¿Todavía les da vergüenza hablar solos? Bueno, una de las restricciones que nos impiden desarrollar nuestra creatividad es precisamente la percepción del soliloquio como un tabú, como puente hacia la locura. El miedo a la locura es el más efectivo represor contemporáneo. Recuerdo que trabajaba en la librería de un amigo cuando me dieron por primera vez el consejo de no "hablar sola". Estaba regando las plantas y es que, el soliloquio para mí es algo tan natural y como he tenido millones de conversaciones conmigo a lo largo de toda la vida, no recuerdo exactamente qué me platicaba cuando entró Rubén y me dijo "estás hablando sola". Asentí y le pregunté si eso tenía algo de malo (yo era muy joven en ese entonces). Creo que Rubén reflexionó y me dijo que no tenía nada de malo pero que los demás no lo veían bien. Entonces comencé a reprimir mis soliloquios ¡afortunadamente! No es que dejara yo de hablar con las plantas (o con mi plantita interior), es que dejé de hacerlo en horas de trabajo. Pero siempre, siempre, procuro tener un buen rato de la mañana para hablar conmigo, para contarme cosas, para ahondar en lo que recuerdo y cómo lo recuerdo. Para recorrer distancias platicando. Para analizar la realidad en la que vivo, los fenómenos sociales, las formas de control social y cómo son lanzadas y reproducidas hasta el cansancio porque, precisamente, no "recapacitamos"... esa también es una palabra que, en estos tiempos, ya sólo usan los locos. El soliloquio me impulsa después a escribir de esto o de aquello. Tengo amigos que me confiesan entre risas que se han sorprendido hablando solos durante alguna caminata. Recuerdo un amigo músico que me dijo que se había descubierto hablando solo y que, definitivamente, eso no estaba bien. Pero el soliloquio es una buena herramientas para quienes somos sobrepasados por la creatividad, por los estímulos de la imaginación, por el paisaje interno; cuando la creatividad se desborda, y somos capaces de ver tanto hacia afuera como hacia adentro, una conversación con nosotros mismos puede resultar un gran alivio: poner orden a lo que percibimos, reflexionar. ¡Hay que platicarlo! A veces no hay interlocutores al alcance. Lo mejor de todo en el soliloquio es que nunca sabemos qué vamos a decir, de qué vamos a hablar. Es un lindo camino de descubriemiento, en verdad: inténtenlo ¡hablen solos! ¡escúchense! A muchos opinadores de la narrativa contemporánea les vendría bien, pero ¿de qué manera? Si no son conscientes de lo que dicen ni cuando ven videos de sus propias conferencias, incapaces de asomarse a sí mismos. Ah ¡este mundo mudo! este mundo donde no es bien visto que los pensamientos se manifiesten en voz alta, y yo pueda decir sola, sentada aquí, en la sala de mi casa: "Qué bien me siento hoy, como si en verdad alguna vez me hubiera enamorado. Como si conociera el amor. ¿No te parece triste?", e incluso en este mismo instante (como diría el aburrido Paz) me pregunto ¿qué es este blog sino una forma de soliloquio? ¿Es mejor el blog porque imaginamos que alguien nos escucha? ¿De donde viene esa necesidad de ser escuchado a toda costa? ¿Siempre que hablamos tenemos que pensar en los otros? ¿Es terrible hablar sólo para uno mismo? ¿Hablar para uno mismo es hablar para nadie? ¿Si nadie nos escucha es como si no habláramos? ¡aaaaaaah! A mí me gusta hablarme a mí: desconocidos, terminen de asustarse.
¿Todavía les da vergüenza hablar solos? Bueno, una de las restricciones que nos impiden desarrollar nuestra creatividad es precisamente la percepción del soliloquio como un tabú, como puente hacia la locura. El miedo a la locura es el más efectivo represor contemporáneo. Recuerdo que trabajaba en la librería de un amigo cuando me dieron por primera vez el consejo de no "hablar sola". Estaba regando las plantas y es que, el soliloquio para mí es algo tan natural y como he tenido millones de conversaciones conmigo a lo largo de toda la vida, no recuerdo exactamente qué me platicaba cuando entró Rubén y me dijo "estás hablando sola". Asentí y le pregunté si eso tenía algo de malo (yo era muy joven en ese entonces). Creo que Rubén reflexionó y me dijo que no tenía nada de malo pero que los demás no lo veían bien. Entonces comencé a reprimir mis soliloquios ¡afortunadamente! No es que dejara yo de hablar con las plantas (o con mi plantita interior), es que dejé de hacerlo en horas de trabajo. Pero siempre, siempre, procuro tener un buen rato de la mañana para hablar conmigo, para contarme cosas, para ahondar en lo que recuerdo y cómo lo recuerdo. Para recorrer distancias platicando. Para analizar la realidad en la que vivo, los fenómenos sociales, las formas de control social y cómo son lanzadas y reproducidas hasta el cansancio porque, precisamente, no "recapacitamos"... esa también es una palabra que, en estos tiempos, ya sólo usan los locos. El soliloquio me impulsa después a escribir de esto o de aquello. Tengo amigos que me confiesan entre risas que se han sorprendido hablando solos durante alguna caminata. Recuerdo un amigo músico que me dijo que se había descubierto hablando solo y que, definitivamente, eso no estaba bien. Pero el soliloquio es una buena herramientas para quienes somos sobrepasados por la creatividad, por los estímulos de la imaginación, por el paisaje interno; cuando la creatividad se desborda, y somos capaces de ver tanto hacia afuera como hacia adentro, una conversación con nosotros mismos puede resultar un gran alivio: poner orden a lo que percibimos, reflexionar. ¡Hay que platicarlo! A veces no hay interlocutores al alcance. Lo mejor de todo en el soliloquio es que nunca sabemos qué vamos a decir, de qué vamos a hablar. Es un lindo camino de descubriemiento, en verdad: inténtenlo ¡hablen solos! ¡escúchense! A muchos opinadores de la narrativa contemporánea les vendría bien, pero ¿de qué manera? Si no son conscientes de lo que dicen ni cuando ven videos de sus propias conferencias, incapaces de asomarse a sí mismos. Ah ¡este mundo mudo! este mundo donde no es bien visto que los pensamientos se manifiesten en voz alta, y yo pueda decir sola, sentada aquí, en la sala de mi casa: "Qué bien me siento hoy, como si en verdad alguna vez me hubiera enamorado. Como si conociera el amor. ¿No te parece triste?", e incluso en este mismo instante (como diría el aburrido Paz) me pregunto ¿qué es este blog sino una forma de soliloquio? ¿Es mejor el blog porque imaginamos que alguien nos escucha? ¿De donde viene esa necesidad de ser escuchado a toda costa? ¿Siempre que hablamos tenemos que pensar en los otros? ¿Es terrible hablar sólo para uno mismo? ¿Hablar para uno mismo es hablar para nadie? ¿Si nadie nos escucha es como si no habláramos? ¡aaaaaaah! A mí me gusta hablarme a mí: desconocidos, terminen de asustarse.