Me gusta la vida, debo aclarar, porque en ocasiones las personas que utilizan desmedidamente su atención para enfocarse en el entusiasmo, piensan que mis observaciones son pesimistas. No me considero pesimista, hago todo para detenerme diariamente en la belleza de las cosas, incluso dentro de las más terribles circunstancias. Bueno, digo esto porque, como siempre, al estar ligada a la literatura y al tener una afición (mesurada, pienso yo -tal vez no sea una afición, tal vez sea esa fascinación por detenerme en la belleza de las cosas) por el el arte y también porque soy una escritora descaradamente talentosa, se acercan a mí, ciertos mundos que no me corresponden y es difícil definir por qué. Definir nunca es algo que me haya gustado. Definir me parece convertir una cosa en otra tomándola con las manos sucias de nuestra interpretación. Así empieza todo. Hay personas que se definen a sí mismas como artistas, los que "hacen" el arte, y creen, inocentemente, que el arte viene a poner belleza y brillantez en este mundo (a través de ellos, claro). Ahora mismo, en la iglesia italiana que está a una cuadra de mi casa escucho las campanas ¿No es increíble como el sonido puede transportarse en el viento? Cada vez que esas campanas suenan siento tranquilidad, algo en el centro del pecho (no me psicoanalicen, por favor), cuando tengo tiempo voy a las sillitas del porche y me dedico solamente a oírlas, cierro los ojos e imagino un tono dorado que se expande cada vez que suenan. ¿Y quién es el artista? ¿Quien construyó la campana? ¿Quien tiene como encomienda jalar de la cuerda a ciertas horas? ¿Y si el propósito de esa campana y esas campanadas es sólo congregar feligreses, entonces ya no puede ser arte? A veces prefiero cerrar los ojos y escuchar esas campanas a la idea de asistir a una fiesta donde se proyectarán tres documentales geniales: uno que retrata los calcetines remendados por la abuela del artista minutos antes de que desapareciera a manos de los nazis; otro que se construyó después de espiar mediante la grabación de audio trozos de conversaciones callejeras; y uno más que muestra cómo los humanos podemos analizar el comportamiento de las máquinas, acompañado de sonidos ambientales y la lectura de un poeta. Cuando regreso de mi trabajo a casa hay una lagartija en la punta de la pequeña barda que se convierte en un pasillo en la entrada, la lagartija siempre me ve llegar y corre a perderse entre las siembras de chile que tienen mis vecinos. ¿Me pregunto si la lagartija ha tomado la manía de detenerse a esperarme o sencillamente a esa hora interrumpo su asoleo? Prefiero esos segundos cuando llego a casa que ir a cenar con una amiga escritora que piensa que ya ha escalado todos los peldaños para hablarme de lo que pasa en un universo que sólo ella (y los demás escaladores) puede ver. Me parece interesante que mis amigos vivan en otros mundos. Lo que me aburre un poco es que mis amigos, con su total brillantez, lleguen al punto en que confunden "escalar" con "ser", es decir: soy porque llegué, porque ya estoy ahí, porque he hecho el trabajo necesario para tener "autoridad" en la materia. Para ellos no se trata de la seguridad de ser: soy lo que soy (y punto), sino de la confirmación que la vida les ha dado, fruto de sus esfuerzos por llegar: "s
oy la escritora, déjame contarte cómo es estar ahí". Por eso asisto a muy pocos festivales (y encuentros) literarios: las fiestas de artistas y los lectores, las reuniones, las casas lujosas junto a una bahía con el chin-chín de la farándula, la reverencia académica y la responsabilidad burocrática nunca han servido para revelarme -con o sin certeza- quién soy.
d.