Dolores Dorantes. Chinatown, LA. Foto: Rob Ray


No es que cada día viva yo más inconforme con el mundo, tal vez me sucede lo contrario. Cada día puedo sentirme llanamente parte de este planeta, aunque no esté de acuerdo en la manera en que creemos que "las cosas" van hacia alguna parte (¿?). Me explico: creo que puedo ser parte del mundo sin preocupaciones innecesarias o dramas provocados por cumplir con exigencias "sociales" y esas cosas. No es desde la inconformidad desde donde me expreso, es desde una observación constante de lo que me mueve a hacer las cosas, sobre todo, cuando me cuelgo el título de artista. Lo reflexiono y lo reflexiono. ¿Desde dónde nos expresamos? ¿Cómo nos expresamos? ¿Cómo difundimos nuestro trabajo? ¿Qué pensamos acerca de la estructura que hay que escalar para obtener reconocimiento? ¿Es nuestro objetivo obtener reconocimiento? y así. Y es que vivimos tiempos (hemos saltado a tiempos) donde la inmediatez nos gana. Creo que cada día es más y más común que los artistas sean parte del mecanismo generado por la mercadotécnia en los medios de comunicación. Así que, tal y como anuncian el cubito que, disuelto en agua, produce nuestro caldo de pollo, se promueve a los artistas: un producto. Y ya es tan normal, por ejemplo, que a un escritor le exijan una "fotografía de autor" de determinadas dimensiones y características para promover su trabajo, "Fotografía de autor" le llaman. Pero es que son asuntos en los que las editoriales (los promotores, los que luchan -y luchan en serio- por sostener las editoriales independientes como alternativa para los lectores y una plataforma para los artistas) se integran tan automáticamente que jamás imaginan que a un artista no le interesa tener su cara en las páginas de internet; no pueden creer que un escritor no quiera su fotografía junto a la portada de su libro en todos los lugares donde se promociona. No pueden creer que un artista no tenga como objetivo ser "famoso" (como el caldo de pollo). ¿Por qué un autor querría poner su cara en la promoción de su obra? ¿Los autores quieren que se asocie su cara con su libro? ¿De qué se tratan esas estrategias? ¿Qué significa la foto de autor? ¿Que el autor es respetable, sano? ¿Que sonríe adecuadamente? ¿Que alguien puede reconocerlo en la calle? Los mecanismos generan formatos a los que nos integramos automáticamente. Foto, texto, reseña, sonrisa, edad, signo zodiacal. Y comenzamos a pensar que la promoción del arte y de la cultura es eso, lo mismo que promocionar el caldo, con la foto de la señora en mandil sosteniendo la cuchara con cara de guuuusto. Y terminamos creyéndolo. El arte no es solamente un producto, no funciona promocionarlo como un producto. Los artistas, los "autores" no somos modelos de nada. Tan no funciona, que ya sabemos quiénes son los best sellers: muertos, o vivos engreídos con cara de máscara que se las dan de santos o de salva vidas, o de periodistas en riesgo pero, el arte no está en ninguno de ellos. Está sí, el arte de la mercadotécnia. Se hacen programas para promover la lectura que también son sólo una fachada, de antemano son creados para no funcionar, intentan promocionar libros como si fueran medicamentos contra la ignorancia; de entrada el lector tiene que asumir su ignorancia (un asunto de magnitudes existenciales) y después tomar un libro de los miles que le proponen como remedio (como Emulsión de Scott): le sabrá amargo, quizá termine de leerlo, pero no querrá jamás volver a tomar la medicina. Porque la literatura y el arte no son un jarabe, ni un chicle, ni una crema depiladora: son algo más. Si el objetivo es promover el arte, realmente, subirse a los mecanismos mediáticos y a las estructuras creadas para la promoción es inútil. Tendríamos que subirnos a esas estructuras sí, pero no a cumplir requisitos, sino a transformarlas para que funcionen como verdaderas plataformas desde donde el arte se exprese. Pero también tendríamos que bajarnos de esas estructuras, lo que se promociona es el pensamiento; y el pensamiento se necesita fuera de esas redes, allá donde no hay tiempo para desvelarse leyendo la computadora; se necesitan vuelcos. La mercadotécnia en sí sólo funciona para inflar arrogancias, crear "personalidades" dentro de un teatro decadente, alimentar egos y, sobre todo, tomarnos muuuuchas fotos y aplaudirnos unos a los otros y tal vez sí, es verdad, divertiiiirrrnos enormemente frente a los reflectores jugando a ser lo que no somos, dormidos en nuestros laureles.

pd. y sí, sí, ya sé quiénes van a reírse -nerviocitos- de este post y luego también van a llamarlo "poesía".

d.