Radiografía del cerebro de Dolores Dorantes.


Escribo aquí para descansar, me gusta recordármelo a mí misma cada vez que siento la necesidad de abrir esta "ventana". Ustedes saben, abrir esta ventana que no es una ventana, para llegar a esta página que no es una página, y escribir algo que, bueno, por lo menos, parece que si reúne las características de ser una escritura: uso palabras y para formar las palabras uso cierto alfabeto and so on. Hay quien ha llamado a mi descanso "promoción" o de forma más precisa "autopromoción". Hace ¿catorce años quizá? que comencé a usar este espacio para venir a descansar, a descansar del lenguaje que se amontona todos los días en mi sistema nervioso, en mi cuerpo, en mis procesos mentales, en "el pensamiento" que le llaman. Me lo recomendó Heriberto Yépez. Quién lo dijera. Ahora es hasta terapéuta (hace catorce años Heriberto actuaba con mucho más inocencia, podríamos adivinar, en fin.). Y vaya, esta ilusión se volvió parte de mis remansos. No pienso en la autopromoción como tal. Soy una persona muy distraída. No pienso siquiera que alguien se tome el tiempo de venir aquí: ya saben, a un lugar que no es un lugar. Algunas veces he dicho cosas como "me van a perdonar pero no tengo vocación de poeta local" o he celebrado momentos en que me invitan a algún festival inetrnacional en Suecia, o me traducen al alemán, o soy requerida en una antología que aparecerá en Francia. No creo que el punto sea la autopromición ¿promoverme para qué? yo no vivo de la venta de mis libros, ni de la compasión de mis lectores ¿tengo lectores? ¿qué poeta vive de eso?. Nuestras percepciones son diferentes. El punto creo es celebrar el hecho de que soy una mujer. Una mujer morena, de abuelo negro  y abuela indígena por el lado materno. Que estudió en escuelas públicas. Proveniente de la clase media-baja. Que escribió sus seis primeros libros en una ciudad a la que el gobierno sometió al aislamiento cultural y educativo no por coincidencia, sino con toda la intención de utilizar a la población como mercancía que la industria extranjera rentó, explotó y consumió a destajo. El punto es que soy una mujer que no obedeció las reglas institucionales para publicar, para obtener una beca y para "escalar" los peldaños que conducen al reino del mundillo institucional de las letras. Sólo confié en mi trabajo. Formé parte de un sólo taller, el taller del INBA, para saber cómo es que no quería escribir. Para darme cuenta que en mi ciudad imperaba el machismo y la ignorancia. No es que sienta que he obtenido algo o que he llegado a alguna parte. Lo que creo (y sí, digo creo y no "pienso". Porque es una cuestión de convicción que va más allá de las estrategias intelecuales para sentirnos valiosos o vivos) es que cada vez que comparto la publicación de alguno de mis libros (de cuya estética dudo tanto y más que mis propios detractores) o comparto la noticia de que mis textos se han publicado en Suecia, Alemania, Holanda, India, Brasil y el país en el que vivo, no es la celebración exclusiva de que yo he llegado a algo, o de que yo soy superior a otros escritores que luchan por abrirse paso dentro del infierno institucional. No concurso para obtener premios. Tuve una beca nacional que no pedí. Varias becas estatales que no me querían dar y que causaron el absoluto encabronamiento de los hombres que foramban parte de la "autoridad" cultural. Porque en el arte la autoridad no existe, porque el trabajo de ningún artista debe cuadrarse ante ninguna autoridad. Porque me parace denigrante el sistema de apoyo para las artes en México que invierte millones y millones de pesos para someter a los artístas a ciertas bajezas. Es denigrante que los oblige a comportarse de tal o cual manera para recibir un premio. Es denigrante que los obliguen a concursar para obtener apoyos, y después sean engañados con la idea de que un jurado deliberó sobre la calidad de los libros que se presentaron a concurso. Celebro que puedo demostrar lo que mis mejores amigos me enseñaron: que el trabajo se abre camino por sí solo. No celebro que soy yo quien lo ha hecho. Celebro que puedo decir que no es necesario hincarse y lamer el culo de las autoridades para ser artista. Que no hace falta que ninguna mujer joven intercambie favores sexuales con su maestro para ser "promovida" y obtener una beca. Que los premios significan absolutamente nada (salvo el arribo al lugar de la autoridad cultural para ver, con ojos propios como todo es una gran farsa burocrática para repartir el presupuesto entre unos cuantos, asegurando la cadena de servilismo que beneficia a los más privilegiados). No se trata de mí, creo que lo que ha sucedido (porque ni siquiera puedo decir que yo lo he hecho) con mi trabajo, puede suceder con el trabajo de cualquier artista (y tal vez puede suceder en mayores escalas, porque allá afuera hay jóvenes brillantes). Tal vez no es un punto que ha quedado muy claro en mis posts anteriores. Pero estoy convencida que un escritor no debe pensar en ser el mejor ¿el mejor de qué, comparado con quién? Y creo que en el arte no hay escalas como las "autoridades" en la materia aseguran: local, nacional, internacional; jóven, con trayectoria, abuelo excelso y así; el arte es arte y punto. Un premio no garantiza la calidad de un trabajo. Ningún escritor, y ningún artista, debería someterse a los caprichos de un sistema gubernamental como el mexicano, que en términos de control intelectual es uno de los más siniestros y aberrantes. No he leído lo suficiente, no soy académica, soy mestiza, mujer y lo que otros considerarían pobre (pero yo no). Sobrevivo día a día. Supervivo día a día. Escribo. El arte no necesita promoción, no es un caldo de pollo, o un nuevo modelo de zapatos. Pero además tampoco creo que soy sólo escritora, o artista. Escribo sí, pero soy muchas cosas, y por completo no soy ninguna.

d.