista.
Me gusta lo que dice Arno Gruen cuando afirma que la forma en la que nos educan para manejar el dolor desde la infancia, es lo que construye sociedades enteras dispuestas a participar en la guerra, o a ver la guerra y los sistemas de control y de exterminio como algo natural. No es que sea culpa de los pobres padres que enseñan al niño a controlar el llanto a base de amenazas; no es culpa de nadie, pienso yo, pero allá afuera hay una sociedad en la que todavía expresar el dolor es ridículo y sufrir es estúpido; ni qué decir de expresar nuestra animalidad ¡es de salvajes!. Así que todos hacemos como que no sufrimos, como que nada nos duele y como que no somos animales: nos civilizamos. El amor y el dolor no pueden existir separados. Cuando amamos sufrimos si el otro sufre, nos desespera su desesperación, nos alegra su alegría. Mi manera de ser libre es así. Hace muchos años que no hago nada sólo para mí; que no puedo pensar en mi vocación o mi trabajo como una ganancia personal; construyo todo pensando en los otros: amo, y me duele. En la más reciente curaduría, por ejemplo, terminé con el corazón roto después de servir cuarenta platos de comida, y bailar como un payaso para ser testigo de la sonrisa de los otros, del placer de los otros. El amor es así.
Creo en la libertad que prefiere el amor al miedo. Porque hay que involucrarse con los demás sin miedo, hay que involucrarse con el mundo sin miedo: entrar por completo al mundo. Si introducimos el pie en el mundo, sentimos su placer y nos vamos; y después volvemos a introducir un pie en el mundo, a sentir su placer y nos vamos, no estamos viviendo una experiencia, estamos dejando que la muerte se acerque (que la violencia se acerque, el control se acerque, la vigilancia se acerque) aislados (y no autónomos) a la altura del pensamiento, con un mar de negaciones y dolor de por medio.