Pedro Meyer. Convento. |
También a eso debo perderle el miedo: a ver. Veo. Un túnel del luz y veo todo abierto y germinando en todos su significados. Todos. Un organismo terrorífico. Recuerdo un sueño en medio de la fiebre. Lo que literalmente es estar en el mundo, en el mundo entero. Que el mundo esté dentro de uno y ver que uno es de una extensión y estructura infinitas. Ver. Cómo las cosas se suceden y uno importa como importa una clave o un código para que todo tome forma. Ver que veo quién eres: esa fuente de todo lo apacible como si yo no fuera un cuerpo. No soy un cuerpo y tengo lugares muy distantes donde las cosas se suceden sin detenerse. Los días que caminamos cubriéndonos la cara, los días que entramos al zócalo corriendo. En el centro la multitud entraba a defenderse. Y yo o quien yo era en el estrado para los fotógrafos, disparando la cámara Minolta. Las cosas del desierto. Todo está aquí. la primera fotografía con nuestras manos levantadas. la trayectoria entre los hombres que me contaban de sus tierras, de los caciques y los asesinatos: todo está aquí. Y yo que creía que vivía en una ciudad sin antes haber conocido el infierno. Y yo que dije que todo se trataba de una farsa y aquí estoy: viendo la farsa, temiéndole a la farsa, viviendo la farsa con la esperanza de que en algún momento, esto que se sucede deje sus sobresaltos. Y lo veo. Está aquí mismo y me cansa llegar para acercarme. Tú tenías nueve años cuando yo estaba recibiendo el año nuevo en la brillante Ciudad de México. Cuando el año comenzó con aparatos explosivos. No había manera de llegar a la selva. Ahora oigo las pisadas en la vegetación desde el carro donde religiosamente tengo miedo y te escribo. No había manera de llegar a la selva. Te veía por televisión: dieciocho años de edad y todavía me da miedo ver que no existe la línea, que no hay otro lado, que estoy aquí, en el desierto y en la selva. Muchas muertes más tarde y todavía me da miedo ver cómo baja la sangre desde la montaña. Y le tengo terror a la mentira.
Tiempo de aniversarios. Este texto lo escribí en el 2011 para el MOMA de San Francisco, como acompañamiento de una colección de fotografías de Pedro Meyer.