La niebla en San Blas
Perro, Mike, cuéntame
esa historia de la niebla en el puerto
No había niebla y la historia
trata de un coquero, hombre
sencillo y afortunado.
Tenía un carrito de cocos,
vendía el agua y la carne
con limón y chile en bolsas de plástico.
¿Pero la niebla, Mike,
no decías que todo estaba
cubierto de niebla?
No. Era tarde soleada.
Antes, déjame te digo
en qué consistía su fortuna.
Su dicha era su mujer.
La más bella de San Blas.
Nos tenía embrujados.
Estaba que se caía de buena.
Todo sucedía en una cantina,
jodida como esta, con piso
de tierra, mesas de Cerveza Corona,
y una sinfonola mosqueada
que tocaba todas las de José Alfredo-
¿Pero la niebla, Mike,
no me contaste que apenas
podían verse las caras?
No. Espérate. La mujer
era el deseo de todos,
sí, pero nos lo callábamos,
digo, por un elemental respeto
al coquero, que era compa.
Todos, menos el hijo de un fulano
que ahora es diputado.
Ese cabroncito
alardeaba todo el tiempo,
decía que la reina aquella
tenía que ser suya.
Esa tarde, ya ebrio, el muy pendejo
comenzó a cacarear en presencia
del coquero, en su mera cara.
Que si él andaba en un Mustang
y el otro en pinche bici,
que si él era galán
y el otro prieto y feo.
¿Pero, y la niebla, Mike?
Ya dije que entonces no había niebla.
El coquero aguantaba,
aunque de lejos se veía
que se lo estaba cargando
la chingada del coraje.
Era hombre de silencios.
El otro siguió jodiendo, decía
que le iba a sonsacar a la mujer
y a ponerle casa,
que con él iba a saber
lo que era coger sabroso.
Se pasó de lanza. Sin decir palabra,
en un mismo movimiento,
el coquero tomó un machete
y le rebanó de un golpe
la tapa de los sesos.
Tan fácil como te lo cuento,
como quien parte un coco ya maduro.
¿Y entonces, Mike, perro?
Entonces sí, ya caía la noche
y llegó la niebla, se posó
con su culo blando sobre San Blas.
Sólo se podía ver
el rojo reguero de sangre
y al muerto, sentado en su silla,
todavía agarrando su cerveza.
Del coquero nunca supimos más.
Se trepó a la bici y enfiló calle abajo.
Como si se lo hubiera tragado
la densa niebla de esa noche.
(contado por Miguel Angel Hernández Rubio 1957-2010)
Jorge Esquina (del libro Teoría del Campo Unificado)
Perro, Mike, cuéntame
esa historia de la niebla en el puerto
No había niebla y la historia
trata de un coquero, hombre
sencillo y afortunado.
Tenía un carrito de cocos,
vendía el agua y la carne
con limón y chile en bolsas de plástico.
¿Pero la niebla, Mike,
no decías que todo estaba
cubierto de niebla?
No. Era tarde soleada.
Antes, déjame te digo
en qué consistía su fortuna.
Su dicha era su mujer.
La más bella de San Blas.
Nos tenía embrujados.
Estaba que se caía de buena.
Todo sucedía en una cantina,
jodida como esta, con piso
de tierra, mesas de Cerveza Corona,
y una sinfonola mosqueada
que tocaba todas las de José Alfredo-
¿Pero la niebla, Mike,
no me contaste que apenas
podían verse las caras?
No. Espérate. La mujer
era el deseo de todos,
sí, pero nos lo callábamos,
digo, por un elemental respeto
al coquero, que era compa.
Todos, menos el hijo de un fulano
que ahora es diputado.
Ese cabroncito
alardeaba todo el tiempo,
decía que la reina aquella
tenía que ser suya.
Esa tarde, ya ebrio, el muy pendejo
comenzó a cacarear en presencia
del coquero, en su mera cara.
Que si él andaba en un Mustang
y el otro en pinche bici,
que si él era galán
y el otro prieto y feo.
¿Pero, y la niebla, Mike?
Ya dije que entonces no había niebla.
El coquero aguantaba,
aunque de lejos se veía
que se lo estaba cargando
la chingada del coraje.
Era hombre de silencios.
El otro siguió jodiendo, decía
que le iba a sonsacar a la mujer
y a ponerle casa,
que con él iba a saber
lo que era coger sabroso.
Se pasó de lanza. Sin decir palabra,
en un mismo movimiento,
el coquero tomó un machete
y le rebanó de un golpe
la tapa de los sesos.
Tan fácil como te lo cuento,
como quien parte un coco ya maduro.
¿Y entonces, Mike, perro?
Entonces sí, ya caía la noche
y llegó la niebla, se posó
con su culo blando sobre San Blas.
Sólo se podía ver
el rojo reguero de sangre
y al muerto, sentado en su silla,
todavía agarrando su cerveza.
Del coquero nunca supimos más.
Se trepó a la bici y enfiló calle abajo.
Como si se lo hubiera tragado
la densa niebla de esa noche.
(contado por Miguel Angel Hernández Rubio 1957-2010)
Jorge Esquina (del libro Teoría del Campo Unificado)