En ocasiones me siento como un animal muy burgués. Sobre todo cuando se trata de instalarme en algún sitio para concluir mis proyectos. Se me dificulta al grado de la imposibilidad, por ejemplo, escribir sin silencio, sin soledad. Si alguien, aparte de Diva, está presente en casa, sencillamente no puedo entrar en el proceso de escritura. Si el llanto de un niño en la cuadra vecina, por azares del destino, llega a traspasar los muros de mi lugar, sencillamente no puedo continuar trabajando. ¿Síntoma de qué son mis exigencias? Vivo en Estados Unidos, práctimente un basurero donde los distractores están a la orden del día, y las amenazas de desaparición son asunto cotidiano y yo ¡quiero silencio y soledad! Es absolutamente ilógico, lo sé. Está bien, no es que Yo quiera silencio y soledad, no es un deseo, es una necesidad para ingresar a ese estado que me transporta cuando escribo. Cuando esos requisitos atmosféricos no se cumplen, entonces vengo aquí. Paseo por las redes sociales, y me sorprendo de la vida que está sucediendo acá adentro (o aquí afuera, como quieran llamarle). Me he cansado de ver videos de personas que "hacen el ridículo" por ejemplo: borrachos bailando como anguilas, intentando defender su dignidad, llorando alguna pena. Abuelitos que quieren ser graciosos con sus nietos, en fin. Toda una gama de lo que el condicionamiento llama: "hacer el ridículo". Me aterrorizan esos videos, no por temor al ridículo, sino por la promoción y regocijo que el supuesto ridículo adquiere. Es decir, me puede hacer reír una mujer desaforada que baila después de haberse tomado unas copas sí ¿y qué? El comportamiento que tanta risa nos causa es un comportamiento que ha ocurrido siempre... ahora lo reproducimos, nuestra tecnología se ha convertido en la herramienta para reproducir nuestros instantes íntimos: es la imprenta contemporánea de nuestra ridícula intimidad. Acabamos con la diversión efímera de asistir a una fiesta y que un numerito inesperado nos hiciera charlar y reírnos después. Cualquiera se siente con el derecho de activar su celular, grabarnos en algún lugar público y llevarnos a casa como un souvenir (hombres que graban a mujeres distraídas en aeropuertos, por ejemplo). Reflexiono acerca de cómo la tecnología influye en nuestro comportamiento, lo conduce, lo condiciona. Hoy más que nunca "hacer el ridículo" es el pecado social -en red- más terrible. Pero yo creo que deberíamos construir sociedades que no teman expresar sus experiencias de cualquier forma. Bailar es una muy buena forma de ser feliz (borrachos o no), de mover la energía del cuerpo; no importa si tenemos dos pies izquierdos. El baile espontáneo, el movimiento rítmico nos hace sentir bien ¿por qué reprimirlo? Amo bailar. Creo en el baile como una forma de comunicación, no importa cómo, lo que importa es bailar: moverse. No sólo mover el intelecto. ¡Bailemos todos! ¡Bailemos con las luces prendidas o apagadas! La tecnología nos está conduciendo a una inmovilidad muy poco fértil. El miedo al ridículo está tensando el cuerpo de la libertad. ¡Riámonos de gozo y no de juicios o complejos, camaradas! Bailemos sin morder el azuelo, les prometo que todos nos sentiremos bien.