Estoy en Houston. Nunca imaginé Houston. Tal vez porque de por sí Texas es un Estado borrado de nuestro mapa mental, o recordado por la cantidad de estupideces racistas que los blancos echan a andar en el mundo debido a su ignorancia (y su rencor). Houston es maravilloso. Plano, con el cielo limpio todavía, cuajado de humedad y de vegetación. Amo estos paisajes, enormes naves de fábricas antiguas abandonadas. Casas de madera pequeñitas. Y la sensación de que el agua está en todas partes, fusionándose con todas las cosas. Lo mejor de llegar a Houston ha sido estar rodeada de artistas. Sí, como lo oyen, que me ha encantado estar rodeada de artistas. Pero artistas con almas muy distintas a las que he visto en las metrópolis intelectuales de este país, o en mis propios y amados Angeles (la vida californiana a veces es tan pretenciosa, tan agitada). En Houston hay cierta serenidad, cierta calma. La calma de algún silencio vegetal, pienso yo. Un espíritu grande. Me gusta Houston. Ahora mismo espero que mi ropa termine de dar vueltas en la secadora y no puedo dejar de ser consciente de ese gris horizontal infinito. (En esta casa viven un perro chihuahua y un gato que lo aporrea descaradamente frente a mis ojos. No es mi casa mental.) Pero es que en Houston viví, una noche fantástica. Después de estar en el encuentro de Antena, me invitaron a bailar en un bosque. Un rave en un bosque donde todo es clandestino, me dijeron. Y yo dije que sí "si ustedes van yo voy" les dije. Y fuimos a buscar el bosque entre las fábricas antiguas, entre el concreto y las vías del tren: ahí estaba... quizá diez árboles, altos, de hojas escasas, una DJ. Fogata donde los jovencitos hacían quesadillas vegetarianas. No sé qué tenía ese bosque que yo estuve ahí como hipnotizada, como desbordada de amor. Pensé que veía esferas de luces de colores y sí, tenían luces de colores y algunos muchachos danzaban haciendo malabares con fuego. Junto a mi estaba sentado Benvenuto, un artista. Jalando la rama de un árbol para usarla de micrófono y cantar con ella estaba JP, otro artista; dando vueltas por el pasto bailando había otro artista más, Jorge. Platicando de cosas de mujeres estaba conmigo otra artista, Stalina. Todos maravillosos, como salidos de un cuento de hadas ¡¿qué pusieron en mi bebida?! comencé a preguntar. Toqué las manos de uno de los artistas y supe que era santo. Creo que me pusieron un ácido, les dije. ¡Ah, cuántas ganas tenía de besar (me acordé mucho de ti)! Efraín se rió de mí todo el camino de regreso a casa, yo no quería bajarme del carro, pero bajé riéndome a carcajadas. Feliz.
"Hualmaa" o "Gualmaa" supe después que se decía corazón en Sutijil. No recuerdo cómo se dice "dolor". Pero me dolió el corazón por dos segundos. Sólo por dos segundos. Ese dolor que anuncia que seguimos vivos. En fin, supongo que mi ropa está seca y aquí, ya he descansado suficiente.