Este es el desierto, el verdadero exilio. Estar dentro de un mundo que no es mi mundo. Pero no. No se trata de apropiarse de nada, no se trata de poseer. Mío/tuyo, nah. Es digamos un mundo profundamente familiar que me provoca una soledad absoluta. No me malentiendan, pero hablo de situaciones familiares, circunstancias que están ligadas a personas que conozco desde que era una niña. Sí, aunque no lo crean fui una niña. Una niña a la que muy pocos sabían cómo tratar. Uno de esos pocos era el loco de mi padre, con amor excesivo y un sentido de propiedad absolutos (de lo que hablaba antes, eso de lo mío y lo tuyo, de lo que esto no se trata). Iba yo a esos vínculos, esa especie de flash back que sólo sucede en circunstancias familiares. Familiares, no porque suceda con mi círculo de seres queridos; más bien hablo de esos encuentros entre mundos distintos que producen choques inolvidables, pero cotidianos. Los amigos de mis hermanos, por ejemplo. Soy la menor de 5, así que ya han de imaginar que los amigos de mis hermanos mayores me conocieron a los cinco años, cuando yo les hacía preguntas sobre la virginidad y esas cosas incómodas. Esos amigos de mis hermanos pertenecen a ese mundo que no es mi mundo. O sí, todo el mundo es mío, y nada de este mundo le pertenece a nadie, claro está. Pero ellos viven en un mundo totalmente industrial, sumergidos en sus cavilaciones sobre qué tornillo han de cambiar para acelerar los procesos de producción; cómo mejorar la calidad del producto, y qué tan bien pueden diseñar una máquina que produzca lo que les manden producir para "optimizar" gastos, and so on. La vida, para ellos es una especie de estado de cuenta. Horas de producción = horas de capital. Vacaciones relegadas a los veranos donde pagan para que alguien les construya la experiencia de un paraíso. No podrían siquiera responder qué les pareció Jamaica, por ejemplo. Porque todos los hoteles (en la orilla de todas las playas del mundo) a los que van, son idénticos. En fin, ellos, ese mundo que encontró en pantuflas, por la mañana, en la cocina de la casa donde se hospedó, a la "escritora", hermana de su mejor amiga. Y su curiosidad hacia ese mundo desconocido lapidado por sus prejuicios y complejos aflora (escribir debe ser cosa sencilla, todo mundo sabe cómo): yo he leído "vida en el abismo" de Armando Ruvalcaba ¿no lo conoces? me preguntan. "Y el Quijote también lo leí en la preparatoria" comienzan. Cuando ven que soy amable, incluso agradable, y que me expreso como cualquier otra persona, adquieren confianza, superioridad (como en la fila de producción) y descaradamente, con aire de suficiencia echan a andar su duda más profunda (que es, a final de cuentas, la preocupación que rige sus vidas: el dios dinero): ¿Y de qué vives? Si no fuera budista, esa ignorancia altanera me parecería un insulto, pero los dejo seguir construyéndome "y de esto y lo otro" respondo. El proceso de pensamiento de ellos no alcanza a imaginar que existimos personas que nos ganamos la vida de una manera diferente a la suya. Sencillamente ¡no creen que se pueda vivir de otra forma salvo pensando a cada paso sobre la "profesión" más "rentable"! Les parece imposible que alguien piense en aportar algo a los demás en lugar de vivir únicamente para obtener utilidades y, peor aún, para ellos es inaceptable que esa ecuación genere constelaciones en las que uno puede subsistir cómodamente. Pero "¿cómo le haces?" Me enternecen, no puedo hablar, no les interesa escuchar que existe un mundo fuera del que les construyó el capitalismo (cuantimenos reflexionar sobre el daño que causan al planeta y a la poblaciones marginadas, mientras creen que viven una vida decente y honrada): morirán contentos sintiendo que hicieron lo mejor. Sólo se encontraron por accidente con una loca y creen que pueden divertirse, hablar de cualquier cosa porque, a fin de cuentas, esta loca (como si hubieran encontrado a una foca en medio de la cocina) no está preparada para nada, vive de milagro. Y sí. Y no. "Supimos que tuviste que dejar el país" comentan ya totalmente instalados en la familiaridad y el recuerdo de cuando yo les pateaba las espinillas porque pretendían besar a mis hermanas -mi amabilidad, para ellos, es la pelota que sostengo con mi nariz-. Entonces sí, algo me pasa, me canso de entretenerlos y sólo digo: "ese es un tema más complejo de lo que puedes imaginar, sólo quien lo vive lo entiende" y, súbitamente ellos tienen razón, soy una loca que no les sirve ni de animal doméstico.
Este es el desierto, el verdadero exilio. Estar dentro de un mundo que no es mi mundo. Pero no. No se trata de apropiarse de nada, no se trata de poseer. Mío/tuyo, nah. Es digamos un mundo profundamente familiar que me provoca una soledad absoluta. No me malentiendan, pero hablo de situaciones familiares, circunstancias que están ligadas a personas que conozco desde que era una niña. Sí, aunque no lo crean fui una niña. Una niña a la que muy pocos sabían cómo tratar. Uno de esos pocos era el loco de mi padre, con amor excesivo y un sentido de propiedad absolutos (de lo que hablaba antes, eso de lo mío y lo tuyo, de lo que esto no se trata). Iba yo a esos vínculos, esa especie de flash back que sólo sucede en circunstancias familiares. Familiares, no porque suceda con mi círculo de seres queridos; más bien hablo de esos encuentros entre mundos distintos que producen choques inolvidables, pero cotidianos. Los amigos de mis hermanos, por ejemplo. Soy la menor de 5, así que ya han de imaginar que los amigos de mis hermanos mayores me conocieron a los cinco años, cuando yo les hacía preguntas sobre la virginidad y esas cosas incómodas. Esos amigos de mis hermanos pertenecen a ese mundo que no es mi mundo. O sí, todo el mundo es mío, y nada de este mundo le pertenece a nadie, claro está. Pero ellos viven en un mundo totalmente industrial, sumergidos en sus cavilaciones sobre qué tornillo han de cambiar para acelerar los procesos de producción; cómo mejorar la calidad del producto, y qué tan bien pueden diseñar una máquina que produzca lo que les manden producir para "optimizar" gastos, and so on. La vida, para ellos es una especie de estado de cuenta. Horas de producción = horas de capital. Vacaciones relegadas a los veranos donde pagan para que alguien les construya la experiencia de un paraíso. No podrían siquiera responder qué les pareció Jamaica, por ejemplo. Porque todos los hoteles (en la orilla de todas las playas del mundo) a los que van, son idénticos. En fin, ellos, ese mundo que encontró en pantuflas, por la mañana, en la cocina de la casa donde se hospedó, a la "escritora", hermana de su mejor amiga. Y su curiosidad hacia ese mundo desconocido lapidado por sus prejuicios y complejos aflora (escribir debe ser cosa sencilla, todo mundo sabe cómo): yo he leído "vida en el abismo" de Armando Ruvalcaba ¿no lo conoces? me preguntan. "Y el Quijote también lo leí en la preparatoria" comienzan. Cuando ven que soy amable, incluso agradable, y que me expreso como cualquier otra persona, adquieren confianza, superioridad (como en la fila de producción) y descaradamente, con aire de suficiencia echan a andar su duda más profunda (que es, a final de cuentas, la preocupación que rige sus vidas: el dios dinero): ¿Y de qué vives? Si no fuera budista, esa ignorancia altanera me parecería un insulto, pero los dejo seguir construyéndome "y de esto y lo otro" respondo. El proceso de pensamiento de ellos no alcanza a imaginar que existimos personas que nos ganamos la vida de una manera diferente a la suya. Sencillamente ¡no creen que se pueda vivir de otra forma salvo pensando a cada paso sobre la "profesión" más "rentable"! Les parece imposible que alguien piense en aportar algo a los demás en lugar de vivir únicamente para obtener utilidades y, peor aún, para ellos es inaceptable que esa ecuación genere constelaciones en las que uno puede subsistir cómodamente. Pero "¿cómo le haces?" Me enternecen, no puedo hablar, no les interesa escuchar que existe un mundo fuera del que les construyó el capitalismo (cuantimenos reflexionar sobre el daño que causan al planeta y a la poblaciones marginadas, mientras creen que viven una vida decente y honrada): morirán contentos sintiendo que hicieron lo mejor. Sólo se encontraron por accidente con una loca y creen que pueden divertirse, hablar de cualquier cosa porque, a fin de cuentas, esta loca (como si hubieran encontrado a una foca en medio de la cocina) no está preparada para nada, vive de milagro. Y sí. Y no. "Supimos que tuviste que dejar el país" comentan ya totalmente instalados en la familiaridad y el recuerdo de cuando yo les pateaba las espinillas porque pretendían besar a mis hermanas -mi amabilidad, para ellos, es la pelota que sostengo con mi nariz-. Entonces sí, algo me pasa, me canso de entretenerlos y sólo digo: "ese es un tema más complejo de lo que puedes imaginar, sólo quien lo vive lo entiende" y, súbitamente ellos tienen razón, soy una loca que no les sirve ni de animal doméstico.