Hasta ayer, había estado pensando muchísimo en los "condicionamientos". No sólo en la manera en que somos condicionados por nuestra familia o por la sociedad cuando vamos creciendo (nuestra familia tiene que arreglárselas para educarnos de alguna manera ¿cierto?), sino en las técnicas para condicionar a grupos enteros que han sido estudiadas por personas muy inteligentes, personas que dan varios pasos antes de nosotros en cuanto a experiencias en la vida. Porque la mente es una maravilla: puede construir ante nuestros ojos las realidades más aterradoras y derrumbarlas con un soplido; y también puede sumergirnos en sueños hipnóticos sin que nos demos cuenta que llevamos años corriendo tras una vulgar e inalcanzable zanahoria. Comencé entonces a enojarme con las personas que manejan el condicionamiento como una manera de enseñanza pero ¿acaso toda enseñanza es un condicionamiento? Tal vez sí. Tal vez hoy no estoy percibiendo de forma errónea. Es difícil permanecer despierto y consciente cuando decidimos aprender en esta vida. Así como es difícil que seamos plenamente conscientes de la fuente de la que decidimos aprender. ¿Cómo serlo? ¿Cómo saber identificar la fuente de la que queremos aprender? Me refiero a una fuente viva de sabiduría: un maestro. Es delicado, porque en esa fuente nos sumergimos con entera confianza y, a veces, con amor, completamente vulnerables a los condicionamientos de una sabiduría superior a la nuestra. Uno de mis maestros diría que estoy hablando desde el egocentrismo, ese maestro me ha entrenado para detectar el egocentrismo cada vez que se manifiesta, también me ha entrenado para detectar cuando tengo una "reacción" frente a cualquier evento en la vida; gracias a él puedo detectar mi reacción antes de que se manifieste en el exterior. Pienso que no todos los condicionamientos son negativos, ni todas las reacciones (reaccionar es parte de nuestra naturaleza pero, para detectar el impulso que activa una reacción es necesario que nuestra mente esté alerta ante el bosquejo de su aparición, la reacción ya no es alguien a quien no ves llegar, sabes cuándo está preparando las maletas, cómo organiza sus disfraces y cuándo se lanza al camino para visitarte). Aclaro entonces que no es un punto de vista el que trato defender aquí, intento echar luz a ese estado interrogativo en el que he permanecido estos últimos días. En ocasiones, cuando un maestro intenta enseñarnos a observar el infierno sin reaccionar, no somos conscientes que nuestra resistencia a reaccionar es la misma que da vida al infierno. El maestro nos genera el infierno para que podamos distinguir y tengamos un reto. El infierno no siempre está en nuestra mente, generado por un trauma, una fobia o una obsesión; el infierno puede ser construido desde afuera, por un maestro que conozca muy bien el paraíso del condicionamiento y los beneficios de vincular nuestra resistencia a cambiar, con un ligero coctel de nuestros miedos (auspiciado por el permiso que nuestro deseo de aprender le otorga). Y sí: todo está dentro de nosotros, todo nace en nosotros pero, no siempre, todo se levanta desde nosotros mismos. Para añadir un apunte más a la libreta (o a la base de datos) de mis maestros, debo decir que es esa consciencia la que me aterroriza: cómo influimos en los demás.
En algún momento cualquiera de nosotros se verá en la necesidad de educar a alguien más: un hijo, un estudiante, alguien que nos sigue y por alguna razón decide que tiene algo que aprender de nosotros, la persona con la que sostuvimos una conversación casual en la calle (¿alguien sostiene conversaciones casuales en la calle en estos días? de repente me siento muy old school). Creo en la unidad, soy budista, entonces todo el tiempo. todos nosotros, siempre hemos sido (y somos) a la misma vez, estudiantes y maestros, en cada cosa que hacemos en la vida. No podemos seguir pensando que somos una fracción, que vivimos -literalmente- una vida de cuadros. Siempre influimos en la vida de alguien más. Tenemos una responsabilidad dentro del engranaje, de manera muy inconsciente y despreocupada -en ocasiones-. Ahora me ubico en los zapatos de un maestro, con estudiantes como yo. ¡La maquinaria es infinita!
Las contadas personas que yo he elegido como maestros son conscientes, despiertos (dos de ellos son magos) y tienen la seguridad y la fuerza ---¿cómo?--- para decir "sí, hago la diferencia" o "sí, creo en quien todo mundo ya da por perdido". ¿Qué les da esa convicción?
En nuestra mente vive la libertad. ¡La libertad!: un asunto delicado dejarla así, vulnerable, en manos de un maestro que podría resultar tan irresponsable e inconsciente como nosotros mismos ¿no creen?

d.